jueves, 22 de octubre de 2009

Foly Galán-España/Octubre de 2009

COSAS

... Para todos los que las echaremos de menos...

Capitulo 1

EL FILATÉLICO

El invierno ha comenzado a coquetear sutilmente con el verano, acortando progresivamente los días, bajando las temperaturas y ahuyentando el turismo estival. Ramón sintió un incómodo cosquilleo en la nariz, al que precedió un sonoro estornudo. Pícaras corrientes de aire gélido recorren la vivienda del anciano al atardecer, persiguiendo su pescuezo con insistencia y causándole un desagradable moqueo; algo congestionado, sacó un pañuelo del bolsillo de su chamarra y se sonó al tiempo que se levantaba del sillón para cerrar la ventana de su despacho.

Fuera, la húmeda brisa salina, arrastraba todo lo que encontraba a su paso alfombrando las anchas aceras del paseo de la playa: hojas secas, pequeños envoltorios de chicles o caramelos y un sinfín de colillas, que emprendían una descoordinada y espontánea maratón, acabando por envestir contra las paredes de madera del puesto de la Cruz Roja. Luego, caían y se amontonaban antiestéticamente en cualquier esquina, permaneciendo allí hasta que algún remolino las seducía y comenzaban nuevamente su peregrinar por todo el pequeño pueblo costero.

Ramón volvió a sentarse en su sillón, cubrió sus piernas con una manta, y continuó deleitándose con la agradable visión de su preciada colección de sellos, algunos impresos hace más de dos siglos. Empezó a coleccionarlos hará unos setenta y cinco años, siendo tan solo un crío. Ahora, posiblemente, posee una de las colecciones más completas que hayan existido, con ejemplares de un valor incalculable y que quizás sean únicos en el mundo. A menudo se angustia pensando en qué será de su amada colección el día que muera; no ha tenido descendencia, y ya es muy tarde para eso. Rebeca trabaja de asistenta en casa de Ramón desde hace casi treinta años: cocina para él y le ayuda diariamente con todas las labores domésticas. Esta tarde, mientras quitaba el polvo en el despacho del anciano, pudo escucharle suspirar y preguntarse en voz alta: ¿a quién contarán mis sellos sus conmovedoras historias el día que yo falte?

Hoy el mar está bastante revuelto, tanto que alguien ha improvisado un torcido mástil metálico en la playa, para izar un trapo rojo que hondea desafiante con pretensiones de bandera; pero eso no ha intimidado al hijo de Rebeca y media docena de jóvenes impulsivos, que aprovechan el fuerte oleaje para realizar sorprendentes acrobacias e increíbles saltos con sus tablas de surf, repletas de vinilos llameantes y adhesivos de colores escandalosamente llamativos. Simultáneamente, tierra adentro, apenas a unos cincuenta metros, tras una ventana, Rebeca se persigna sobresaltada, al reconocer a su hijo entre el grupo de jóvenes temerarios que cabalgan sobre las traicioneras olas. Algo que pasó indiferente ante el octogenario filatélico, que continuaba hojeando, uno tras otro, el centenar de álbumes de sellos que ha logrado acumular a lo largo de su vida; actividad que ha desempeñado diariamente desde la infancia: los revisa, ordena y remira, y una vez ha terminado, vuelta a empezar; y así, todos los días.

Cada sello alberga su propia historia implícita, la cual Ramón revive al instante cuando los observa; pudiendo pasear nostálgicamente de la mano del recuerdo que cada ejemplar le inspira, devolviéndole temporalmente a momentos concretos de su vida: le hablan de cuándo los adquirió, o de qué forma, y de miles de detalles similares o referentes, que se aúnan en un corolario inmenso de sentimientos, con personas y experiencias ambiguas, placenteras, alegres, dolorosas, sufridas. De pronto, el relajante silencio reinante en la vivienda, se vio perturbado por los repetidos golpes de unos nudillos huesudos en la puerta principal; alguien llamaba compulsivamente, desatando la consiguiente intriga: ¿quién podrá ser?

