lunes, 12 de abril de 2010

Alba Bascou-Buenos Aires, Argentina/Abril de 2010


El socavón



            Rosario no lo podía creer. Se preguntaba cien veces en silencio porqué se le había ocurrido llegar hasta aquí. Marcos, uno de los compañeros del grupo de estudio, con una sonrisa de sátiro le murmuró ojo, si no te gusta, andáte.
            La tentación fue superior. Se ubicó en una hilera que se había formado en la entrada del socavón para besarle los cuartos traseros al carnero. Después, ya vería. Hacía años que quería conocer esa fiesta donde en distintos lugares del Norte se honraba al macho cabrío  y hoy estaba decidida a hacerlo. Si bien no creía en las brujas ni en las almas condenadas y menos en los habitantes del infierno, sentía un hormigueo en el cuerpo.
            Había elegido Monteros, por memoria. Allí, había sido torturado hasta la muerte, un anciano que proveía de comida y agua a viejos compañeros que andaban por los valles contándoles a los pobladores la posibilidad de un mundo mejor. Rosario se había quedado impresionada en aquel tiempo cuando se enteró que los militares de la dictadura, además de picanearlo, lo colgaron en la plaza y lo dejaron ir muriendo, rodeado de fusiles, cabos y sargentos. Fue por 1976...
             Después, las distintas noticias de las desapariciones de esos hermanos de ideales, compañeros de bancos de la vieja Facultad...
       A Rosario, le habían quedado instalados no sólo el dolor y la bronca. El peso más grande era el de la impotencia y la ausencia de justicia. Y junto a Marcos, estaban allí, en ese pueblo, recordándolos.
       Se impresionó, cuando ya adentro, la música, el canto y algún recitado aumentaron su volumen hasta atronar el lugar mientras la chicha y el vino casero regaban las gargantas de donde se escapaban ululantes aullidos. Contaban que en los socavones, en esas fiestas, todo se transformaba en una orgía. No tenía miedo, pero estaba como excitada. La gente bailaba y saltaba y el vino y los acullicos se saboreaban en las bocas. Se preguntaba cuáles eran las brujas, dónde andaba el demonio y buscaba a los chamanes. Las carcajadas se estrellaban contra las paredes del socavón y el eco las llevaba vaya a saber hasta dónde...
            El día asomó mientras la última estrella se escondía en el cielo. La celebración desbordaba entre risas y contorsiones extrañas. Cuando la luz se hizo más intensa, unos sollozos arrancaron del centro del socavón. Eran como gemidos que fueron tomando forma de voces hasta armar la palabra justicia. Y después como dibujos de sombras que enmudecieron a la gente y la petrificaron. Nada más que Rosario y Marcos pudieron moverse hasta llegar a su lado.
            Los festejantes superaron el miedo y turbados contra lo que cuenta la leyenda, sintieron sueño y un cansancio que les aumentaba el peso del cuerpo. Arrastrándose casi, fueron saliendo del socavón, volteando unos pocos la cabeza para convencerse de que el pacto con el diablo no se había hecho.
            Rosario y Marcos, se apoltronaron de donde emergían las voces. En un impulso comenzaron a escarbar la tierra, removiéndola con las manos como palas. Y huesos y más huesos escondidos brillaron ante la luz del sol...
            La Salamanca había sido vencida por el poder de la Pachamama que nunca desprotege a sus hijos y castiga a los que torturan o asesinan.
            Al otro día, diarios del país anunciaban en grandes letras el hallazgo. Hablaban de cadáveres desenterrados en el socavón de Monteros.
            A unos meses, identificados, resultaron ser desaparecidos del 76...
            Ahora, en el pueblo, cuentan que el diablo no anda más por los socavones, que se fue hacia un Imperio que todavía tiene en un país de América del Norte, donde la Pachamama trata de correrlo, desencadenando Huracanes y Tornados.


 Belgrano, 2005.
NOTA: La leyenda dice que en los socavones se hacen pactos con el diablo.

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