Enigma.
Ella abrió la puerta y sonrió, le fluía tan fácilmente ese gesto. Él sonrió también, un poco menos fluido y algo ansioso. Se saludaron con un beso convencional, pero los ojos se adelantaron. Chispazo de esos imposibles de eludir, y que no se describen sino más bien se viven o no.
El ofrecido café de rigor, el aceptado mate, las charlas banales sobre el clima. La luz que entraba furiosa ese jueves a las cuatro de la tarde. El malbec que los miraba desde la esquina de un mueble oscuro.
Los comentarios de él sobre los libros de ella, su interés a veces real, a veces fabricado sobre esos textos trillados, bellos, o inentendibles. Su intento de fluidificar el ambiente que aún era de extrañeza. Las sonrisas de ella y su temblor disimulado al cebar el primer mate. Su gesto entre ubicada, espontánea y chiquilina. El de él entre intelectual e inhibido. Ella se acordó de Benedetti, “Los formales y el frío”, y rió por dentro. Él pensó en algo literariamente más sofisticado.
Puso un disco de Tom Waits, “escuchá esto”. La voz ajada y sombría se desplazó sin inconvenientes, y cada nota de ese piano infernalmente exquisito le apuró el corazón a ella y el beso a él. Que la esperó a que se diera vuelta, con ese gesto de acomodarse el pelo hacia atrás y esas mejillas acaloradas. La esperó demasiado cerca de sus labios, y no le dio tiempo a seguir argumentando sobre filosofía, política o lo que cuernos fuera que hablaban en ese momento.
La esperó con los ojos sobre los de ella de modo tal que ya no se supo hacia dónde iba o venía esa mirada, quién destinaba luz a quién, quién robaba el aliento y quién lo cedía.
La esperó con el cuerpo tan pegado al de ella, que al chocarse los plexos se confundieron los latidos, y los pezones erizados y asombrados bajo la remera se encontraron con el pecho del hombre deseante bajo la camisa.
La esperó con los brazos que le anticiparon la cintura, que le tocaron casi las caderas, y ella reaccionó con los suyos un tanto desconcertados, y luego caídos buscaron sus manos y su espalda.
La esperó con la boca semiabierta y ella dejó que el primer impacto la confundiera durante ese segundo que tardó en comprender el beso que se avecinaba. La humedad que avanzaba desde las bocas hacia la entrepierna.
Y luego acercarse al sillón, y arrancarse lentos la ropa, agitándose y respirando más de lo convenido, desmoronaron la cordura bajo el Waits que se desangraba. Y las lenguas saborearon cayéndose-creyéndose-yéndose hacia el irreal placer de lo inesperado.
Él le hizo el amor con calma, ella se deshizo con agitación, él la besó largamente después, ella esbozó una sonrisa. Él le acarició la curva entre la cintura y la cadera, y ella canturreó la música de fondo.
Él le dijo si podían volver a verse, ella le dijo que no.
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