Capitulo 2

EL RADIOAFICIONADO

Una cosa es todo aquello que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, real o abstracta. Pero independientemente de la función o utilidad para la que han sido creadas por su mortal hacedor, las cosas desempeñan un papel inestimable en el plano físico y espiritual del ser humano; de hecho, son cosas las que usamos para representar a nuestras deidades.

Raúl es radioaficionado y vive a pocos metros de Ramón; es el responsable de las interferencias televisivas que lleva sufriendo gran parte del vecindario desde hace décadas. Se inició de joven con un Walkie-Talkie de banda pirata y posteriormente se legalizó. En la actualidad, presume de una maravillosa emisora decamétrica, marca Kenwood, con la que puede abarcar todas las frecuencias posibles y comunicarse, sin gran dificultad, con personas que están al otro lado del mundo; por supuesto, gracias a la monumental antena direccional que tiene instalada en la azotea.

La esposa e hijos del radioaficionado, no comparten en absoluto su pasión; y teniendo en cuenta los grandes avances informáticos, Internet y la telefonía móvil, opinan que mantener un hobby tan caro y obsoleto, es prácticamente una estupidez; por lo tanto, hace bastante tiempo que conspiran, planificando el desmantelado de todo el sofisticado equipo que Raúl ha ido acumulando a lo largo de los años; tan pronto muera, todo eso desaparecerá, se guardará en algún garaje o trastero, o se malvenderá al primer postor.

Irónicamente, aunque nunca se han llevado demasiado bien como vecinos, Raúl y Ramón, tienen algo en común que perfectamente podría haber potenciado una sólida y fructífera amistad. Raúl lleva treinta años realizando contactos a larga distancia con su emisora y confirmando dichos contactos por correo postal, mediante el envío de QSL: tarjeta con la que los radioaficionados verifican entre ellos que realmente han mantenido una conversación radiofónica; y donde además, añaden todo tipo de datos referentes a su equipo, la frecuencia utilizada, condiciones atmosféricas, ubicación, etc.

Resumiendo, Raúl conserva todas las QSL que ha recibido por correo postal de los miles de radioaficionados, repartidos por cientos de países, con los que ha logrado contactar y entablar amistad mediante su adorada emisora; y cada una, luce con orgullo la distinción postal correspondiente a su país de origen. Este mes, la deteriorada salud de Raúl empeoró repentinamente y la semana pasada, tuvieron que hospitalizarlo. Hoy, me temo lo peor, sus hijos han comenzado a apilar en la calle, junto al contenedor de basura, más de una docena de cajas de cartón. Probablemente, dentro de una semana o dos, no quedará nada que le recuerde, ni tan siquiera la aparatosa antena direccional.

Capitulo 3

LA CURIOSA

Rosa pertenece al gremio de las comúnmente llamadas malas lenguas: lleva años afirmando que entre Ramón y su sirvienta hay algo más que una simple relación laboral; hasta sospecha que el filatélico podría ser perfectamente el padre del hijo de Rebeca; sin embargo, jamás a dispuesto de pruebas factibles para demostrarlo y por supuesto, los implicados lo han negado categóricamente tras escuchar en público sus descaradas e insidiosas acusaciones: tuvo la desfachatez de hacerlo una tarde que los tres coincidieron en la terraza de la cafetería de la esquina.

Como es lógico, la curiosidad ha llevado a esta entrometida mujer, a ganarse merecidamente en su vecindario el apelativo de cotilla, porque siempre está interesándose en asuntos ajenos. Por lo general, suele ser la primera persona en enterarse de todo lo que acontece en su entorno próximo. Esta tarde, cuando daba uno de sus interminables paseos a su perrito blanco, una hembra de caniche enano al que llama Fifí, se sintió atraída por el misterioso contenido de una pila de cajas que había junto a un contenedor de basura. Minutos después, Rosa llamaba compulsivamente a la puerta de su vecino filatélico, portando en la mano varias QSL. Alegó que el radioaficionado había fallecido, y sus hijos estaban tirando un montón de cajas a la basura, con sellos provenientes de todas partes del mundo.

