lunes, 18 de octubre de 2010

Nélida Beatriz Hualde-Buenos Aires, Argentina/Octubre de 2010

Decisión


            El viento soplaba fuerte y arrojaba la nieve a lo largo del campo que recibía su castigo silenciosamente.
            Se oía el rumor de perros, algunos perdigueros, que buscaban refugio.
            En la construcción precaria la pareja se sentía bien a pesar de todo. El techo de zinc agujereado producía música de flautas y oboes cuando lo atravesaba el viento.
            La mujer se levantó de pronto y moviendo la cortina de la ventana con la mano derecha, mientras su mano izquierda se apoyaba negligente sobre su cadera, miró hacia afuera.
            -Tenés que irte ahora, dijo quedamente, pronto vendrá él.
            El hombre, un joven muchacho, asintió con la cabeza y comenzó a vestirse.
            -¿Me llamarás el lunes?, preguntó cuando estuvo listo - ¿a la misma hora?
            Ella trató de dar a su voz un tono indiferente. Conocía la fortaleza y la debilidad de sus clientes. No sea que él creyera que este encuentro había sido diferente.
            -Pero claro, contestó mientras observaba que al único árbol que había afuera se le habían caído las hojas. Algunas que quedaban se balanceaban en el aire para ser finalmente arrastradas.
            Pensó que su marido estaría en el sótano destilando aguardiente clandestino y que traería una botella para levantar el ánimo y aliviar el frío. Una sola vez había estado en esa cueva llena de alambiques y aparatos que él mismo inventaba. Él decía que era su fábrica.
            No quería a ese hombre ordinario y terco, tenaz hasta el aburrimiento y a quien debía sostener porque con su “fábrica” no ganaba nada. Si no fuera por su trabajo…
            Pero esa situación no la podría soportar toda la vida. El caso era tomar alguna decisión, pero qué podía hacer, ella creía en la dignidad con comodidad y hasta ahora ningún hombre se la había regalado. Esperaría un poco más…
            Por primera vez pensó que era hermosa, que su vestido azul le sentaba y le preguntó al hombre ¿te gusta mi vestido azul?
            -¿Sabe? el azul es mi color favorito y a usted le queda muy bien, ¿sabe otra cosa? Yo creo en la dignidad con comodidad. Escuche: dignidad con comodidad, ese muchacho soy yo, para servir a usted.
            -Por favor, quedate, pidió.
Corrió la cortina y se desnudó otra vez.

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