EPÍLOGO de Simón S. Esain para la sexta edición del poemario “Ardua” de Rolando Revagliatti.
Ese poliedro.
Ella y la manzana, pero a solas.
Escasamente ridícula, nunca cómica.
De las históricas cualidades y defectos, síntomas que compaginan la mujer deseable.
Para la que es tan importante hacerse desear como desear. Que se exhibe y desnuda también para rechazar. La pendiente. La que es a cuenta de lo que serían.
Y cómo será de sintomática que ha dado o dará el sí a pesar de las contrariedades.
ARDUA es, en mi opinión, la mejor serie poética parida por Revagliatti. Me remite a una función mediumnice, del dentro fuera y del dentro dentro. Y duplica (no doblega) su mérito haber, con palabra y lenguaje, traspasado un quicio: el del género. Y haber apenas levantado el ropaje aquí y allá en un rebuscado streap tease, más diseño puro que homenaje. Y con levedad de mariposa tardía, propia de la erotización femenina, alude sin calumniar a la cómoda muchedumbre opuesta mediante perros y caballos y tal vez hambrientos, no otra cosa, que ladran o se desenfrenan, como a las puertas de una provincia romana.
Sometida a contingencias tan carnívoras como la menstruación, la penetración, el embarazo, el aborto, el parto, el amamantamiento y hasta el maquillaje, pareciera obligarse la mujer a elaborar y mantener una condición en pugna permanente consigo, los apetitos y el mundo, en tanto el hombre da por sentado que el mundo es sólo su creación, su alimento o, en el peor caso, su enemigo.
Una mujer se desdobla para no enfrentar al hombre sola, y de ser necesario acude a sus dobles de ayer y de mañana. Porque con ese hombre termina sabiendo quién es, algo tan inapropiado a lo que no es su cuerpo.
Lo planteado en HOMBRES TAN, donde el ser hombre pasa por el cuerpo de la víctima y su terror absolutamente femenino, puede serle planteado a la mujer, y no pasara ella por ningún cuerpo sino por sus efectos: lo indeseable.
De lo que la MULTI reniega sin acabar de convencerse, y con tanta vehemencia diferente expresa VIUDA, la mujer recobrada de la esposa, cuyo horizonte no concita al hombre sino a la que fue antes. Como si ser, fuera para la mujer, también un no hacer imperioso. Ardua empresa íntima cuya contraparte tanto empecina al erecto foráneo. Hombre en mejores condiciones de meter mujer en la mujer, con y por lo mismo que de mujer le sale a ella.
Si a mi entender, esta poética culmina en A UN PAÍS, al poemario culmina una imagen criolla y wagneriana, diametral y extraordinaria: una viuda que camina por el campo, acompañada de sus perros.
Adelante, alrededor, sobre menta o trébol, trota la melancólica profundidad ardiente, de lo desnudo e invisible, de lo evocado siempre ajeno, aún en sí, como el cuerpo mismo del deseo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario