CAVILANDO
Deslizo los ojos por el río inmóvil
Me enceguece
Como traga lentamente el crepúsculo
Y la lengua de mi sombra anfibia
Cruzo el puente milenario
Suspendido sobre el agua y su angostura
Como vereda interminable
hacia la otra orilla
Se acerca la tristeza de la noche
navegando
en la luna
de un cuarto menguante
En el humo ensortijado de mi cigarro
se esfuma la caricia migratoria
De un ave acongojada
Recuerdos de infancia
(Palermo Viejo)
La recuerdo encorvada en la tina de un silencio sin fondo, donde caían sus tristezas pobres.
Friegan que friegan sus manos en la tabla gastada, donde retuerce recuerdos y secretos.
Amanecen abriles, llueven mañanas, se apagan atardeceres. Parece esperar día tras día que alguien llegue del otro lado del mundo y llame a su puerta. Las nueve puertas que dan al patio central, rodean a la mujer en la artesa. Se escucha bajito tangos y milongas de una radio de madera.
Corretean los niños atrapando panaderitos volátiles. Ladran los perros asustando a los macetones de hortensias y geranios.
Llaman a la puerta, algún provinciano que viene a probar suerte a la ciudad porteña y pregunta por el alquiler de una pieza. Entran, la puerta siempre está sin llave.
Temprano en la mañana, el panadero pedalea hasta el patio grande con su triciclo verde, tocando la corneta. Se escucha el cencerro del caballo del carro lechero, el hombre se apea, deja las botellas de leche en el umbral de la puerta de entrada. Apenas se va llega el sodero, detiene el carro, delante de la casa, y los caballos plumereando la cola dejan su cuota de descarga en los adoquines. Se anuncia el cartero y asoma su figura a la glorieta colmada de glicinas, con la correspondencia tan esperada. Pasa el afilador y su música de armónica, pidiendo cuchillos, tijeras, y paraguas para arreglar. Se detiene otro carro abarrotado de cestos de mimbre, plumeros y escobillones. Pregona a garganta abierta la mercancía mientras los caballos menean sus largas colas y mojan de amarillo el empedrado. Se escucha los gritos del pollero, que ofrece a las doñas, pollos, gallinas batarazas y pigmeas ponedoras. Va de puerta en puerta, lleva cinco en cada mano colgando de las patas con el pico abierto. Entre un vendedor y otro se mezcla el turco con la valija en mano, peine, peineta, camisa, camiseta. O la gitana andaluza, recién bajada del barco con su maleta de madera ofreciendo cortes de hermosas sedas estampadas.
El trompo gira y gira de este y del otro lado del mundo. Lejos quedó la garita de la esquina en el medio del cruce de las calles, el trolebús chispeante y el tilín tilín del tranvía.
Imagino el caserón con yuyos colgantes en las grietas de las paredes descascaradas
La puerta cerrada con llave, y adentro el patio baldío y la vieja tina solitaria, donde apretujados en el fondo quedaron los secretos.
Sabes Jóse, un secreto escapó y vive conmigo ( tengo una tabla de lavar hollada de sueños caminadores). Gracias por este recuerdo. Lilia
ResponderEliminarJosefina: cuántos recuerdos. Este relato es una sucesión de imágenes. Muy bueno, te abraza,
ResponderEliminarSabes josefina? me siento integrada en "tus" recuerdos de infancia. Los seguiré leyendo.
ResponderEliminarTe felicito. Un cariñoso saludo de Trinidad.
HOLA JOSEFINA
ResponderEliminarHERMOSO LOS RECUERDOS DE LA INFANCIA ,LATIA ,MI CORAZON, POR QUE EN OLIVOS PASABA LO MISMO ,ME FUI A TANTOS RECUERDOS, VI TANTAS CARAS DEL LECHERO EL Q VENDIA QUESOS ,Y ME SENTI CHIQUITA LEYENDO ESTO
MUY LINDO GRACIAS MARTA