domingo, 21 de junio de 2015

Alejandra Zarhi-Junio de 2015




DELIRANTE


Ya no gobierno tus praderas
huyes ofuscado
hacia el olvido.
La sangre ardiente y protectora
Se ha apagado
dejando los espacios fríos.

Delirios
por un beso alado y mágico.




Del Libro Canción Para El Silencio

Carmen Amaralis Vega Olivencia-Puerto Rico/Junio de 2015




He besado el cielo

Hoy comencé mi día en el cielo de la esperanza,
Allí donde hay caritas de inocencia,
Ojitos de luz divina,
Manitas sin tocar el dolor.
Hoy revolotee en la delicia de la vida,
Cantaron mis manos delicados sonetos,
Burbujeaba mi boca el dulce del amor,
Entre niños,
Rodeada de mis querubines,
los que invoco cuando quiero hacer cosas buenas,
de esas cosas que brotan de un corazón dolido,
de un alma muchas veces cansada.
Y estos rostros pequeños me devuelven la paz.
Mil pinceles celestiales dibujan las rutas,
Y yo rio en medio de una algarabía de felicidad.
No pido más,
Hoy he besado el cielo.

Federico Skliar/Junio de 2015



duplicado
Un  duplicado  de luz  son  mis  ojos al  mirar,
 aquella  primavera  de manos  que tu amor  me suele regalar,
 arquitectos  de  realidades  nuestro destino es par,
  teniendo  la  comprensión exacta  sabiendo al  otro escuchar, 
el extasis de mi alma delata  mi  corazón, 
no  habrá de nuevo noches  donde me  falte  pasión,
la melodía  son voces  la transfusión  es  tu miel,
me  embriago de  tu camino  un sol es este querer, 
rompi las  ataduras  ahora  reencarno  aquel  cielo sin nubes,
 y  tus  besos  son  la  cordura que tanto quería  yo,
  es cien porciento perfecto intoxicarse de  amor,
  desnudando los  limites  del  otro lado  estoy hoy, 

Luis Tulio Siburu-Argentina/Junio de 2015



SORPRESA EN UNA FERIA AMERICANA

Hola, soy la Tota. Estoy ansiosa. Siempre me había llamado la atención esa esquina de permanentes persianas bajas, “la casa de las mujeres solas”, como le dicen los vecinos. Más de una vez – cuando camino hacia la parada del 60 y paso por allí imaginando a sus inquilinas – me viene a la mente aquel comentario de Calvino sobre la turinesa Clelia de la novela de Pavese…“El personaje más hermoso de un escritor que no creía en los personajes es justamente la Clelia de Entre mujeres solas, esa mujer amarga pero aun con ganas de conocer los vicios y valores de la sociedad que la rodea... Clelia c’est moi, podríamos decir con Pavese…”.
Pero dejémonos ahora de recuerdos de lecturas y vayamos al grano, que en éste caso es la aparición de un cartelito que trata de ser pequeño y discreto en ese cartón pegado con cuatro chinches a la puerta donde viven la Beba y la Chola, pero que se convierte en un gigante comunicacional en el boca a boca de las señoras en el minimercado chino y en la larga cola del pago de servicios del Provincia.
Gran feria americana el domingo 8, rezaba. En letras más chicas, para ahuyentar a los especuladores, se leía: “sólo efectivo, no se aceptan tarjetas ni tampoco hay canje”.
Acontecimiento en el barrio, donde se ve poco este tipo de eventos de venta de ropa usada, al menos en las diez cuadras a la redonda, donde sólo se habla de tiendas de vintage – forma estética y comercial de llamar a las prendas de segunda mano que venden en los emprendimientos con vidriera a la calle  - porque las conocieron paseando por Palermo Soho o San Telmo, donde es la última onda, aunque ahora tengan nombre y local propio con potentes sahumerios y no son un revoltijo con olor a humedad de telas que se mezcla con el de cebolla que viene de la cocina de la casa que recibe a los invitados de las ferias americanas.
Voy a tener que hacerme tiempo para preparar bien lo que llevaré, no es cuestión de que estas brujas me tilden de cualquier cosa menos de los que soy, una dama.
Quizás pueda ubicar la ropa de mi hermana fallecida, que mi cuñado me pasó con la excusa de “se me caen las lágrimas cuando la veo”, aunque yo estoy segura que se las sacó de encima por la llegada de la cajera del Coto a sólo dos meses del sepelio.
También hay en el placard modelitos que han pasado de moda y que el Beto me ha dicho que no quiere ya que me los ponga. Él no da razones pero seguro que su pedido obedece a los rollitos que se marcan debajo de mi cintura.
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Ya estoy dentro de la feria, emocionante. Creí que nunca  llegaba el domingo. Preparé pastelitos de dulce de batata para la merienda de mi marido y le dije que vea todo el fútbol que quiera, que yo me tomo la tarde. Hoy vintage para todas. Era hora de un poco de independencia.
Hay seis mesas muy grandes en el patio y jardín traseros de la casa, como esas que se arman para los asados familiares. Cada participante tiene un pequeño espacio reservado donde tira sus pilchas con el precio puesto con un alfiler de gancho.
A mi lado veo que la bruta de la gallega de la panadería trajo un culote bordado que debe ser de la época de la revolución española y además un calzoncillo largo del Jesús porque pensó que la cosa era unisex, ya que el cartelito de invitación no aclaraba los rubros.
Le digo que me avise si alguien quiere algo de lo mío y me voy a chusmear lo ofrecido. El Beto estaba dulce y me dio cuatrocientos pesos, aunque dijo que traiga el vuelto. Va a esperar sentado, hoy me enfermo de consumismo y no le hago asco a nada.
Elegí una blusa violeta que hay que ajustarle una manga pero es solucionable; un chemise a franjas blancas y negras con una pequeña costura en el traste que ni se ve; una parka azul media descolorida que aun sirve para cuando llevo temprano en invierno a la nena hasta el colegio y un par de sandalias marrones trenzadas que habría que ponerle tapitas en los tacos. Me quedaban preciosas y aunque tengo algunos kilos más que la gata que me las vendió, creo que aguantarán porque si soportaron las caminatas de esta loca, seguro que deben ser fuertes. Me faltaban $ 40 pesos pero me dijo no te preocupes, que cuando me lo cruzo al Beto en el subte se lo pido….que hija de puta ¡¡¡…me clavó la espina.
Cuando llegué a casa entré por la puerta de atrás para que mi marido no me vea con los bolsos y empiece a preguntar. No hubo problema, estaba allá delante gritándole Clemente al arquero Cherini por los goles que se come.
Tranquila en la habitación, pongo todo sobre la cama y reviso, no vaya a ser que tuvieran problemas que yo no había notado en la feria.
Parece estar todo bien, al menos mirado desde afuera. Frente al espejo me vuelvo a probar la parca. Pienso que si la llevo al ponja de la vuelta algún secreto debe tener para que la haga resistir un buen teñido en negro, que ahora está de moda. Hasta le puedo agregar esos botones dorados con el ancla que tanto me gustaban cuando tenía veinte…
Meto las manos en los dos grandes bolsillos por si se hubieran roto  en su interior y noto que entre la tela y el forro toco algo así como un papel doblado. Me la saco, con una tijerita corto algunos hilos del dobladillo y logro extraer lo que tocaba. Qué sorpresa…, una carta. Me tiemblan las manos al abrirla, de puro chusma, en realidad no la juno a la rubia que me la vendió. Leo despacio, la letra me parece conocida…”Rosita, la pasé fenómeno, podemos hacerlo otra vez en el Ruta, si es posible un jueves a la tarde, cuando la Tota se va a yoga, sé buena, llamáme…Beto”.
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Beto no alcanzó a ver el empate de River, se enteró por los gritos del vecino. La sandalia trenzada entró justo por el símbolo de TVP y el aparato explotó más que la hinchada. Y eso que al taco le faltaba la tapita.

Ana Romano-Argentina/Junio de 2015




Embrujo

Desliza los dedos
hambriento
Acaricia
sinuoso
lo vulnerable
El abrazo
sorprende
Y es la entrega
la que
se precipita
La guitarra
suena.

Agustín Alfonso Rojas-Chile/Junio de 2015



TÍO  JUAN
 
            Mi tío Juan fue el primogénito de tres hermanos, le seguía tía Olga y Pedro, quien a su vez tuvo tres hijos, siendo yo el menor.
            Vivíamos en el Cerro Barón, Valparaíso, en calle Caupolicán. La casa era grande, con varias piezas bien aireadas, sus ventanales daban al norte. La cocina, lugar de reunión, era amplia, una larga mesa central acogía hasta diez personas, cómodamente sentadas en dos bancos de madera.
            La amplitud de los ventanales permitía apreciar desde Con-cón hasta el Faro Punta Ángeles,  en Playa Ancha.
            En el enjambre de mástiles de navíos anclados o atracados a los sitios del puerto, sobresalían aquellos de la “Jonson Line”, cuyos cascos lucían pintados de rojo.
            En la escuela teníamos clase sólo en las mañanas, en la tarde, iban las mujeres. Almorzaba, luego apoyaba mis brazos en el dintel de la ventana de la cocina y me extasiaba contemplando el movimiento marítimo. En tal posición mi fantasía volaba recorriendo remotos lugares en otros mares, hasta que tía Olga, disponía que era el momento de hacer mis tareas escolares.
            Mi abuela Rosa falleció en 1955 sin volver a ver a su hijo Juan, quien en 1935 a la edad de 20 años se embarcó en un velero alemán con rumbo a China. Desde entonces se perdió su rastro, nunca escribió, de le dio por desaparecido.

