Al fin
despierto
–en la fuga del vacío–
y nada
ya nada perdura salvo la canción que fluye como agua a través
del pavimento. Es el silencio mismo. La ciudad es un pájaro oscuro en
caída libre. En pleno vuelo a su canto que se disipa, es un grito que deja de
existir cuando alguien lo percibe, y en ausencias, la sorda tranquilidad estira
las piernas y recoge la poca noche que queda
el ruido se extraña –era tal vez lo mejor de nosotros–
agolparse unos con otros, el baile en cuerpos ajenos, un disfraz de algo que
nos supera. Se mueve ahora en los hombros de un gigante –el olvido–, el olvido
se venció a sí mismo cuando posó sus ojos en nosotros
la ciudad es otro lugar, ya nadie oye la canción y la canción
deja de ser, es como un río que agota sus caudales y muere antes de llagar a la
costa. A último momento –quizás sólo éramos eso en realidad, un momento–
logré desentrañar en el recuerdo algo de lo que alguna vez fuimos
en el camino de regreso a la ciudad vacía, encontré un papel
escrito con mi letra que decía: “constrúyeme
un final”
yo no pude hacerlo
–¿y tú? –
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