lunes, 20 de diciembre de 2010

Juana Castillo Escobar-Madrid, España/Diciembre de 2010

Tártaro* Club

Era verano, hacía calor, y acababa de enamorarse, al menos eso era lo se decía por enésima vez. Él era el eterno don Juan, el eterno enamorado de la belleza, pero, a la vez, el eterno burlador, el que jamás ponía el corazón en ninguna de sus conquistas que eran poco menos que juguetes: una vez desvelados todos sus secretos eran arrinconados para siempre, caían en el pozo profundo del más negro de los olvidos.
En cuanto la vio, sola, sentada en una de las mesas del local, opinó que ya era el momento de empezar de nuevo el juego de la seducción. Amaranta, cuarenta y ocho horas antes, decidió dejarle. Estaba libre de nuevo. ¿A qué esperar más tiempo? Además, no podía permitir que cualquier pipiolo le robara aquella preciosidad que, según él, estaba pidiendo guerra con todo su ser.
Apuró la copa de bourbon que sostenía en su mano izquierda, la dejó sobre la barra y deslizó un billete en el bolsillo de la camisa del camarero a la vez que le decía algo en voz baja. Luego, después de atusarse los aladares, ya entrecanos, se rehizo el nudo de la corbata de seda que poco antes se deshizo a causa del calor sofocante que se respiraba en el local. Caminó con paso elástico a través de la pista, sorteando a parejas que bailaban o, simplemente, permanecían abrazadas, como estatuas siamesas que, de vez en cuando, respiraban para poder continuar con vida. Cuando llegó junto a la mesa esbozó una sonrisa lobuna. Sus blancos y bien delineados dientes brillaron bajo las luces de los láseres de colores que ambientaban el local.
- ¿Espera a alguien? -Le preguntó tratándole de usted, para que ella viera que, quien estaba a su lado, era un caballero, por tanto alguien de quien se pudiera fiar.
- Puedes sentarte. Es lo que estás deseando desde hace un buen rato.
La respuesta de ella lo dejó, por un momento, sin palabras. Pero él no se amilanaba así como así. ¿Qué ella quería guerra? Pues la tendrían.
- Gracias… ¿cómo te llamas?
- Bel.
- Precioso, nunca conocí a nadie con ese nombre.
Hubo unos momentos de silencio. Él aguardaba la pregunta de ella. Pensó que, como era lógico, también querría saber el suyo, pero Bel no abrió los labios, sólo esbozó una sonrisa que a él le pareció astuta, incluso algo maliciosa. Entonces llegó el camarero con una hielera en la que se enfriaba una botella de champán francés. El más caro. El que solía pedir en ocasiones especiales y ésta lo era. Mientras que el camarero abría la botella y llenaba las copas, él contempló a la mujer: era hermosa, muy hermosa. El cabello rojo, largo y ensortijado, le caía suelto por la espalda hasta más allá de unos hombros redondos, apetitosos; los ojos eran dos carbones apagados pero que destellaban en medio de una cara ovalada, de rasgos perfectos y piel casi transparente; la boca, un corazón que sonreía sin parar. El vestido rojo, escotado, de satén, se le pegaba al cuerpo resaltando unas formas perfectas...
- ¿Algo más?
La pregunta del camarero le sacó de su nube.
- No, Tony, todo está bien. Gracias.
El joven regresó a su puesto detrás de la barra.
Él, después de mirarle a ella a los ojos durante unos instantes, tomó una de las copas y se la alargó. Sus dedos se rozaron y él sintió como si las burbujas del espumoso se le hubieran colado ya por la nariz bajándole hasta el estómago revolucionándoselo.
- Yo me llamo Ernesto. Ernesto Palacios –le dijo mientras asía su copa por el tallo de la peana-. Soy el dueño de este club y de una veintena más. Todos ellos abiertos a lo largo de la costa.
- Lo sé –fue la única respuesta: escueta y algo seca.
- ¿Ya me conocías?
- No. Sólo lo sé.
- Seguro que me habrás visto en las mil y una revista del corazón… Por eso lo sabes.
- No. Yo ya sabía de ti.
- ¿Quién te habló de mí? ¿Tenemos algún conocido en común?
- ¿Por qué no dejas las preguntas para más tarde y me sacas a bailar?
- Sí, sí, claro… -en su fuero interno su mente se recriminaba: Pero, ¿qué me pasa? ¿Acaso no soy yo el conquistador? ¿No soy yo quien lleva la voz cantante en este juego? ¿Me estaré volviendo viejo? No, de eso nada, mis “facultades” continúan despiertas y en muy buen estado…
Ella se puso en pie. Era más alta de lo habitual. Casi tanto como él que medía algo más de 1,80. A Ernesto se le escapó un silbido de admiración. No se podía creer tan afortunado.
Es una perita en dulce –se dijo-, dios, creo que la tengo en el bote. Y, de viejo, nada. Siento el corazón que bombea desbocado. ¡Será una noche de infarto! Amaranta, ¡ya tienes sustituta! Tus amenazas cayeron en saco roto. ¿No decías que iba a terminar mal? Que me vería solo. Anda, y púdrete, Bel te da mil vueltas. ¡Qué digo mil! Millones de vueltas a todas las que me habéis conocido…
Ernesto y Bel no pararon de bailar, de beber, de reír, de besarse en toda la noche. El calor era sofocante, los ritmos frenéticos, las ansias insaciables…