            A mediados de abril de 1958, la ciudad de Valparaíso se encontraba cubierta de negros nubarrones, una fuerte brisa los arrastraba de norte a sur. La bandera roja izada en el mástil del “Fuerte Silva Palma” de la Armada, empotrada en el Cerro Artillería en Playa Ancha., indicaba mal tiempo; encontrándose el puerto cerrado a toso zarpe o recalada de naves.
            A las 16 horas del día 16, el viento adquirió fuerza de temporal, llegando a ochenta kilómetros por hora. Barrían la costa fuertes marejadas con olas de seis metros de rompiente en las escolleras. Sobrevino la noche. En casa, tía Olga aseguró temprano las ventanas, especialmente la de la cocina, pues recibía el impacto directo del temporal.
            Nos aprontábamos a cenar cuando alguien golpeó la puerta. Tía Olga acudió al llamado, al abrirla cambió de semblante. Quedó paralizada, asombrada, incrédula. Su mente no daba con la respuesta.¿Dónde había visto esos ojos?...De pronto dio un grito de alegría abalanzándose sobre el recién llegado: - ¿Eres Juan? ¡Estás vivo hermanito! Ven, pasa, esta es tu casa.
            Con mis primos quedamos con la boca abierta: -Será un fantasma? ¿Es de carne y hueso este personaje parado en el umbral de la puerta? Como un héroe de novela, tío Juan fue iluminado por la luz de un relámpago. En tanto, los cielos surcados por fuertes truenos, arreciaban con más potencia sobre los vidrios del ventanal.
La estatua ahí erguida de un metro ochenta de estatura, era de tronco grueso, sin ser obeso, se levantaba sobre sus piernas como columna de templo romano. Calzaba botas negras hasta la rodilla y un pantalón grueso. Sobre sus hombros un chaquetón de pelo de camello. Su rostro lo cubría una profusa barba. Amplios bigotes sobresalían sobre sus labios. Cubría su cabeza una boina griega – un poco sebosa para mi gusto-. A su espalda colgaba un saco verde, tipo naval, de aquellos usados por la marinería en sus trasbordos. Era todo su equipaje. La ampolleta que iluminaba la cocina parpadeó varias veces debido al retumbar de los truenos que corrían de norte a sur en los cielos porteños.
            Pasadas las primeras impresiones, tía Olga insistió en que pasara al interior. Fue directamente al fogón donde gruesos leños ardían calefaccionando el recinto. Se quitó los guantes empapados, el chaquetón que chorreaba abundantemente, lo colgó en una percha de madera cerca del fuego. Paseó la vista sobre nosotros. Hasta ese momento no había dicho palabra.
            Nos miraba como si fuéramos de otro planeta. De pronto abrió la boca saliendo de ella un fuerte vozarrón: -¿Tanto ha crecido la familia, Olga? – volvió al mutismo. Se sentó a la mesa, un humeante tazón de caldo de cebolla, ajo y charqui, le ofreció su hermana que lloraba de alegría. Tomó el pan, lo comió con calma untándolo en el cocimiento. Con mis primos lo mirábamos extasiados.
            Acabada la cena, nos mandaron a la cama. Los adultos, al calor del fogón y una botella de vino festejaron al recién llegado. La Lluvia, el viento, los truenos y relámpagos, seguían su festín invernal.
            Pasó el tiempo. Tío Juan nos reunía en el patio, bajo la higuera. Con la vista fija en la bahía, nos relataba historias de remotos lugares. Sus cuentos y anécdotas fueron anidando en mi espíritu deseos de aventura más allá del horizonte cercano. A los 16 años ingresé en la Escuela Naval y a los 20 egresé como guardiamarina. Junto a 120 compañeros nos embarcamos en el buque escuela, para realizar uno de los más prolongados viajes alrededor del mundo. En cada puerto de recalada creía ver o encontrarme con tío Juan. Pero todo era distinto, los puertos eran los mismos, sin embargo nada igual a los relatos escuchados con tanta atención bajo la vieja higuera.

