El hipnotizador
Una fuerza extraña, como una impulsión del más allá, lo conduce al espejo. Contempla la fealdad de su cara, aborrecible y absurda. Nariz de pájaro, orejas que asemejan algas plegadas al medio, pelo hirsuto y poros en la cara, como cráteres lunares que resaltan debajo de la barba...
El hombre feo decide hipnotizar la imagen que ve en el espejo. Cuelga sobre éste un antiguo reloj cuyo péndulo parece incrustado en el interior y oscila con un crujido lánguido. El hombre feo ordena a su réplica relajarse, cerrar los ojos, dormirse... relajarse... dormir... relajar... dormi... dor....re...
Abre los ojos. Se vislumbra como una etiqueta; o la silueta plana de una figura humana prensada entre las delgadas fibras cristalinas del espejo.
Se ha despejado. Descubre que no puede esbozar gestos, o moverse. Atisba la escena que contemplan sus ojos: ve la biblioteca; el perchero en el ángulo recto de las paredes; a los padres que lo contemplan desde el retrato anémico y amarillento; las fotos de Verdaguer; Pugliese tocando el piano; Maddona en pose incitante...
Sobre su cabeza, el péndulo del reloj oscila marcando el ritmo del tiempo. En el cuarto, ningún rastro del género humano. ■
Qué honor, mi querido Andrés, compartir este espacio contigo. Este hipnotizador parece haber logrado su objetivo, al punto de permanecer sólo su imagen representada en el espejo, sin otro acompañante. Muy bueno, un abrazo,
ResponderEliminarHola Andrés.
ResponderEliminarCoincido con Laura. Es un honor compartir espacios. Excelente como siempre tu narrativa. Abrazo fraterno y solidario, Norma
Agradezco a Laura y a Norma las palabras para este cuento breve con mi ponderación.
ResponderEliminarcariños, Andrés