Un hombre solo...
Es lindo ver el mundo desde los tremendos boquetes de un mantel corroído, estaba allí abajo de otras cosas, sin duda inútil para cualquier futuro y desde ya condenado.
Pero hoy, desde esos tremendos cráteres se ve un poco de celeste, el rojo inagotable de las flores de la santa rita, y algo de vida en movimiento. Es un verde fuerte, áspero, que brilla a la luminosidad del sol de otoño, en esta mañana de fulgor difuso.
Allí cuelgan los viejos manteles, uno bordado por su abuela italiana con flores de todos los colores posibles, pétalos que solo puede imaginar quien vio flores silvestres en la ribera del río D'Orba. Los hay naranjas, marrones, celestes... y unos amarillos de los que solo se puede encontrar en el trazo de los lápices, de esos que usamos para pintar soles en cuadernos de infancia.
Están las manchas que no quitará, ni el más grande desafió de jabón en polvo, del vino tinto, de las comidas especiales que dejaban manchas inolvidables.
Se secan al sol del otoño, una mañana.
Mientras el gato se lame sobre la cama, y el perro tuerto, aúlla sin parar pidiendo salir al pasto para orinar macetas y plantas.
Esta quietud de vacío no ayuda a tomar mate solo, se arruina rápido y queda como decoración del ambiente donde el hombre se angustia delante de una pantalla y escribe con pocos dedos en un teclado.
Allí, sobre la mesa hay un broche, tiene ligeros fantasmas de oxido abriéndose paso, aun se lee la marca "Hepta" y dice también industria argentina, su padre lo usaba para abrocharse el pantalón y evitar el enganche con la cadena de la bicicleta. El lo usa ahora para apretar fuerte las páginas de los libros donde copia escritos breves para compartir desde la web a lugares indefinidos y personas desconocidas. También hay un lápiz grueso de carpintero, para marcar las frases y capítulos. el protector de pantalla se transformo en un atril improvisado, allí espera el próximo cuento a enviarse, "Limosna" es su título, y fue escrito por Antonio Dal Masetto hace muchos años, cuando el director de Página/12 era Jorge Lanata.
El sol sube por el borde de la pared del lavadero, obliga a entornar las pestañas, un velo de filamentos impide quemarse la mirada, en una lección antigua que cuesta reaprender día a día.
Están las barajas, el hombre no deja de barajar enfrente de la pantalla en los momentos de nada, mientras los mensajes atascan el correo, y la velocidad de la computadora hace pensar en que es más placentero viajar por dentro de relatos de Julio Verne.
Baraja, solo baraja, en una espera que parece eternidad. Nunca jugó al solitario, solo están ahí para sentir movimiento en las manos, esperando el momento de dar de nuevo las cartas evitando, si es posible, las marcas invisibles que están muy adentro de siluetas y personajes de la calle.
Allí, esta el hombre solo, tomando mate frío y lavado, después de días de pasear sus manos por objetos yertos y perforados de ausencia. En una mañana silenciosa de domingo.
Eduardo: la soledad hecha movimiento a través de las barajas. "Momentos de la nada" que toman vigencia en el recuerdo, en los hechos que fueron y ya son pasado, pero son -justamente por ser pasado-. Nos convoca a recordar. Un abrazo de Laura Beatriz Chiesa.
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