Volviendo a nuestro personaje. Luego de algunas semanas alojado en nuestra casa, pidió a tía Olga le buscara una habitación por ahí cerca, quería vivir solo. Añoraba su camarote de abordo. El dinero ahorrado por treinta años le permitía solventar, sin restricciones los posibles años de vida que le quedaban. Fue así como, día a día, veíamos menos a tío Juan. Tardes enteras se apoyaba en las barandas metálicas del muelle Prat a contemplar el movimiento portuario. Otras veces en el Paseo 21 de Mayo se le vio llorar. Alguien lo encontró en el Muelle Barón aspirando el olor a hulla quemada que manaban las chimeneas de los buques carboneros.
¡Tío Juan no era feliz! Quería volver al mar, ese era su mundo. Trató de conseguir embarque en buques de cabotaje nacional, pero fue rechazado por su edad. Compartió sus últimos años en oscuros bares del puerto junto a viejos navegantes jubilados.
Un día, tía Olga nos dejó almorzando, mientras llevaba a tío Juan su ración. Al volver manifestó haberlo notado taciturno; un leve temblor en sus manos le hizo entender que el “parkinson” le estaba afectando. Pasaron los días, ya no salía de su pieza haciendo muy difícil su atención. La enfermedad atacó brazos y piernas. El temblor no le dejaba caminar, apenas podía comer. De común acuerdo se contrató a una señora para su cuidado durante el día, ella seguiría atendiéndolo por la noche.
             La recién llegada, de nombre Raquel, tenía treinta y siete años. Se hizo cargo del enfermo. Solícitamente cocinaba, lavaba la ropa, le rasuraba la barba, limaba sus uñas. Su cama lucía limpia y fragante. Su pequeño closet ordenado, incluso pintó de celeste el pequeño cuarto; obteniendo mayor claridad. Para tía Olga había sido una buena decisión.
     Una tarde Raquel trepó sobre un taburete para alcanzar con la brocha un rincón de la pequeña sala. El esfuerzo levantó su falda más arriba de las  rodillas quedando a la vista de tío Juan, postrado en su cama, los muslos de Raquelita; incluso divisó el borde de su calzón rojo. Su corazón latió apresurado, sintió que su cuerpo se tensaba, la transpiración cubrió su cuerpo, el “parkinson” se batió en retirada, se sintió joven otra vez. Quiso levantarse, pero ella se percató del entusiasmo que había provocado en el enfermo, obligándole a permanecer en cama. Al día siguiente, comprobó que al bajar del taburete el paciente se encontraba eufórico. Para observar su reacción, al otro día llegó con una blusa blanca que dejaba al descubierto una porción de sus abultados y blancos pechos. Una minifalda mostraba un poco más sus suaves y sensuales muslos.
             Tío Juan, no soportó el estrés a que era sometido con esa visión. Ella solícita, consciente de la atracción que ejercía su cuerpo, acercó sus labios al oído del viejo, susurrándole “TE AMO”. Le tomó la mano derecha y la introdujo en uno de sus pechos. –Si nos casamos todo esto y más será tuyo…
             Cuando tía Olga llegó por la tarde a la habitación de su hermano, encontró un trozo de papel que decía: “Gracias Olga, me caso con Raquelita”.
             Volvió a casa semi enloquecida. Concurrió a carabineros para dejar constancia del rapto de su hermano pero, ante el cartel que exhibía, le hicieron saber que nada podían hacer.
             Pasaron tres meses, la búsqueda no dio resultado. Tía Olga lloraba día y noche. Mi padre en cambio, expresaba: “Por esas nalgas, hasta yo me escaparía”.
             Un sábado en la mañana se presentó un carabinero a informar que un anciano se encontraba en deplorables condiciones en una pieza del barrio “Porvenir Bajo”, en Playa Ancha. Balbuceaba -“Olga, Cerro Barón”- Los vecinos lo alimentaban pero su estado sanitario es deplorable.
             Concurrió al domicilio indicado, era él, lo rescató de la inmundicia en que estaba sumido. Sus desorbitados ojos daban testimonio de las vejaciones a que lo habían sometido. Su cuerpo lacerado mostraba marcas de azotes y quemaduras de cigarrillos. Treinta y cinco millones de pesos fueron girados de su cuenta de ahorro bajo condiciones normales.

             Cinco días después, al llevarle el desayuno, tía Olga, encontró al tío Juan, vestido con botas de agua color negro, el pantalón grueso, chaquetón de pelo de camello, su barba gris, la boina griega ladeada al lado derecho y el saco verde a la espalda. Su cuerpo, con una soga atada al cuello colgaba de la viga maestra de la habitación. El taburete yacía volcado a dos metros de distancia. 

Maximiliano Javier Riera-Argentina/Junio de 2015



Elegía sin nombre

como un cuadro viejo que ya nadie mira
él murió
como un ahogo
como algo simple y rutinario
murió de nombre, de sabor, murió del tiempo
con una muerte casi liviana y oscura...
Y a mí
figura angosta y desierta
me toca jugar el juego de estar vivo
mientras lo frágil recorre su cuerpo
Yo debo jugar con palabras invisibles y redondas,
con las frases torpes e inútiles
sin memoria suficiente para recordar todas las muertes o la muerte toda
Pero no puedo
Su indescifrable silencio rompe mi niñez
su silencio nuevo y adulto, de cosa sin marcar
(es el primer silencio de su vida, el primer silencio de su muerte, después vendrán otros silencios, silencios fríos, silencios enormes y buenos, pero el de ahora es un silencio tan áspero y tan pequeño que aún tiene palabra)
Él murió
como un cuadro viejo que ya nadie mira
Y yo
cuerpo sin promesa, instrumento del tiempo y de la ausencia
Aquí
de este lado de la memoria
de este lado del frío
escribo muerte como un pájaro helado
escribo muerte como un idiota que repite lo que no aprendió nunca
y nunca aprenderá
Escribo muerte y muerte toda y los ojos se llenan de ceniza
y él y ellos y nadie responde
¿Qué hago ahora yo con esta muerte encima,
con esta muerte sumada?
¿Qué hago ahora aquí?
Ya no sé si quiero recordarlo
que se vaya tal vez para siempre... 
Los días nublados pasan  
no piden nada
y sus ojos
pierden
lentamente
                                                   el pánico.

