OSCURO DESPERTAR
Quien no llena el mundo de fantasmas,
se queda solo.
Antonio Porchia. “Voces”
Se acercaron tanto que pese a la neblina pude verlas, a una de las jóvenes borrosamente, a la otra con total claridad, si bien su cara estaba desdibujada era nítida su mano señalando el pecho. -Ves, aquí -decía señalándose debajo del seno derecho -, aquí me hicieron estos cortes para cambiarme el código de la tiroides, con el dispositivo de reprogramación genético.
-¿Pero están locas?- grité -¿Cómo se atrevieron a ir allí solas? Saben que es peligroso, que no se puede ir contra ellos, que son más poderosos que nosotros… Pero, a esa altura, ya estaba con los ojos abiertos y el agitar angustiado de mi respiración daba cuenta de la brusca interrupción del sueño.
No recuerdo los rasgos de las caras, pero desperté con la convicción de que eran mis hijas quienes vinieron a contarme que estuvieron retenidas en el laboratorio de aislamiento del otro lado de la muralla.
Un malestar duradero me acompañó toda la mañana, incluso después de haber desayunado percibí que sostenía el ceño fruncido, lo cual no es habitual en mí. No pude menos que relacionar mi sueño con la inquietud que provocan en mí los cambios que se están gestando en mi familia. Mi hijo mayor se desvinculó de la empresa familiar para iniciar un proyecto propio en Canadá y la menor de mis hijas va a dejar la casa para vivir sola. ¿Qué oscuros peligros presagio para mis hijos lejos de mí? Como si yo garantizara su protección, bajo el ala de mi amparo… ¿Quién creo que soy?...acaso, soy la exitosa abogada…que no puede ayudar a nadie.
-Vivimos en el 2012- me digo para acallar los miedos- el peligro que nos acechaba hace cinco años, con la invasión de los indur desde el oeste, hoy no está presente en la vida de mis hijos. La situación se ha acomodado un tanto, si bien es cierto que los escarceos en la frontera continúan casi a diario, con la construcción de la muralla se han logrado mantener a distancia los atentados. Sin embargo… qué fantasías aterrorizan mis sueños para que el despegue de los proyectos de los hijos se presente tan amenazante.
Me sobresalta el sonido del timbre por tres veces repetido. Había olvidado que Ana vendría a buscarme temprano. La hago pasar.
-Qué cara, querida, ¿hace mucho que no pasa nada?
No pierdo tiempo en explicar mi traumático sueño y me cambio aceleradamente.
-Juntá todos los papeles desparramados por el escritorio y ponelos en la carpeta azul.
Estoy lista en un periquete, lo bueno del apuro es que me obliga a pintarme con tres trazos rápidos y a la calle. Agradezco que todo se tramite ahora en los Tribunales de San Isidro, ya que la zona de protección no incluye el centro de la ciudad que permanece vedado por el riesgo ante los frecuentes atentados.
En el viaje en camioneta, mientras intento esquivar los pozos que las esquirlas abrieron en el cemento, Ana quiere enterarse de lo ocurrido anoche.
-¿Estuviste con Seba? Esa cara puede ser de una noche mal dormida pero bien cogida.
-Siempre brutal, nada metafórica ¿eh?
Si algo caracteriza a Ana es un habla centralmente erótica pero siempre arrabalera. Sabe que no me gusta y lo hace para provocar alguna respuesta mía; pero hoy no, hoy no voy a discutir. Muy profesional, cambio responsablemente de tema.
-Ana, vamos a lo nuestro. Se trata de una conciliación, pongámonos de acuerdo, vos no hablás. No vamos a echar todo a perder antes de empezar, nos conviene el mutuo acuerdo y no venimos a pelear con Julio, sino a confirmar lo acordado.
Sabemos qué es lo que interesa a Ana: hacerle daño a su ex, por eso en la pelea por las propiedades, no va a conceder nada. Pero como la conozco desde la secundaria, intuyo que en cuanto pueda va a lanzar dardos envenenados a Julio por el engaño que aún hoy no perdona, seguramente inoportunos para un trance de divorcio del que ella sale gananciosa y él toma distancia afincándose en otro país.
Qué contradictoria soy, eficiente abogada para divorcios ajenos, pero el mío nunca quise afrontarlo. Estoy separada de Antonio hace tanto tiempo que se ha cristalizado mi estado de soltería, no obstante, por alguna extraña resistencia nunca pude terminar legalmente mi relación con él. Me excuso en la distancia que nos separa; se fue a vivir tan lejos, que es una complicación citarlo para los trámites. Dudo ahora si los hijos tuvieron algún peso en mi inercia… se tratará de mantener la ficción de un matrimonio separado pero no del todo o tal vez…
Llegamos.
Subimos a la camioneta luego de terminadas con rapidez las gestiones y nos lanzamos de nuevo hacia el corazón del Barrio Norte, quizás el mejor protegido de la ciudad. A poco de andar, el parloteo agitado y feliz de Ana se interrumpe brutalmente. Una vibración profunda de la tierra sacude al vehículo por el aire, clavándose en los adoquines, semi ladeado y con las ruedas girando violentamente. Sin siquiera ponernos de acuerdo, las dos tardamos un instante que ni recuerdo en salir por la ventanilla quebrada que nos rasga la piel y la ropa. Huimos de allí a toda carrera junto a un tumulto de personas desordenadas que corren también.
Sigo sin entender qué pasó, tosiendo a causa del humo que, oscureciendo la atmósfera, va tragándose la montaña de escombros que divide en dos la ciudad. Ya no puedo ver a Ana ni a nadie más, sólo escucho gritos y lamentos, mezclados con sirenas. Arden mis ojos humedecidos por las lágrimas; ensordecida por la explosión me siento extraviada en un lugar desconocido, no encuentro los edificios modernos ni las apacibles construcciones coloniales. Nada de lo conocido logro reconocer a mi alrededor; súbitamente, me percibo situada en otra escena ajena, extranjera.
Me echo a andar lentamente, sola, vencida, casi sin importarme más nada, sin ocultarme, tropezándome con pedazos de piedras y mampostería estalladas por el camino. De repente, una joven pálida cubierta de un polvo blanco aterronado se desliza hacia mí, como si surgiera de las más profundas grietas de la tierra, resucitada. Su mirada extraviada se orienta hacia un punto distante y su mano señalando el lado derecho debajo del pecho, del que corre un espeso hilo de sangre, intentan decirme algo. No siento temor alguno, una claridad despojada de antiguos velos me inunda, tal vez por sentirme parte de un plan elaborado de antemano, o quizás por haber logrado descifrar el fundamento de su gesto. No importa qué, sólo sé que, erguida sobre mi propio cuerpo, le tiendo mi mano firme que ella sujeta con fuerza, y así, enlazadas, nos alejamos juntas por la misma senda.
Las palabras ya no son necesarias.
Me gusta que las palabras no sean necesarias y basta el fundamento de su gesto
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