Por aquello de los tiempos...
Macondo vs. Chella.
Gabriel García Márquez adquirió fama mundial con su ejemplar novela: “Cien años de soledad”. En ella, un siglo de la estirpe Buendía, transcurre en Macondo. Ahora bien, digo yo, todo lo que el autor cuenta que allí sucede… ¿Es fruto de su lúcida imaginación? ¿O acaso no será Macondo un fiel reflejo de Aracataca su pueblo natal? Por razones que no vienen a cuento contar, viví parte de la infancia en un pueblo cuyos habitantes y costumbres mucho se asemejaban a los que el autor describe en dicha obra.
Ha pasado ya mucho tiempo, nadie es igual y todo es distinto. Sin embargo, a pesar de cuán lejos, quedó mi infancia, guardo un claro recuerdo del pueblo al cual me refiero. Luego de haber leído “Cien años de soledad”, no me cabe la menor duda de que Chella y su gente, bien podrían figurar en la historia de Macondo.
En aquellos tiempos, salvo el párroco, el doctor y las autoridades del lugar, la mayoría de los habitantes de Chella eran analfabetos. Quizás por esa razón, allí no existía la burocracia. La palabra era un aval y faltar a ella un delito. Calendario y reloj, se encontraban en el Ayuntamiento. Las campanas de la iglesia tañían el correr de las horas. Las fases de la luna indicaban el paso de semanas y el momento apropiado para la siembra o cosecha; a la vez, siembra y cosecha servían como punto de referencia de sucesos a recordar. Dos simples ejemplos son: cuando a una de mis mejores amigas le preguntaban cuándo había nacido, su respuesta era: “Durante la cosecha del maíz”. Otra recordaba qué su hermanito nació mientras su padre se hallaba sembrando arroz en la ribera del río Júcar.
Empero la ignorancia, no era falta de inteligencia si no de formación; por qué a pesar de no tener estudios, la mayoría poseía gran sapiencia. Mi abuela, sin conocer el centímetro era modista; y a lo que a mi abuelo concierne, debo decir que sin tener escuela, sacaba porcentajes de arrobas y decilitros como el mejor de los diplomados en materia. Tanto es así, que era muy común que para pagar al fisco, los vecinos recudieran a su saber.
Por apellido, difícil identificar a alguien; más fácil se conocían unos a otros mediante apodos que se sucedían de padres a hijos; y cómo emparentaban entre si, con el correr de los años todos llegaron a ser: tíos, sobrino y primos.
No recuerdo haber leído si el pararrayos existía en Macondo. Sí sé, que en ese terruño de mis abuelos de dónde guardo tan gratos recuerdos no lo tenían. Cuándo una tormenta eléctrica amenazaba, rogaban a Santa Bárbara y substituían la invención de Benjamín Franklin, sacando a la calle los tres pies de hierro que servían de fogón. Por cábala o superstición, a fines de agosto los hombres por temor a la famosa tormenta de Santa Rosa, no arriesgaban a internarse en la sierra, quedaban al resguardo en sus casas. Los recuerdo con un manojo de esparto bajo el brazo, remendando los arreos de sus caballerías hasta tanto no pasara Santa Rosa con su usual tormenta.
San Blas en febrero y la Virgen de Gracia en septiembre, son los Santos Patrones del pueblo. Infalibles para esas fechas llegaban los saltimbanquis y el pueblo se vestía de fiesta. Nadie se perdía el espectáculo; a la hora señalada, jóvenes, adultos y ancianos cada cual con su “sillica” a cuestas se encaminaban hacia el lugar del espectáculo
A falta de electricidad... luz de candil y plancha a carbón. A la de agua potable... el cántaro a la fuente, a lavar la ropa al río y la vajilla en la acequia. Por diario o transmisor... ¡El pregonero!
Y... por aquello de que la palabra era un aval, una anécdota para terminar:
En cierta oportunidad, estando mi abuelo trabajando en la sierra, su borrica pastando por los zarzales se perdió. Se pregonó por los pueblos aledaños, que se agradecería a quien hubiese encontrado un animal de tales características. No pasaron ni dos días cuando un habitante de un pueblo vecino se hizo presente en el Ayuntamiento, diciendo que había encontrado un animal, pero... que no lo iba a entregar así no más. ¿Cómo saber si el animal en cuestión era de quien lo reclamaba? Mi abuelo, conocedor de las tretas de su borrica se jugo diciendo: “escuche buen hombre, si al entrar yo en su casa, mi borrica no rebuzna, suyo será el animal.” Al habitante del pueblo vecino, le pareció muy a su favor la propuesta de mi abuelo y sin réplica, ni pérdida de tiempo creyéndose ya dueño de la borrica hacia el pueblo de Bolbaite se encaminaron. Pero hete aquí, que todavía no habían alcanzado a pisar el umbral de la casa, cuándo… para sorpresa del vecino y regocijo de mi abuelo, se escuchó un sonoro y prolongado rebuznar.
Desde lo dicho, muchos años pasaron siempre albergando en mi interior el deseo de poder regresar algún día al pueblo de mis orígenes. Mi deseo se cumplió. He pasado unas mini vacaciones en Chella. Justo es decir que lo he pasado muy bien... ¿Y el infalible “pero”? ¿El “pero” infalible? Pues... que el progreso llegó a Chella. Nadie es igual y todo es distinto. Me sentí fuera de lugar. En la Plaza de la Iglesia, sentados en un banco al calor del sol, un grupo de ancianos se entretenían platicando. Me miraron con extrañeza ¿una forastera..? Me presenté: -Soy la nieta de la tía Encarnación la Royica y del tío Pepe el Tremolores.
-¡Hombre!¡Cómo no! ¡Pues claro! ¿No estabas por las Américas?- Fue gratificante encontrar gente con recuerdos en común. Por largo rato formamos algo así como un grupo de veteranos del tiempo, cada cual con su historia a cuestas.
Macondo, ¿Fantasía o moderna mitología? ¡Vaya uno a saber!
Amiga querida, GENIAL !!!. Me ha encantado la comparación y los elementos que has resaltado en el relato. La sabiduría de los que sólo eran conocedores de su intuición es perfecta y, por supuesto, digna de ser recordada y aplaudida coo te aplaudo a tí. Te abraza,
ResponderEliminarTrini!!, hermoso, hermoso, hermoso tu relato, como me gusta!!!, con ese estilo tan tuyo, tan bien contado, y esas palabritas lugareñas, me llega muchísimo.
ResponderEliminarFelicitaciones Trini !!
Que placer leerte, Muchos cariños Jóse
Desde Chella, en la provincia de Valencia/España, el original pueblo "Macondo" valenciano donde se sitúan las hermosos y emotivos relatos de Trinidad, estamos encantados de saber que existe una narradora que está haciendo perdurar en el tiempo,lugares y personas de este pueblo, cuna de sus ancestros y que siempre ha llevado en su corazón a pesar de la distancia y del tiempo. Bendiciones pues, a esta abuela tan joven, y mucha ilusión para seguir contando más historias.
ResponderEliminarJosé Luis "el muñaco".