Punto
final en La Perla
Bajo un cielo enormemente celeste y un sol de
fuego, en la playa todavía despoblada de octubre, está sentada
una joven, leyendo una
gruesa carpeta y haciendo
anotaciones en el margen. A su lado, otra silla
igual con una pila de cuadernos y
apuntes debajo de un diccionario
y sobre
éste, una botella de agua mineral.
Desde muy
temprano está concentrada en sus
escritos pero no puede salir del análisis de sus primeros
cuentos. El lápiz tamborilea entre sus dientes mientras gotitas de sudor brillan en su rostro.
Extiende su mano y sin mirar atrapa la botella que hace equilibrio sobre el diccionario y
toma un gran sorbo.
Repentinamente escribe una
corta frase, la mira, la lee en voz alta, comenzando desde el párrafo anterior, y con
un mohín de disgusto la tacha. - ¡Qué calor!
¿Cuándo en octubre hizo treinta y
dos grados?... ¡quedan sólo tres días para presentar mi primer trabajo para la
edición…ya no sé qué agregar ni qué
quitar, me estoy volviendo loca !....
.reviso lo escrito
y siempre encuentro algo para mejorar…, hace días que estoy metida hasta
el cuello y no me atrevo a dar por
terminada la corrección… ¿para esto vine
aquí este fin de semana?....
¡Bueno, basta ya… me duele la cabeza!...
Todo esto se dijo la joven escritora, desperezándose y recorriendo lentamente el horizonte con ojos deslumbrados.
La visión de la inmensidad la serena. Cierra los ojos y espera. El fragor de las olas rompiendo en las rocas y el calor agobiante la adormecen y se rinde.
Se duerme y
sueña. Sueña con otras tardes
en la misma playa,
hace una eternidad. Una eternidad y otro mundo.
Ella recién entraba
en la adolescencia.
Tenía a sus padres, que los domingos tomaban mate, se reían y se abrazaban en
el espigón del Club de Pescadores, entre las bicicletas y las cañas de pescar, y también había un muchacho rubio y tímido
que la besaba a ella por primera
vez, mientras caminaban
descalzos por la arena mojada..
Después sueña más lejos en el
tiempo, y está otra vez su papá de brillantes ojos
azules, enseñándole las primeras letras, contándole cuentos
para hacerla dormir,
cantando muy bajito canzonetas
napolitanas y arias de Verdi y
acariciándola con
manos callosas, quemadas por la cal y el cemento, las manos de un hombre al mismo tiempo rudo y
sensible, que eligió
a Mar del Plata para
vivir y para construir casas, porque
sintió que si había nacido en el
Mediterráneo no podía vivir lejos del mar. Y aquí se quedó su espíritu para
siempre.
Hoy vino a encontrarse con su hija, que no por casualidad está
aquí, ejerciendo el oficio que
se inició cuando él, cantando, le
enseñó las cinco vocales el día que
cumplió dos años.
Con suma delicadeza ,
Francesco se acerca a su hija,
le toma la mano, que pende
inerte, se inclina, recoge del suelo el
lápiz, se lo coloca entre los dedos y
con la
misma voz pausada y tranquila de siempre, le susurra
suavemente al oído:
” Mía cara bambina, cosi é
molto bene, mettere fine...”
La joven parpadea, volviendo a la conciencia. Se incorpora
lentamente, abre la carpeta, traza
una línea en la última página y la cierra con energía.
Por fin ha terminado. Rotando su cabeza y sus hombros moviliza los músculos entumecidos. Suspira largo y profundo, recoge sus cosas y las guarda en la mochila.
Antes de abandonar la
playa, camina lentamente al lado de la espuma, pies desnudos sobre la arena mojada, y sonriendo
con ternura, se dice, meneando la cabeza: -¡Qué maravilla el viejo… siempre que lo necesito, lo sueño
y viene !…
Se detiene, se despide del mar, y con paso resuelto enfila
hacia las escaleras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario