sábado, 22 de febrero de 2014

Alberto Feldman-Buenos Aires, Argentina/Febrero de 2014



Palabras y  Botellas              
             
            A partir de la primera clase del Taller literario donde concurrí inmediatamente después de jubilarme, hace ya más de seis años, para escapar todo lo que fuera posible, de las tensiones generadas por más de cincuenta años de dura labor, pero también para demorar lo más posible el encuentro con el Dr. Alzheimer y con el amigo italiano Franco Deterioro, como graciosamente  dicen por aquí, me sucedieron una serie de hechos maravillosos relacionados con la Literatura.
   El profesor nos puso en esa primera clase en contacto con un texto  leído por Pablo  Neruda al recibir el premio Nobel, donde hace una  apología  bellísima de nuestra herramienta, titulado  “La Palabra”.
  El primer trabajo práctico a realizar debía ser totalmente libre, pero en relación a lo que ese texto nos hubiera sugerido.
   Lo primero que se me ocurrió, fue relacionar las cosas hermosas que se pueden hacer con las palabras, con lo que hacía un viejo artesano  trabajando en su local abierto al público, a pocas cuadras de mi casa,  construyendo con pequeñas piezas de variados materiales, miniaturas de estatuas, edificios públicos, o monumentos históricos,  que encerraba dentro de botellas, botellones o lámparas de vidrio de  distinto tamaño.
  Jugando a ser periodista,  le pedí una entrevista, que aceptó gustoso, y un sábado por la mañana, munido de cuaderno, lápiz y  entusiasmo,  en la mesa de un café varios pocillos  mediante, me  contó  lo que abajo transcribo en primera persona.
       “Encierro en recipientes de vidrio de diferentes formas y  tamaños las miniaturas  que según mi mirada, cuentan la historia, la  política  o el clamor cotidiano de esta hermosa y  siempre  conflictuada  Buenos Aires.
    El trabajo es arduo, son cientos de partecitas que se ensamblan una a una y que previamente he confeccionado con diversos materiales. Cada obra requiere bastante tiempo. Con la santa paciencia y mi tozudez vasca, suelo completarlas en ocho o diez  semanas de trabajo. A veces, la propia belleza del modelo, su historia o su tragedia me sacuden y me hablan, llevándome  de la mano a su conclusión.
  Comenzando un camino imaginario, introduzco en una botella la pérgola de las Barrancas de Belgrano, donde  parejas de toda edad bailan  el Tango en nuestros días, pero muchos viejos vecinos recuerdan los sonidos y  el brillo de los bronces de la Banda Municipal en soleadas tardes de domingo, varias décadas atrás.
Desde allí desciendo hacia la avenida y me dirijo por Libertador hacia el Centro. Al rato de caminar me encuentro con la Facultad de Derecho y la encierro, blanca y fría, en un frasco tibio; la acuno entre mis brazos para darle mas calor y pedirle que la Bella Durmiente salga de su letargo, se despoje de su venda  y abra los ojos.
   Camino un corto trecho  girando  hacia la  avenida Alvear y casi sin darme cuenta tengo atrapadas en el vidrio,  primero la Iglesia del Pilar y luego el Centro Cultural Recoleta. Deposito delicadamente los dos botellones en el césped y sigo mi camino, un tanto más rápido ahora, porque aligeré mi peso.
   Por la 9 de julio llego a la avenida de Mayo y doblo a la izquierda. Por fin alcanzo la Plaza. Me planto frente a la Casa Rosada y la observo como un ave de presa. Ya llevo el Cabildo en mi mochila; lo introduje allí en un descuido de sus centinelas.
   ¡Y ahora voy por ti, Casa de Gobierno!...Tengo  problemas para introducirla en la botella. Cuatro frases entre muchas otras obstruyen el  pico: “La casa está en orden”, “Síganme que no los voy a defraudar”, “Dicen que soy aburrido”, “El que puso dólares retira dólares”,  trabajosamente,  consigo mi objetivo y concluyo otro trabajo.
   Sigo mi camino hacia la Boca, pasando por Puerto Madero, donde embotello  edificios y  grúas  y termino mi cosecha en el Riachuelo, apropiándome del viejo puente de hierro. Bueno,… no les cuento más. Tengo muchas obras terminadas y otras en preparación, pero,..¿saben una cosa?... mi deseo es que las descubran y las disfruten ustedes, que son sus destinatarios naturales. Soy un artesano enamorado de este país y del barrio de Belgrano, donde siempre viví y formé mi familia, y donde ejercí durante  más de cuarenta años la Odontología.
   Me llamo Rafael Ceciaga Cortázar, vasco de Mondragón;  Guipúzcoa,  vine a la Argentina en 1949, a los catorce años, al encuentro del futuro y  de mi padre,  a quien no veía desde 1939,  cuando huyó de España al término de la Guerra civil.
   Años antes, de esa misma Europa, pero en llamas, un diplomático chileno  salvó a un militar republicano  exiliado en Francia, proporcionándole refugio en la embajada y el pasaporte chileno que impidió que los ocupantes alemanes lo detuvieran y lo entregaran al gobierno franquista.  Ese soldado era mi padre, y ese generoso diplomático a quien recuerdo con infinito agradecimiento, se llamaba Pablo Neruda…”.
 Me estremezco…don Rafael no sabe que Pablo  Neruda me trajo hasta aquí…   
    
             
         

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