sábado, 22 de febrero de 2014

Ascensión Reyes-Chile/Febrero de 2014



John Griffith London, conocido literariamente como Jack London, tuvo una infancia mísera, plena de dificultades y aventuras. En todas sus obras están presentes aquellos  personajes desheredados de la sociedad, es decir en sus relatos siempre hay parte de su vida que fue derivada a oficios duros y peligrosos. A los 16 años se alistó como grumete, también cazó focas y fue buscador de oro en el Yukón. Participó en 1904 como corresponsal en la Guerra de Manchuria, y antes en Sudáfrica en el conflicto de los Boers.
     Su vida fue corta nació en 1876 y se suicidó a los 40 años.


ENCENDER UN FUEGO

     Es uno de los cuentos clásicos de Jack London. Esta historia se distingue por la descripción exacta de lugares que el autor conoció, como así mismo de personajes duros, entrenados para sobrevivir en el invierno ártico, en las infernales tierras del Yukón, ubicadas en el extremo norte de Alaska.
     Esta historia retrata a ese hombre duro, ignorante, carente de imaginación, pero sin embargo, dueño de una audacia increíble. Agudo observador y con un coraje a toda prueba. El protagonista no tiene nombre, porque en cierta manera esa personalidad predomina en esas regiones de hombres aguerridos. Se coloca como socio y oponente un infaltable compañero, un perro, descendiente de lobos habituado en esos lugares de frío extremo. 
     Este protagonista masticando tabaco, con simpleza de mente, carente de imaginación y audacia a toda prueba, cree lograr atravesar solo, por la senda del ramal izquierdo del río Henderson, desoyendo el consejo de un anciano del Arroyo Sulphur. Cree avanzar a buen paso los 15 kilómetros que lo separan de sus compañeros. Es media mañana y la temperatura es bajísima, no los 25 grados bajo 0, que creyó en un primer momento, sino muchos más, casi 40; La visibilidad es escasa, no obstante, está seguro de llegar a las 6 de la tarde a reunirse con sus compañeros, instancia que lo mantiene pendiente en su lento avance. Sin embargo la naturaleza es más imprevisible que su razonamiento, y después de múltiples inconvenientes debido al frío de la tormenta de nieve que debe soportar; superior a la realidad humana, no así para su compañero animal, en que el instinto supera al razonamiento y es capaz de salvar su vida porque aquel cuerpo está adaptado por generaciones para soportar estas contingencias.
     Este relato está narrado paso a paso por un narrador omnisciente que no omite detalle de la travesía de este solitario caminante que se adentra en la región más peligrosa del Yukón, soportando una tempestad inesperada. El escritor logra transmitir todas las sensaciones  y los apremios del hombre haciendo una comparación entre hombre y bestia, donde el instinto habla con mayor certeza que al hombre en su raciocinio.
     La narración es descarnada, trágica y pone al lector junto al protagonista, sufriendo el lento congelamiento de su cuerpo al hundirse a media pierna en una vertiente, que aún el frío más intenso no logra crear una superficie dura. Es menester encender fuego, pero sus manos están congeladas y no responden, solo siente el olor a azufre y carne quemada que son sus propios dedos. Las acciones van lentamente convenciéndolo que no podrá lograr su cometido. Intenta matar al perro para encontrar dentro del animal algo de calor, pero su cuerpo ya no responde. El animal logra zafarse y surge la desconfianza observándolo desde la distancia.  El perro advierte que no debe confiar en su compañero de viaje, en la voz del hombre, mucho antes, había captado el peligro.
     Así poco a poco el protagonista va sintiendo que no solamente sus extremidades no responden; quizá ya están muertas, sino que además presiente que no llegará a destino. Entonces aparece el orgullo humano, al decidir recibir a la muerte con dignidad. Él sabe que la muerte por congelamiento es apacible, por ello se sienta a esperarla mientras en su mente vuelve a encontrarse con el anciano, reconociendo haber desoído sus consejos y finalmente se hunde en un sueño agradable.
     El perro, de la raza que sea, presiente la muerte y ante ella aúlla, posiblemente de temor, pero  sin embargo, sabe cómo llegar al campamento donde otros hombres le darán comida y calor.
     Es una historia de una humanidad tal que sobrecoge y hace meditar sobre la inteligencia del hombre sometido a los apremios de la naturaleza y un animal que es capaz de sobrevivir solamente por su instinto ancestral. 
R. ASCENSIÓN REYES-ELGUETA-10-JUNIO-2011
    


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