martes, 16 de noviembre de 2010

Rolando Revagliatti-Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2010

Familia


El hermano, vistiendo sólo un pantalón vaquero, dispara balas de fogueo a la hermana, quien, cubierta con sólo una camisa vaquera, dispara al hermano balas de fogueo. Ambos con escopetitas, hermosos, tostados. Eternamente veinte años. Se esconden detrás de árboles y matas. Apenas agitados, cesan de disparar. No hay viento. El efluvio solar envuelve al hermano y lo constriñe:
—A mí se me mezcla, ¿no?... Se me mezcla. ¿No? Es como que no es de una sola manera. Se me mezclan... así... digamos... emociones... impresiones... y una especie de objetividad que se me aparece desde mi edad actual, desde las cosas que fui descubriendo. Era... muy caliente. Muy caliente. Quiero decir, muy de tener las manos calientes... siempre. Muy como implacable. Cariñoso. De estar siempre detrás de... del... del demostrar su cariño. Por ahí pienso que en realidad estaba tan... tan... tan desoladoramente necesitado de que... le dieran y estuvieran mucho con él demostrándole... que...; tal vez, todo lo que él hacía era para que le devolvieran... para... como si dijéramos para... provocar una suerte de inducción... a ver si yo me volcaba hacia él, a ver si era más expresivo con él, más comunicativo, más... más de ir a buscarlo, más de jugar con él, más de demostrarle que lo quería, o que era bueno que estuviera o que existiera, que fuera mi papá... Eh... Pienso ahora que... es más esto último, ¿no? Esto de... de... necesitar recibir... Y esto es cada vez más claro si advierto qué cosas empezó a decretar alguna vez, no sé cuándo. Empezó a decretar cosas tales como... besos... El debía ser besado por mí, al despertar... al saludarlo, al... decirle buen día. Y a la noche tenía que besarlo y decirle hasta mañana, que descanses, y era así... era por decreto. Yo... tal vez nunca lo he pensado antes que ahora mismo, y tal vez hay algún contenido secreto en esto que acabo de pensar, pero quizá, después, o antes, o igual que su madre, que a su madre, quizá, a quien más quiso o quiere, en toda su vida, es a mí.
Lejanos, con lentitud, paseando, avanzan los padres. La madre, tomada del brazo del padre. Trae una cartera. Son llamados al unísono por los hijos, que se acercan.
La hermana: —¡Mami!...
El hermano: —¡Papá!...
Al ser requeridos y tras un instante de vacilación, intentan acudir hacia el hijo por el que han sido llamados. Se topan de frente, chocan entre sí, seca y absurdamente. Caen. Muertos. Los hijos se aproximan a los cuerpos. Ella toca al padre con el caño de la escopeta. El se agacha. Mira en detalle a los padres, sin tocarlos. Deja su escopeta en el suelo. También la hermana deja la suya en el suelo, y agachada, mira en detalle a los padres, sin tocarlos. Se arrodilla y mira al hermano, quien levanta un pie de la madre. Lo apoya con suavidad en el suelo. Levanta un pie del padre. Lo apoya con suavidad en el suelo. Ella coloca los cuerpos boca arriba. El levanta la cabeza del padre. La apoya con suavidad en el suelo. Ella empuja con la punta de sus dedos la cabeza de la madre hacia uno de sus lados. Toca la nariz, los párpados, las orejas de la madre. El pone sus manos sobre las rodillas de la madre. Ella toma una mano del padre y la coloca sobre el abdomen de éste. Se acerca. Lo huele. El hermano mira a la hermana. Toma una mano del padre. La levanta y la deja caer. Levanta un pie de la madre y lo deja caer. Huele al padre. Huele a la madre. La hermana pone su cara sobre el hombro de la madre. El hermano hunde sus dedos en el busto de la madre. La hermana coloca el dorso de su mano debajo de las fosas nasales del padre. Palpa el antebrazo del padre. Besa la frente del padre. El hermano abre la cartera de la madre. Extrae una tijerita. Corta la corbata del padre, dejándole el nudo en el cuello. Mira la parte cortada, la alza, la tira. La hermana abre la blusa de la madre. Toma de la mano del hermano la tijerita. Corta un redondel de género de la enagua de la madre, que deja descubierto el ombligo de ésta. El pone su boca en el ombligo. Sopla. Se aparta. Mira a la hermana que, a su vez, lo mira. Vuelve a poner su boca en el ombligo de la madre. Sopla. Se aparta. La hermana se incorpora. Se para sobre los muslos del padre. Luego, lo descalza. Le saca una media. Le pone la media entre los dedos del pie. El hermano extrae de la cartera un osito a cuerda. Le da cuerda. Lo acerca a un oído de la madre. Le descarga la cuerda. Vuelve a darle cuerda. Lo coloca sobre el pecho del padre. La hermana le saca a la madre el pañuelo de seda del cuello. Le envuelve la cabeza. Los hermanos desabotonan las prendas de los padres. Las rompen con las manos y con la tijerita. Huelen los cadáveres. Se miran.
—Pero... pero... —dice la hermana— ¡pero no... suenan!...
Atardece rápidamente.

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