Le pareció escuchar a Ernesto el sonido seco de tres golpes de tambor, como si aquellos redobles los hubieran marcado contra su pecho. Recordó que era verano. ¡Ah, y acababa de enamorarse de la chica más hermosa del club! Notó la boca pastosa y la cabeza embotada. Los párpados no querían abrirse porque sólo deseaban retener la imagen de Bel.
Bel. Bel… ¡Qué nombre más hermoso!, se dijo entre las telarañas del sueño.
- ¡Aún estoy soñando! –Exclamó.
La voz le sonó como salida de un pozo profundo. No la reconoció como suya. Tampoco estaba en el club en el que pasó la noche bailando con ella, en aquel antro en el que las luces buscaban los techos dejando los rincones a oscuras para que las parejas tuvieran sus momentos de intimidad, donde la bruma artificial y perfumada hacía el ambiente erótico y recargado. Ahora resplandores rojos, destellos de luz incandescente, calor, un calor grande lo envolvía. Miró a su alrededor con unos ojos que sintió prestados, intentó ponerse en pie sobre unas piernas que casi no lo sostenían… Ella estaba frente a él. Hermosa, hermosísima, aureolada de rojo. Le pareció formular una pregunta pero su boca ya no era su boca. Bel, sin mover los labios, le respondió:
- Sí Ernesto, te conozco de siempre, de toda tu vida. He sido la encargada de seguir tu trayectoria desde el momento mismo de nacer…
Ernesto aún fue capaz de poner una última mueca. Frunció el ceño que sintió apergaminado.
Pero, ¿qué me estás contando? ¡Si yo podría ser tu padre! ¿Cómo me vas a conocer desde el momento en el que nací? ¿Qué me está pasando?, intentó preguntarle, pero su voz ya no estaba con él. Ella le replicó nada más ver la duda en sus ojos, unos ojos verdes que iban perdiendo su color por momentos:
- ¡Por supuesto que te conozco desde tu nacimiento! Muy bien, además. He seguido tu trayectoria con gran interés. Desde siempre te quise mío. Lo cierto es que me has dado muy poco trabajo, siempre hice contigo lo que me vino en gana. Por otro lado, y con ánimo de tranquilizarte, te cuento que lo único que te está pasando es que moriste anoche, de un infarto, en medio del “Tártaro Club”. Ahora eres y serás mi huésped por toda la eternidad. ¡Ah, quizá te interese saberlo!, mi nombre completo es BEL, BEL…CEBÚ.

Madrid, 19 de Marzo de 2006 - Relato registrado en el Registro de la Propiedad Intelectual de Madrid (España) -
®
*Tártaro.-
Infierno, averno, abismo,
perdición, tormento, condenación, pira…

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