jueves, 17 de junio de 2010

Nélida Beatriz Hualde-Buenos Aires, Argentina/Junio de 2010





                                    HISTORIA DE UNA MUJER

A esa mujer le apasionaba el juego. No diré su nombre para salvaguardar su imagen.
Todos los días iba al casino de Tigre, que le quedaba cerca, solo a dos cuadras de la casilla que ocupaba en una villa.
Nunca ganaba, y desolada veía como sus magros pesos los dejaba en el juego. Una ficha, y otra, y todas, desaparecían como por encanto.

Entonces su recurso  para conseguir dinero era  ir a la casa de la abogada que vivía en  el palacete y le hacía una limpieza completa.
 Frenéticamente sacudía  las alfombras, lustraba los pisos, lavaba la ropa y la planchaba y hasta arreglaba el jardín y le ordenaba los libros. A veces también le pasaba en la máquina de escribir algún escrito con vencimiento inmediato de presentación.

La doctora,  con tanto trabajo como tenía en su profesión, no daba abasto.
 Pero   era tan buena persona que a pesar de estar siempre muy ocupada  tenía tiempo para hacerle oír sus palabras de consuelo ante  su mala suerte.
 No era mucho lo que le pagaba, pero le permitía a la sierva que siguiera jugando.
 Y así, las dos estaban contentas

Un día esta mujer –la del casino- conoció allí a un señor que le dijo saber de algunas cábalas y fórmulas para tener suerte en el juego y lograr prosperidad en la vida.
Señalo que ese señor tampoco era afortunado en el juego. Pero él decía que era afortunado en el amor, y así lo prefería.
El hallazgo de ese hombre estimuló su ansiedad y por otra parte, era tan convincente y simpático, exponía con tanta claridad su filosofía de vida, que muy pronto se hicieron amigos.

Tuvo la suerte de que la invitara a la casa de doña Ermenegilda, su maestra y consejera.
Ella vivía  en un pueblito alejado de Tigre, donde ejercía  su ciencia, practicaba los ritos de sanación que conocía por haber estudiado indigenismo en el Norte, y orientaba a los que no tenían mucha suerte.

Por fin llegó el día.
 Su amigo le había pedido que vistiera una túnica blanca, con solo un adorno (una flor o un pañuelo ) de color violeta. Zapatos y medias rojas. Si  podía o tenía como joya, solo una cadenita.

De acuerdo a su consejo se levantó  muy temprano, rezó durante media hora con mucha devoción, ayunó, y así salió, limpia integralmente de cuerpo y alma.
Después de mucho viajar, llegaron.

La casa, muy humilde. Casi podía decirse que era un ranchito de barro y paja. Pero eso convenía a doña Ermenegilda que no gustaba aparecer ostentosa ante sus pacientes sino más bien  recatada.
Adentro se veía poco. Sin más luz que la de algunas velas y con los cortinados oscuros, el lugar era un poco lúgubre. Pero doña Hermenegilda lucía espléndida con su bata roja y muchos collares brillantes y pulseras tintineantes.
Sus grandes ojos negros, de mirada penetrante, la examinaron en silencio.
 La visitante, que sabía de esos silencios mortificantes, tuvo miedo.
 Pero cuando escuchó su voz ronca pronunciando palabras de aliento, se tranquilizó y la primera impresión de estar en un mundo sobrenatural desapareció.
 Ciertamente, ya no dudaba. Estaba frente a la persona que la protegería, a ella y a su familia.

Doña Hermenegilda le enseñó con toda paciencia una  fórmula casi mágica que la ayudaría para siempre.
No necesitaría muchas cosas. Solo un cartón, que podía ser la tapa de una caja de zapatos, tinta roja que simboliza la sangre  y una pluma de gallo.
Le dijo:”Vos tomás  la pluma con la mano izquierda y con la mejor letra que podás escribís una oración a las fuerzas celestiales – lo que se te ocurra – pero con alguna palabra en latín. Lo ponés debajo del colchón y cada noche, antes de dormir, lo leés con mucha fe y esperanza treinta veces.
 Lo importante es que tengás mucha convicción.
 Ya vas  a ver que en tus sueños va a aparecer un mensaje que te indicará, sin error, el lugar, día, hora y número que debés jugar.”

Le reclamó mucha paciencia, porque los datos podían tardar en llegar.
 Mientras tanto debía ir a su  consultorio una vez por semana, para recibir su estimulación.
 Establecieron que cada vez debía pagar cien pesos. Ese día, como no había llevado tanto dinero, se conformó con recibir la cadenita con el crucifijo que llevaba en el cuello.

Salió contenta

 Pero para cumplir con doña Hermenegilda, pagar los viajes y seguir jugando, ahora tiene que trabajar en varias casas y la pobre está cansada.
Hace dos años que fue por primera vez y a pesar de seguir estrictamente las indicaciones, los sueños no le revelan los ansiados datos.
Más aún. Es tanto su nerviosismo que a veces pasa noches enteras sin dormir. Por lo tanto, no sueña.

Su amigo, que ahora vive en su casa, dice que debe ser por eso, porque hay un trastorno onírico en su vida. “Síndrome onírico” dice que tiene.
Ella no se queja. Solo dice que está algo cansada. Tanto trabajar y trabajar…
Siempre esperando y esperando…
Lo único que la consuela es que todavía puede jugar.

2 comentarios:

Laura Beatriz Chiesa dijo...

Nélida, un relato interesante. La ilusión hace creer y hacer lo imposible. Un abrazo,

Anónimo dijo...

Nélida: Un relato aleccionador.Te felicito. Lilia