George Reyes-México/Junio de 2015

TONADA DEL ÁRBOL



La escritura ensaya, otra vez, arriesga hipótesis
sobre una condición humana nómada y fronteriza,
exiliada y errante” (Sigifrido Esquivel Marín)


El viento del vuelo que despegó de los huesos de la patria
despeinó jamás la melena de aquel árbol,
ni jamás quitó la corteza de su cuerpo
de
ramales
a
g
a
c
h
a
d
o
s.

¡Por favor, dile dónde se toca la distancia tan lejana…
El árbol está de pie en pradera sin voz del agua,
con balada de tristeza de cansancio suelto!


El lastre del camino gastó su raíz descalza
en horas de un reloj marcando un tiempo suyo,
en pos de los hilos de la lluvia
que
tejen
laderas de otra patria fértil como el sueño.


©George Reyes, del Poemario inédito “Ese otro exilio, esa otra patria” (2015)

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Junio de 2015



EL DIENTE DE LA TÍA JUANA

      Era una mujer a quien siempre le estaban pasando cosas raras, sin duda la tía Juana era un baúl de anécdotas de todo tipo, desde sus cuatro maridos gozando de la paz eterna, hasta sus varios admiradores a quienes mantenía a raya porque consideraba que ya sus gozados años eran muchos como para iniciar otra aventura matrimonial.
      Esa noche estábamos tomando una bebida caliente antes de partir a la cama, acompañada de unas tostadas, que ni la abundante mantequilla había logrado ablandarlas, pero igual estaban sabrosas y crocantes. De pronto, la tía Juana dio un pequeño grito y tapó su boca con su mano para dirigirse al baño. Me sorprendí al verla regresar con la notoria falta de uno de sus incisivos.
     -¡Dios, si casi me lo trago¡ Mañana a primera hora iré al dentista para que me pegue esta corona, que no hace tanto tiempo me hizo. - Debí colocar cara de sorpresa, al verla con el diente en la mano.  
     De pronto ella lanzó una risotada, que fue coreada por mí, porque antes no me atreví a dar curso a la hilaridad que debí contener, por el aspecto cómico que presentaba, su antes, impecable dentadura.
      Al día siguiente desperté asustada por los gritos destemplados que daba la tía Juana: - Silvina, ¡Qué horror¡ Anoche dejé el diente encima de esta mesita. Aquí justamente - dijo indicando con el dedo el lugar. ¡Y hoy ha desaparecido mi diente¡
      -Tía, yo me acosté y dormí profundamente hasta que desperté con su llamado…Así es que no sé nada de su diente.
      -Y lo peor es que tengo que hacer varios trámites, ¿Y voy a tener que ir en esta facha. Con el portón abierto? Bueno, en fin lo buscaremos con paciencia.
      Parte de esa mañana la pasamos buscando el dichoso diente, pasamos la escoba, revolvimos papeles, corrimos muebles y nada, había desaparecido misteriosamente. Al fin nos dimos por vencidas y ambas salimos a realizar nuestros respectivos cometidos. La tía Juana, ya más calmada.
      Por la tarde, casi oscureciendo, regresé con la preocupación por la desaparición del dichoso diente, porque su reemplazo significaría un costo que la tía no estaba en condiciones de asumir.
      Una vez que me desprendí de la cartera, chaqueta y reemplacé mis zapatos de taco por mis pantuflas, me dirigí directamente a la mesita donde supuestamente, la tía había dejado su diente.
      Se me encogió el estómago, en ese momento llegaba la tía Juana tapándose la boca para saludarme.
Sólo atiné a decir: - ¡Tía el diente...ahí está¡....el diente está encima de la mesita.
      La tía Juana palideció y sólo atino a santiguarse, un rato después, ya repuesta de la sorpresa y con la corona en la mano, me dijo: - ¡Fue mi mamá¡  Ella me lo escondió. Siempre me hace estas travesuras.
      -Pero tía, si la abuela murió hace tantos años.
      En ese momento no le creí, pero posteriormente se me perdieron algunos objetos que luego aparecieron, sin que mediaran manos extrañas.

