Frente a la página en blanco
Pienso en mis padres,
los abuelos, el amigo de la infancia, el maestro de la primaria, la profesora
de Lógica del bachillerato que me mandó a marzo, la pendeja del quinto que
estaba rebien, el gol de chilena en el barrio contra barrio, el jefe de
personal que insistía en la primer entrevista de trabajo que lo importante era
la experiencia y no el diplomita, el teniente que rompía las pelotas con el
cuerpo a tierra y – muchos años más tarde - como me partió la cabeza en el 82
la película The Wall con Pink Floyd, que enloquecía a mis hijos y un día me
puse a mirar sólo porque quería entender cuál era la magia que los metía en
otro mundo. Pucha si hay temas para empezar a escribir algo en este crepúsculo
silencioso… y las letras no caen, las oraciones no desfilan, el segundo renglón
queda lejísimo, la imaginación se ha ido a la reputamadre y no vuelve. Los
hombros se van para adelante, como empujando hacia la pantalla de la compu un
pensamiento de Hemingway, o un verso de Carriego…o al menos una frase de Dolina
o un chiste de Tato..a esta altura cualquier cosa viene bien. Con tal que la turra
página en blanco deje de mirarme cagándose de risa…
Apago el velador, las
teclas quedan en la oscuridad, le digo a Lucy que voy a dar una vuelta y el
fresco de la calle me recibe sonriendo. Camino, camino, como si quisiera bajar
kilos pero en realidad quiero subir ideas.
Y de pronto el milagro.
Me para un chico piel y huesos de seis, siete años, que sé yo, con melena sin
peine, chomba sin plancha, panza sin merienda, zapatillas sin cordones y manos
sin jabón. Me pide que lo ayude a cruzar la calle. Porque ve muy poco, susurra.
Porque tiene miedo a los coches, explica. Porque no hay otro en la calle, comenta.
Pienso pobrecito, que tiene una diabetes mucho más jodida que la mía.
En cinco segundos lo cruzo.
En seis minutos estoy en casa. En siete saltos subo la escalera. En ocho
minutos tengo una historia. A las nueve de la noche me doy cuenta que no hay
que mirar tanto para adentro al pensar una historia de diez. La vida también
transita por fuera