La primera cuna es el pantano
al que siempre vas como una piedra
y te tiras de espaldas y chapoteas
como queriendo pudrirte
en placer amoral, supremo, primigenio.
La niña del infinito está allí
con su mirada nutricia, maternal
y su cabeza es tan inmoral
que te recibe, acuéstate en mis senos,
parece que te dice, cuando te acercas
con un julepe de lianas y el duro cordel
de las enredaderas.
Te das a ella, tierra básica,
a su base hipotalámica del gusto.
Ella te arranca los calzones,
así se alcanzan desnudos, sudorosos;
se comparten el humus, el hiperovarismo,
el agua espesa del pantano.
Explotan en placeres que parecen
realmente infinitos, aunque sigan
oscuros, indecibles, censurados
en al engañosa magia del mito.
Del libro TETH, MI SERPIENTE
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