R. ASCENSIÓN REYES ELGUETA. 21-MARZO-2015.


Ascensión Reyes (comentario libro)-Chile/Junio de 2015



DISCÍPULO
De Juan José Arreola.     Mexicano


     En pocas palabras este minicuento nos lleva a épocas pasadas. Nos transporta a la cuna del arte, Florencia.
     En ese tiempo era usual que un maestro se rodeara de jóvenes aprendices, convirtiéndolos en sus discípulos a quienes progresivamente enseñaba todo su arte y virtuosismo. En este caso el Maestro tiene dos alumnos, uno de ellos Andrés Salaíno, el favorito, y el segundo, un joven campesino de San Sepolcro.
     La acción se inicia cuando el maestro compra a cada uno de ellos sombreros diferentes, favoreciendo en la elección a Salaíno. De vuelta al taller hace que ellos dibujen al contrario. El joven campesino, quien es el hablante, dibuja la cabeza de Andrés, bellísima, en cambio éste, en la pintura hace notar la humilde condición del protagonista.
     En este minicuento podemos apreciar el trabajo de joyería de uno de estos maestros, en cuanto a formar a sus alumnos en el descubrimiento de la belleza que raya en la crueldad, doblegando totalmente su voluntad, creando un antagonismo entre ellos, e incluso llegando a la violencia física.
     El carácter de este relato tiene cierta similitud con la vida de Leonardo Da Vinci, al mencionarse el rostro de una bella mujer de nombre Gioia. Andrés Salaíno y la gorra de abalorios, podría tratarse del célebre cuadro “El niño del fez”.
     El leit motiv de la historia tiene que ver con la trascendencia del hombre a través del arte, aceptando la tiránica formación, o como lo dice la última frase del narrador en el pensamiento del muchacho campesino: “Y vuelvo a caminar lentamente, cabizbajo, por calles cada vez más sombrías, seguro de que voy a perderme en el olvido de los hombres”.
    
Juan José Arreola Zúñiga 
Nació en Zapotlán el Grande, hoy Ciudad Guzmán el 21 de septiembre de 1918  y falleció en  Guadalajara, Jalisco  el  3 de diciembre del  2001.
     Fue un escritoracadémico y editor mexicano.
     Sus obras más importantes: “Confabulario” (1952)  y “La Feria” (1963)

Ascensión Reyes (Poema)-Chile/Junio de 2015



MOMENTOS

La aurora presagia primicias
la señora luna es  invitada a la fiesta
el sol en su lecho de resplandores despierta
pronto la cigarra afinará conciertos de luz
en su jubiloso canto de estío.

Mi pensamiento corre hacia ti
intento convertirte en presente.
Tu mirada desaparece
junto al eco de tu voz .
Tu sombra se esfuma
en caminos lejanos.

Te obligo…
aunque no eres más que recuerdo.

Huyes…
mientras el sol  abraza el camino
y la señora luna se ha ido al descanso.

Y yo…
anclada en este páramo
vacío de voces y ecos… espero.