sábado, 21 de noviembre de 2009

Jacinto Amado-Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2009



No veo el espejo

Ella dibujó una mueca en el espejo oval del pequeño cuarto donde le gusta retratarse. Besa el cristal. Estampa su boca roja en él y se deleita con el recorrido que dejan sus labios. Un nostálgico pensamiento le recuerda que jamás hombre alguno los ha besado
.
Clelia escribe, tiene una fina sensibilidad.
Una noche, mientras intentaba dormir, cruzó sus ojos con María. El personaje de su último cuento. Vio a María. Vio su cara en el espejo.
Ella había muerto. Clelia retrocedió. Intentó alejarse. Volvió para verla una vez más, y otra. Era ella. Penetrante se adentró en la imagen. Fijó sus ojos con la voracidad de la llama. Se inflamó. Volvió, caminó nerviosamente por todo el cuarto. Con la mente puesta en el espejo. Sintió escalofríos, se enfundó en su deshabillé rojo y se dirigió resueltamente hacia él. Miró otra vez hacia la profundidad. Allí estaba el rostro de una mujer. De una mujer distinta. Descubrió a María. La recordó con su misma mirada. Aterrada Clelia corrió a su escritorio. En el intento volcó la lámpara de pie. La alzó dejándola tambaleante. Muy turbada se recogió el cabello rubio, trato en vano de ignorar lo que sucedía.
Tomó su cuaderno de apuntes. Mecánicamente quiso anotar algo. Le temblaron las manos. Las vio ajadas, húmedas. Se quitó los anillos que aprisionaban sus dedos. Se sintió asfixiada, extraña. Reconoció el silencio. Recorrió su interior. Su entrañable interior. Lo encontró vacío. Tomó nuevamente su cuaderno, pero no pudo. Fue imposible. Imposible. Desesperada envuelta en transpiración, corrió hacia el espejo. Sus pies descalzos mojaron el piso. Con decisión enfrentó el cristal. María ya no estaba. Frotó la luna con la manga de su deshabillé, una y otra vez tratando de borrar los labios. Fue inútil, inútil. María se había apropiado de sus labios, de su amada boca roja. Clelia se tocó la boca. Se quebró en llanto desconsolado. Volvió sobre el espejo. Desconfiaba de él. Sus cabellos se veían entrecanos. No tan claros. Creyó enloquecer. Se crispó. Apretó sus puños. Buscó otro espejo. No encontró. Volvió a fijar sus ojos de llanto. Vio que no lloraba. Toda su cara y su mirada eran una sola lágrima. El espejo le devolvió un rostro sereno. Impropio. Se espantó. Se acurrucó. Su corazón comenzó a latir en forma violenta. Tomó un cuchillo. Se abalanzó sobre el espejo y con gritos desgarrantes hundió su puño varias veces en el cristal. Se estrelló. Un ruido ensordecedor. Luego un temblor. Escombros y terror se esparcieron por el pequeño cuarto. Instantes de silencio sepulcral, le sucedieron. Un aire irrespirable. Un olor nauseabundo invade la habitación.

Ella se acerca al escritorio. Se coloca los anillos en sus pálidos dedos. Se encamina hacia el espejo. Estampa sus labios rojos. Se enfunda en el deshabillé rojo que está en el piso. Se recoge el cabello cano. Toma el cuaderno de apuntes y se sienta a escribir el próximo cuento.

3 comentarios:

  1. Jacinto: un tema bueno, donde el autor y los personajes, fueron uno solo. Clelia también pudo adentrarse en María, un desdoblamiento bien logrado a través de los distintos sentires y pensamientos, de ambas. Me gustó mucho, un abrazo, Laura Beatriz Chiesa.

    ResponderEliminar
  2. Que tal Jacinto, buenísimo tu cuento,intenso atrapante, cómo el autor se compenetra con el personaje confundiendo al lector con ese final sorpresivo .

    me gustó mucho!! beso Jóse

    ResponderEliminar
  3. Que cuento!!!! está bárbaro!!!


    Felicitaciones Daniel M.

    ResponderEliminar