Con la ayuda de Rebeca y su hijo el surfero, que pasaba por allí en aquel momento de regreso de la playa y se ofreció oportunamente a ayudarles, Ramón entró en su domicilio todas las cajas y las depositó en el salón, justo unos minutos antes que llegara el camión de recogida de basura; como expresó literalmente el anciano, “una lástima que estas cosas acaben en el vertedero”. Luego, preparó café y permaneció durante horas disfrutando del hallazgo en compañía de las dos mujeres. Entre tanto, Fifí dormía plácidamente una de sus largas siestas, acurrucada sobre la confortable alfombra persa de su anfitrión, a pocos centímetros de los pies de su ama.

Cada una de aquellas tarjetas iba acompañada de fotos personales o panorámicas de los lugares de origen: paisajes, arquitectura, folclore; algunas incluso venían en sobres enormes, con todo tipo de suvenires improvisados: posavasos, folletos turísticos, tickets de metro o autobús, mapas, callejeros, publicidad local; un popurrí de variopintas imágenes capaces de desatar auténticos festines a la imaginación. A grandes rasgos, era como visitar la esencia de cada uno de aquellos rincones del planeta, a los que había llegado la potente señal de radio. Estos no eran sellos mudos, como los que Ramón guardaba en su centenar de álbumes, los del radioaficionado vociferaban su propia historia, perfectamente documentada: se podía saber por quién fueron comprados, cuando los usaron y con qué fin.

La gente suele decir que Rosa es una pobre solterona amargada, pero lo cierto es que es muy feliz con la realidad que tiene; y estoy seguro, si hubiera deseado otra cosa, se la habría podido permitir. De una forma u otra, todos tenemos un cometido en la vida, y ella cumple magistralmente el suyo, aunque le reprochen el daño colateral. Una semana después, el sofisticado equipo del radioaficionado sería comprado por su vecino filatélico; y unos meses más tarde, tras obtener los permisos reglamentarios, la aparatosa antena de Raúl, decoraría ostentosamente el tejado de Ramón.

Capitulo 4

EL SURFERO

El surfero que ayudó al filatélico a transportar las cajas hasta su domicilio, se llama Ricardo. Es el hijo de Rebeca. También reside en la misma avenida, frente al paseo de la playa, en un pequeño ático de renta antigua que comparte con su madre. Suele pasar largas horas en el mar, practicando con su tabla de surf; ya sea verano o invierno, se le puede ver jugando con las olas hasta el anochecer, desenvolviéndose con la soltura de un anfibio.

Su tabla de surf tiene un gran valor sentimental, e invierte bastante tiempo en su mantenimiento: la lija, barniza y redecora casi todas las semanas; puede que sea una superstición absurda, pero está plenamente convencido, su tabla es especial, es mágica. La compró en la playa hará unos tres años, a un turista extranjero con grandes apuros económicos; junto con un desgastado traje de neopreno que poco a poco se ha transformado prácticamente en su segunda piel. A partir de ese momento, el surf se tornaría en posesiva obsesión, eclipsando paulatinamente otras aficiones o actividades, incluidas las chicas.

Ricardo cree que su padre murió poco antes de su nacimiento. Nunca logró sonsacar a su madre nada más en lo referente a la presunta vida de su difunto progenitor; y progresivamente, fue perdiendo el interés por conocer sus raíces; y desde que se apasionó por el surf, ni siquiera ha vuelto a preguntar al respecto. Lo cierto es que Rebeca es madre soltera, aunque indudablemente ha ejercido de manera ejemplar como madre y padre del muchacho, consagrándose por completo a su hijo; jamás se la ha visto con hombre alguno.

