lunes, 20 de diciembre de 2010

Dora Perricone-Buenos Aires, Argentina/Diciembre de 2010

El abrazo

            Habrá salido del cine casi abrumado por la historia que acababa de ver.
            Así llegó hasta la estación de trenes, a la hora en que todos ansían retornar a sus casas, luego de la ardua jornada de trabajo.
            Sacó el boleto y revisó el horario y andén de partida. Cuando a lo lejos del ancho recinto, entre idas y venidas, voces y apretujones de la gente, llamó su atención una joven pareja. Parecían discutir; era ella la que más decía con los gestos de las manos y brazos que con las palabras. Su acompañante permanecía contemplándola.
            Vio que el tren estaba ahí, esperándolo, pero esa mujer seguía llamando su atención. Sus brazos y manos iban formando figuras que acompañaban un discurso que él no podía escuchar.
            Las imágenes comenzaban a fundirse en su mente con la triste historia que desde la pantalla cinematográfica le mostrara aquella chica sobrellevando el drama de la soledad, con la única compañía de un perro.
            También él sintió la soledad en medio de tanta gente, y en un impulso intentó acercarse hacia esa joven que seguía gesticulando.
            Al llegar al lugar ella ya no estaba.
            Sólo vio a su acompañante. Al mirarlo, los de él no le dijeron nada.
            Sin obtener respuesta, desvió la mirada y la vio a lo lejos, corriendo, con sus movimientos envolventes, como abrazando al mundo, pensó.
            El tren ya se había ido.

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