ENCUENTRO
Apretujado en su celda diminuta, con los pies haciendo presión sobre la pared de enfrente, la espalda aplastada contra la pared del fondo, el frío y la humedad calando en el cuerpo hasta los huesos; esperaba con la certeza de que era lo único que podía hacer. Esperaba sin saber qué esperar, sin saber cuánto esperar, ya que a fuerza de golpes y picana se pierde la noción de las horas, los días, los años. Estaba muy dolorido. Hacía rato que había terminado la sesión periódica de “parrilla”.
Y lo vio. Fue como si la pared del calabozo se espejara. Pero no había reflejo. Mas bien era como si estuvieran proyectando una película. Lo miró y él le devolvió la mirada.
—¿Y tu de dónde coño has salido? —dijo el otro.
—¿Y vos de dónde saliste? —preguntó él al unísono.
Detrás de la pared, que ya no existía, también era calabozo pero un poco más grande. Dos cuerpos yacían juntos, como amontonados. Más cerca, un hombre vistiendo harapos, magullado y con las indelebles marcas de la tortura reciente, como él; con barba descontrolada y cabello pegoteado, apelmazado de sangre seca, grasa y suciedad, también como él. El asombro duró solo un instante. Después, el hambre de compañía y el acostumbramiento de seres ya incapaces de sentir asombro pues ya han visto todo, hicieron que dejaran de lado todas las conjeturas lógicas.
—Jaime Spolski, un gusto, si eso se puede decir.
—José Amatria, republicano, combatiente del POR.
—¿Del POR?
—Partido Obrero Revolucionario, ¿No has oído de las milicias libres del POR?
—Sí, en los libros.
—¿Y tú?
—Yo soy… Era estudiante de derecho, Militante social, sin partido político, independiente.
—¿Pero cómo? ¿Con quién combatías?
—Hay una confusión ¿En que año crees vivir?
—En 1939 ¿En cuál si no?
—¿En que país?
—En España, por supuesto.
—No tan supuesto, yo estoy en Argentina, en 1977.
Hubo un mutuo gesto de asombro, pero duró muy poco. Ambos confraternizaron de inmediato.
Aceptaron la situación de encontrarse en una encrucijada de tiempo y espacio, pero hablaron sobre todo de cosas más urgentes, esenciales.
Trataron de convencerse mutuamente de sus ideales. Llegaron a la conclusión de que, por distintos caminos querían lo mismo.
El español se guardó para sí la propia calificación del otro: Un idealista pequeño burgués, inocente, sin método ni ideología, creído en que sin la fuerza podría luchar contra el hambre y la miseria social organizada.
El argentino también se cuidó de decir que él ya conocía el resultado de la guerra, la derrota catastrófica de la Revolución Española.
—Te presento a los compañeros —dijo el español y se puso a sacudir a los tendidos.
—¡No! ¡Dejalos que duerman!
—¡Que va! ¡Despierten, coño, que tenemos visitas!
Los dos que estaban tumbados en el suelo, se sentaron.
—Son alemanes; no entienden casi nada de castellano; igual, yo te traduzco.
Se pusieron a conversar y cada uno contó sus motivos: los alemanes enteraron a Jaime de las actividades de las brigadas internacionales; de cómo habían cruzado los Pirineos desde Francia para tomar contacto con las milicias en lucha; de la importancia vital que tenía la defensa de la nueva República Española. Ellos no sabían, porque aún en su época no había sucedido, de la gran guerra, de todo lo que después pasó y de las catástrofes que sobrevinieron.
Ellos apenas sabían que existía un país en América del sur llamado Argentina, el país del gran Carlos Gardel.
El español sí sabía bastante de Argentina. Tenía parientes que le escribían desde la lejana Buenos Aires, de un pequeño lugar lleno de napolitanos llamado La Boca.
Y en esa encrucijada témporo-espacial floreció una hermandad de luchadores que en unos pocos minutos fueron compañeros de toda una vida, los cuatro con un mismo horizonte.
También hablaron de los hijos, de los hermanos, de los compañeros que se quedaron en el camino y de los que habrían de continuar; de un porvenir venturoso y de una posteridad que se estaba moldeando. Lo decía como si compartieran la misma época y el mismo destino desde un lugar equidistante que ya no era más 1939 ni 1977 sino un punto de victoria segura en una curva del futuro de la humanidad. Así pasó la noche.
—¿Y qué va a ser de ustedes? —preguntó el argentino.
—Ya está amaneciendo —dijo el español. —En minutos nos espera la muerte por fusilamiento.
—Por lo menos ustedes tienen la certeza de saber cuándo van a morir; yo nunca sé que va a pasarme en el próximo minuto, y menos, cuándo mis carceleros me vendrán a buscar.
—También nosotros hemos sufrido torturas. Tengo tres costillas rotas, una incrustada en el pulmón izquierdo; éste (señaló a uno de los alemanes) ya no tiene uñas en los pies y le han arrancado un dedo. Franz (señaló al otro alemán) casi no puede incorporarse y menos caminar. Pero ya no importa. Todo, porque se mantenga viva la República que es de vital importancia para el futuro de la humanidad.
Jaime les encontró razón, sabiendo el desenlace de la historia y les envidió las certezas que él no tenía. Al menos, ellos morirían seguros de lo que pensaban. Tenían una causa. Veían al enemigo de frente. Él, con las mejores intenciones había nadado en un mar de incertidumbres y vaguedades, donde no sabía quién era amigo y quien enemigo y donde nada estaba claro.
—Bueno, amigo, ya vienen por nosotros. Te despedimos hasta siempre. Recuérdanos —demandó el español.
—¡Hasta la Victorria! ¡No pasarrán! —improvisaron los alemanes en un forzado castellano arrastrado, infiltrado de erres.
Jaime vio como se abrían unas puertas y eran llevados uno a uno los milicianos. Escuchó las descargas y los gritos: “¡Viva la República!”
Luego la pared volvió a ser de concreto color gris verdoso y enseguida los escuchó. Los pasos se acercaron; se abrió la puertita del calabozo. Eran los de siempre, pero esta vez lo llevaron a un cuarto distinto. Le aplicaron una inyección y mientras lo invadía la somnolencia escuchó que hablaban de un viaje en avión.
Hola Marcos!!
ResponderEliminarBuenísimo tu cuento, triste,doloroso, muy bien relatado, me gustó mucho!!!!
Te felicito!!!!
Gracias por compartirlo,
saludos Josefina Fidalgo
(he vivido en Tesei,de pequeña frente al C.C.)