lunes, 19 de diciembre de 2011

Álvaro Iván Ortegón González-Cali, Colombia/Diciembre de 2011

Genocidio

Según iba bajando por senderos impasibles,
escuché unos niños llorando desesperados,
paramilitares habían asesinado a sus padres
dejándolos huérfanos y cruelmente abandonados.

En el zafarrancho de los malditos fusiles,
muchos niños las balas atravesaron sus corazones,
centenares de hombres desalmados
destruían los hogares de compatriotas pobres.

La infernal noche fulgía en truenos de la muerte,
 los desplazados se ocultaban entre los matorrales,
otros sin esperanza caían derribados
por impulsos horrendos en sus rostros de dolores.

Era un pandemonio esta tierra colombiana,
sólo gritos y fuego acompañaban la oscuridad,
ni las súplicas a nuestro Dios magnánimo
podían detener esta aberrante maldad.

La indiferencia del insensible Gobierno
dejaba a su bestial merced a nuestros hermanos,
el miedo y la incertidumbre los asfixiaba
y todos corrían como si viesen al diablo.

El amanecer acogía su humilde canto,
oraciones y lágrimas parían ríos desolados,
los niños famélicos clamaban por alimento
pero no había nada para darle a sus labios.

Durante el día rememoraron lo acontecido,
diligentes fueron a la autoridad competente,
sin lograr que escucharan su clamor de ciudadanos
regresaron pálidos ante su realidad inclemente.

Los militares llegaron con la tranquilidad del ocaso,
ya el terreno era un lugar pútrido y cruento,
y a cambio del gran sufrimiento humano,
rieron y brindaron, por los campesinos muertos.

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