Prólogo de Alejandro Méndez
Casariego para la edición electrónica y para la segunda edición (aumentada)
soporte papel, del poemario “Desecho e Izquierdo” de Rolando Revagliatti.
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DESE AL DIGESTO POÉTICO NACIONAL
La tentación de acotar mi comentario a
estos textos de Rolando Revagliatti, de referirme específicamente a ellos y a
sus características puntuales, es grande. Es lo que solemos hacer: ver qué hay
aquí, en este corpus poético, cuáles
son sus aristas más notables. En fin: describir esta obra en particular,
haciendo malabarismos para separarla del
resto. Tal vez porque esta tarea me exceda, o porque hace tiempo vengo rumiando
algunos aspectos más generales de la poética de Rolando, o incluso porque en
este libro esté inequívocamente advertible la configuración relevante de su forma de decir, pero sobre todo porque el autor me lo permite, opto por abocarme a una lectura
un poco más amplia.
Si tuviera que buscar una expresión
concisa para definir la poesía de Rolando Revagliatti, afirmaría que se trata
de una caricatura profunda.
Caricatura, porque como en ese arte, se trata de exagerar la virtudes o
defectos del objeto – o sujeto – retratado, de tal modo que, despojándolo de
todo aquello que no es significativo, destaque lo que lo hace diferente de lo
demás, lo que lo hace único. La ironía es uno de los recursos más eficaces para
lograrlo. Pero la ironía no debe ser gruesa, no debe ser superficial, si lo que
pretendemos es destilar la esencia; no
basta con señalar este o aquel rasgo, o con enumerar cualidades, atributos,
comportamientos de mayor a menor, según un orden de jerarquía que establecemos
desde una formulación caprichosa. El ojo del observador debe estar atento; a la
manera de los yoghis, debe permanecer pasivo y alerta ante lo que contempla. Pasivo, para no
alterar con nuestro trajín, con nuestros forcejeos intelectuales, el flujo de
lo que es y ocurre. Y alerta para no perderse nada. Sólo de esta manera el
fenómeno se nos revela en plenitud. Hasta aquí, todo el esfuerzo previo: el
poeta ha pesado, medido y evaluado su materia prima . Podemos imaginarnos a
Rolando, como él mismo diría, “extasiado escudriñando” lo que pasa a su
alrededor, como una lupa gigante que clasifica, desecha y selecciona, que no se
conforma hasta llegar al meollo.
Al meollo intento remitirme yo también,
entonces.
La poesía de Rolando no define cosas, no
reflexiona sobre lo que ve, no saca conclusiones. Las personas y los sucesos
discurren en su propio terreno, en su aura original, rodeados, impregnados por
sus códigos, intocados por la parcialidad inevitable de aquel que cae en la
tentación de contaminarlos con un toque de opinión o juicio. No ocurre ese
distanciamiento fatal que la mediación produce a veces con el hecho por exceso
de notoriedad del creador. Utilizando una expresión futbolística – que Rolando
seguramente celebrará por lo futbolística, más que por lo acertada – el árbitro
más presente es aquel que pasa más desapercibido; el mejor será el que logre
que los únicos protagonistas sean los jugadores. Esta tarea no es fácil.
Con naturalidad o con esfuerzo – esos son
los secretos más íntimos del poeta, en los que no conviene hurgar – Rolando
evita detenerse en los porqués , en
los porqués subjetivos de él, Rolando escribiendo- para entrar frontalmente
en los qués. Están, sí, y en
abundancia, los porqués de sus criaturas, pero ese es otro cantar. En este
contexto, el qué vendría a ser algo
así como “la cosa en sí”, lo que acontece sin necesitarnos más que como
espectadores.
La profundidad tiene mucho que ver con lo anterior. Según mi
lectura, que a mi entender no es más que
otra lectura, la profundidad está lograda a través de la dualidad, la tensión angustiosa
y obsesiva que prepondera en estos textos entre lo trágico y lo cómico de los
sucesos de la vida. Solemos creer que una existencia mediocre se resalta por la
ausencia de tragedia, por un transcurrir sin sobresaltos: el hombrecito gris
portando una vida gris. La poesía de Rolando exhibe
impúdica, implacablemente, la certeza de que en la mediocridad reside, emboscada o
explícita, la peor de las tragedias: la
de no ser, y para colmo, no saberlo.
Dice en uno de los
poemas, significativamente titulado “No concilio”:
“El desasosiego de la conservación
me templa tristemente”
para luego concluir
“Y mi no soñar
también miente
que estoy vivo
¡Recuérdenme!”
Tal vez el único posicionamiento serio para abordar ciertas encerronas,
sea con la mentada ironía porque la
solemnidad resulta siempre sospechosa, o porque, si de mediocridad hablamos, lo
más trágico es que resulte cómica. Lo sabemos aquellos que, un tanto
distraídos, caminamos papando moscas por
la calle sin advertir el poste inoportuno: no nos duele tanto el golpe, por
fuerte que sea, como la risa, apenas contenida, de los espectadores. Pero como
en esos casos, en la escritura hay un recurso casi infalible, hasta diría una sola alternativa: reírnos
nosotros primero. Porque – y eso trasuntan los poemas de este libro – todos
cargamos a cuestas a ese mediocre Aquí
impongo un aparte para poner en duda el menoscabo del término utilizado: “mediocre”. Porque se
trata, en definitiva, de ese punto medio, que a todos nos incluye, entre nuestras
miserias y nuestra integridad.
Hay, en la obra de Rolando, una especie
de tierna crueldad por sus personajes atrapados en esta trampa sofocante,
desesperante de la vida. Sin juzgar -
porque ese es otro de los secretos que no se puede, ni es necesario,
desentrañar – la impronta con la que el poeta se involucra en los temas,
considerando el uso, como recurso o como verdadera comunión, de la primera
persona en la mayoría de los poemas – cuando hay un tercero, en general, es un
tercero referido a uno-, se percibe una íntima solidaridad, no tanto en el
sentido de compartir los variados – y a veces aborrecibles – puntos de
vista de los sujetos retratados, sino en
el conocimiento hondo, minucioso de la condición humana. Porque en esta
sucesión de equívocos, bloopers, parodias e instancias absurdas, es en
definitiva esta execrable y adorable condición humana la que nos salta al
cuello, cuando vamos un poco más allá de la peculiar sonoridad o de los gags
insólitos bajo cuyo envoltorio se nos expone.
Léase, ríase, llórese, archívese
cuidadosamente y dese al Digesto Poético Nacional.
ALEJANDRO MÉNDEZ CASARIEGO
Buenos Aires, 2009
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