miércoles, 21 de julio de 2010

María Antonia Moreno Mulas-Salamanca, España/Julio de 2010


Dos mujeres
Es una mujer que mira a otra. Mira el pelo que ondea, bandera impulsada por una brisa invisible. Los ojos se le quedan prendidos en el rostro que luce una sonrisa inexplicable: seria y traviesa a un tiempo. No se siente incómoda con el hecho de que esa mujer muestre su pecho desnudo: es toda una belleza. Y a esta mujer de mirada soñadora le gusta la belleza, el azul, los viajes y la vida.
Es una mujer que mira a otra. Observa cómo sus ojos la recorren toda entera y le gusta esa contemplación suave que parece acariciarla, como ola de mar. Se ha acostumbrado a su presencia callada, a su observación detenida y meticulosa. Dentro de poco sacará el block de dibujo y los lápices de colores y, como una niña curiosa, la dibujará una y otra vez, y otra, y otra, y continuará emborronando cuartillas y mirándola; quieta e interesada. Se pregunta cómo la ve esa mujer, si intuirá si se siente como un insecto raro prendida en la pared.
Pongamos que la mujer que dibuja se llama Eva. Eva se complace en las curvas amplias de la otra mujer, en la superficie satinada de los volúmenes, en el rojo fuego de sus labios, en su misteriosa sonrisa y en la textura rosácea de sus pechos. Es tan difícil dibujarla como maravilloso.
Pongamos que la mujer prendida en la pared es un mascarón de proa de un barco que naufragó en las costas de un país hermoso y distinto. La rescataron de las profundidades para sujetarla a una pared del museo naval donde se encuentra sola y triste. Ya no escucha el estrépito de los marinos en la cubierta, ni las imprecaciones duras y soeces del capitán, ni los murmullos enigmáticos del océano. No ha vuelto a encontrarse con otros mascarones; hermosas figuras de colores desvaídos, requemadas por el sol y la espuma del agua que se amura en la proa.
Eva cierra los ojos. Sueña con viajes, doblones, islas desiertas y piratas buenos. Suena el móvil; es su hijo, es hora de ir a casa. Hay que hacer la cena, sacar al perro, poner una lavadora, mirar por la ventana y contar las estrellas antes de irse a dormir. Eva adora las cosas bellas, viajar en pos de horizontes azules, y todo lo bueno que hay en la vida.
Nuestro mascarón la ve marcharse. Y se siente un poco más triste. De pronto cae en la cuenta. Ella volverá y sacará el block de dibujo; sus ojos la acariciarán entera y su mano dibujará el vaivén imaginario de sus senos. Como las mareas, esa mujer aparece y desaparece y, aunque no lo sabe, se ha convertido en un pedazo de mar: el único del que ahora goza nuestro bello mascarón de proa.

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