Este año, a pesar de las súplicas de Rebeca, Ricardo ha dejado los estudios y está trabajando a media jornada como reponedor en el supermercado. Supuestamente lo hizo por ayudar económicamente en casa y costear sus propios gastos y manutención, puesto que los ingresos familiares no son precisamente abundantes; pero en realidad, su mayor estímulo para tomar tan drástica decisión, fue pensar que su viejo traje de neopreno no soportaría otro invierno más; debía sustituirlo, y eso cuesta dinero.

Esa misma tarde, poco antes de encontrarse con su madre en la calle y ayudarla con las cajas, mientras andaba descalzo por la arena de la playa, algo se enredó entre los dedos de su pié izquierdo: era una fina cadena de oro, de la que colgaba una pequeña medalla representando una imagen de la Virgen; y en su parte posterior, habían grabado un nombre: Raquel. Ricardo guardó su hallazgo en el bolsillo trasero de sus bombachos pantalones bermudas, sobrecargados de motivos hawaianos, y continuó andando, olvidando posteriormente su fortuito encuentro; llegó a casa, cenó, vio durante un rato la televisión, y al comenzar a sentirse acosado por el sueño, depositó la muda que llevaba en el cesto de la ropa sucia, se dio una ducha y se fue a dormir.

Capitulo 5

EL FARERO

Las cosas molestan o reconfortan; pueden ser reclamos para el recuerdo u ofrendas de amor; armas mortíferas, amuletos sanadores o útiles herramientas de trabajo; estamos rodeados por infinidad de cosas. Existen culturas que creen firmemente que las cosas tienen alma; otros reivindican que los espíritus de los muertos residen en todo lo que nos rodea, incluso hasta en las piedras. Algunas civilizaciones antiguas enterraban a los muertos junto con sus pertenencias.

En cada fotograma, desde el precario nacimiento del ferrotipo, han quedado plasmadas en instantáneas imperecederas, secuencias que retratan minúsculas muestras de nuestra ególatra existencia; milésimas de segundo de nuestras vidas individuales o logros personales; instantes que de otro modo estarían condenados al más profundo olvido. Nuestro espíritu vive únicamente gracias a lo poco o mucho que ha quedado de nosotros, postulando nuestra identidad al filo del abismo, entre lo efímero y la eternidad; y materializado en las sutiles o pretenciosas posesiones que metafísicamente nos aproximan al sueño utópico de la inmortalidad. El libre albedrío de Dios creó seres a su imagen y semejanza, que emulando al creador dieron vida a las cosas.

Raúl dejó muchísimos amigos esperando volver a charlar con él y que lo buscarán sin éxito durante largo tiempo, escaneando día tras otro las mismas frecuencias que el difunto usaba habitualmente: uno de ellos sería Reynaldo, el operario del faro, sino fuera porque ya está enterado de la triste noticia; eran buenos amigos, será el único radioaficionado que asistirá al entierro; sólo ambos compartían dicha afición en aquella zona, al menos hasta ese momento.

El solitario morador del faro, es un hombre de unos cincuenta años, viudo y con una hija aproximadamente de la edad de Ricardo, a la que bautizaron con el mismo nombre que su progenitora: lo lleva grabado en una pequeña medalla de oro que nunca se quita del cuello y que perteneció a su difunta madre, por eso tiene un gran valor sentimental; bueno, más exactamente, es una mezcla entre sentimentalismo y superstición; al igual que Ricardo con su tabla de surf, la hija del farero no se siente cómoda sin su amuleto de oro en el cuello; curiosamente, esas cosas les dan seguridad.

De formas muy diferentes y en muy distintos planos, tanto padre como hija, habrán enterrado algo muy querido esta semana; aunque en el caso concreto de la muchacha, fue la sepultura accidental de un objeto material; algo que se podría catalogar de superficial. El deteriorado cierre de su cadena de oro, debió abrirse mientras paseaba por la playa; la buscó y rebuscó sin éxito durante horas, hasta que finalmente se dio por vencida. Diez minutos más tarde, la desenterraría el surfero involuntariamente; y ahora mismo, se encuentra olvidada en el cesto de la ropa sucia. ¿Pasará Rosa también por allí?

FIN

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Foly Galán
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