COSAS
DE REYES Y DE COPAS DEMASIADAS
Cuentan las pocas
pulgas de la memoria histórica que, emulando la sofisticada función del
valiente “sirviente portacorbata” de la corte de Luis XV de Francia, cuya única
labor cada día era la de hacer el nudo de las ridículas corbatas que el citado
monarca elegía para cada uno de sus aburrimientos, el rey Francisco XV de
Portugal, ideó la figura del “sirviente atacordones” ignorando que su
particular iniciativa lo condenaría a dormir –ciertamente muy incómodo-, en su fastuoso
aposento hasta que, cinco años después, al heredar su trono Francisco XIX, a
uno de sus bufones se le ocurre la genialidad del “criado desatacordones” y
así, todos los Franciscos pasados y los que esperaban en fila de espera al
trono codiciado, finalmente pudieron dormir sin transpirar la real y patuda
gota gorda.
Se va la segunda del
historiador entrerriano Mamerto Pelurdo, quien nos cuenta en su obra titulada
“No me gustan las mandarinas y menos cuando andan cerca y saltando los
gorriones” (1899, editorial PELUSA DE OMBLIGO PIQUETERO),
que los ridículos e imbéciles zapatos puntiagudos llamados polainas (bufonees
si eran usados por el bufón con una campanilla de bronce atada en la punta
donde los dedos esconden sus últimas uñas), los que estuvieron tan en boga en
Europa hasta finales del siglo XV, llegaron a tener tal magnitud que Felipe IV
ordenó para los integrantes de su Corte Real un máximo de ochenta centímetros.
Aquellos que
desobedecían el mandato eran conducidos al patio de los pies condenados y allí
se les cortaba el excedente con una diminuta guillotina.
Dos fueron los
motivos que justificaron este decreto real: que las damas de compañía de la
corte se negaron a tejer patines de lana que superaran los ochenta centímetros
(por lo cual hicieron una huelga de hambre y de corpiños caídos durante tres
semanas para el jolgorio de maridos y amantes), y porque el rey Felipe IV
estaba harto de que los criados, antes de que éstos se arrimaran y arrodillaran
para besarle con obediente asco la mano derecha, lo hicieran reír del
cosquilleo por el roce de las polainas sobre el dedo lechón de su pié derecho.
Muchas gracias por tu siempre buena presentación y apreciación a mis hechos en Juanca, querida amiga editora Graciela, gracias.
ResponderEliminarTe abrazo con alma y letra.
Juanca Vecchi