domingo, 17 de octubre de 2010

Deb Stofen-Buenos Aires, Argentina/Octubre de 2010

Castigo divino



Abrazados frente a la gota que cae y nos agota. Es que dejame recordar querido ¿cuántos plomeros decís que han pasado por nuestra casa? Avelino, Sandor, el filósofo, Leíto, ¡bueh! creíamos que era plomero. Y ahora Nelson. Al fin  Karen ayudándonos a resolver las pérdidas. Por primera vez tu analista te da un recurso claro y útil. ¿Tardará mucho en llegar Nelson?
Vamos por la cuarta vuelta ya. No, no estamos corriendo alrededor de una plaza, no estamos haciendo aerobismo, estamos intentando descubrir de dónde viene la pérdida.
 Gotea y gotea y no para de gotear.
Son las ocho de la mañana del día martes trece de enero y Leo toca a nuestra puerta por cuarta vez en lo que va de los últimos cuatro días. A la misma hora, con la misma ropa, las mismas herramientas y el mismo fin. Ver de dónde viene el agua. Tenemos un hermoso balde rojo en el comedor, pegadito a la pared del cuadro de Miró, dos lindísimos trapos de piso color gris de trama gruesa y una preciosa caída de agua que baja por la bovedilla haciendo tac, tac, tac en forma intermitente.  Pero… ¡eso sí! , no vayas a decirle a Leíto que te está destruyendo la casa ¡no!, de ninguna manera que se ofende, hace pucheritos y lo llama a su papá para contárselo todo todito.
Pero Leo, ¿por qué te ponés así? Debí comprender que vos sos el hijo del plomero, no el plomero mismo.
Haber terminado con este final tan poco romántico entre vos y yo, con un portazo de tu parte y aquellas palabras que, honestamente, no pretendieron ser hirientes, simplemente sinceras.
Son las 12.00 del mediodía y Leíto se está yendo a la misma hora, con la misma ropa, las mismas herramientas y su nueva pose: Leo, modelo aplastado.
Recuerdo el primer día, canchero, seguro y contento, diciéndome: -Asunto terminado !Son trescientos pesos!


Te fuiste tranquilo a tomar una birra con los amigos. Les contaste que tu viejo te dejó laburando, mientras él veraneaba, que por cuatro horas no está nada mal. Que el viejo se lo merece. Medio plomos en la casa del arquitecto, siempre se ligan todos los “vicios de la construcción”. A vos te dicen: -Rompé, y vos rompés y seguro que te mandás alguna macana. Pero al final te comprenden porque pasa eso en las obras. Si no es uno, es el otro. El pintor se queja porque el electricista ensucia mientras hace las canaletas. El plomero que acusa a los albañiles de tirar material dentro del caño de PVC. No querés hacerle daño a nadie, vos venís a hacer tu trabajo y vas de a poquito rompiendo un pedazo por aquí, otro por allá, un poquito más y más hasta que no sólo sacaste el bidet, desarmaste la bañera, seguiste por el piso del cuarto de planchar y así, como una hormiguita laboriosa, fuiste avanzando por la casa.
-Ay Leo, ¡qué sensibilidad¡ para mí que vos no sos plomero, para mí que sos poeta o cantante de ópera.
Te quiero comprender, disculpame que no preste suficiente atención a tus tan lógicos argumentos, alguito estudié en la facu, vasos comunicantes, capilaridad, Arquímedes, Boyle y Marriot. Pero ¿sabés qué? Yo no te ando contando mis cuitas, de modo que cuando vos o el arquitecto intentan explicarme que debe seguirse “investigando” que debe buscarse la “ruta”, “la pista”, “ la huella”, a mí me entra por una oreja y me sale por la otra, al igual que ha de hacer el agua que, evidentemente, entra por un caño y sale por el otro, ya que todo lo que entra sale y también sube a la planta alta y luego baja, tac, tac, tac, por la gotera del comedor.
Cuando hoy, valija en mano, te ibas, Leíto, disculpame si con cierta rudeza  o con el apuro de llegar a casa, acalorada, o quizás malhumorada por el tránsito, pensando en vaya a saber qué, te pregunté inocente : -¿Ya está terminado, verdad ? y a tu respuesta de -Aún no se puede tapar hasta ver qué pasa pero: YA ESTÁ SOLUCIONADO, con un leve dejo de escepticismo,   infundado en nuestra humilde experiencia de estos cuatro días de convivencia, te contesté bajito: -¡Ah!


Qué cosa, me decís siempre lo mismo y cada vez la casa está más rota. A lo cual me respondiste: -Y ¿qué quiere? ¿que me meta dentro del techo y se lo seque?
Como hubiese hecho mi sabia madre, dije el diez por ciento de lo que pensaba, y me fui silbando bajito hacia afuera, simplemente para no hablar más del  asunto y dedicarme a escribir este testimonio, que dudé si llamarlo : vicios de la construcción. La madre del borrego, dónde está? Leo y sus explicaciones que no me conforman. Los caños, ¡coño! Los plomeros me hacen llorar, etc., y finalmente titulé: Castigo divino.
Lo que yo no sabía Leo, era que nuestra historia no terminaba aún. No sabía que después de irte. Después de dejarme. Después de responderme y yo callar mi : -¡A este pendejo tengo ganas de matarlo!, iba a llamar tu papito, para decirle al arquitecto que la señora de la casa te había maltratado y que el trabajo no lo iba a terminar porque al nene, cuando rompe, no le gusta que lo molesten, que se pone mal, que ahora voy a tener que pagarle unas sesiones con Karen, que el chico es grande pero no tanto y que si quemó la alfombra con el soplete será porque se distrajo, que a cualquiera le pudo haber pasado.
Como somos del gremio, todo lo comprendemos. También este bajón de Leíto.
Y tanto te comprendo Leo, que al tiempo que caen las gotitas que van lentamente llenando el balde rojo, que hoy es el toque de color que se presenta como fuente de energía que emerge y fluye y confluye en él, me he puesto mi impermeable comprado en Falabella, un  paraguas y galochas, feliz, contenta, radiante, exultante, aguardando que Nelson, el plomero que Karen nos ha recomendado, llegue.
Mientras tanto, Pablo toca los primeros acordes de Singing in the rain, para que bailemos y alegremos más aún nuestros corazones.
Perdón Leíto, debí agradecer al Altísimo el haberte conocido y no perder el tiempo escribiendo sobre este castigo. Divino, Leíto. Divino.

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