“Milicos” obra de la artista visual argentina Beatriz
Palmieri
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Bala Suelta
Hola Anita:
¿Cómo estás mi querida? Hace rato venís reclamando que
no me comunico con vos como debiera y tenés razón; a veces es como si me
enchufara y creo que un día de setenta y seis
horas me resultaría tan corto
como los normales de veinticuatro.
Pero hoy me pasó algo y quiero contártelo porque te
recordé mucho a partir de algunas situaciones padecidas, ¡creí morirme,
hermana! ¿Te acordás que siempre me dijiste que te sorprendía que no conociera
el miedo? ¿Y te acordás que te respondía que justamente no me estabas halagando
con ese pensamiento, sino todo lo contrario? Claro, porque la ausencia de
registro del miedo no deja de mencionar, subrepticiamente, un alto sentido de
irresponsabilidad y se ve que eso es, justamente, mi característica central.
Bueno, hoy puedo asegurarte que lo sentí en serio. Sí,
sí, aunque te parezca mentira, creéme, me asusté mucho. No duró tanto tiempo
pero, además de parecerme que giraba en un siglo, comprendí que es cierto eso de que el miedo
paraliza, idiotiza, te hace poner la piel de gallina, te llena la cabeza de preguntas
a la vez que te imposibilita razonar. ¡Supieras qué mal me sentí! No se si por
la sensación que me asaltó o por esa incapacidad momentánea de pensamiento.
Te cuento bien: hoy fue un día hermoso acá en la
costa, aunque demasiado caluroso, daba la sensación de que te faltaba el aire
por momentos.
Ya te había contado, cuando nos vimos, que en la otra cuadra de casa vive un milico
que perteneció a fuerza aérea en aquella época en que los días parecían
transcurrir bajo la égida de Hades.
Tipo desagradable si los hay…
Vive hablando
de su pasado, de su capacitación nada menos que en los Estados Unidos donde lo
ayudaron a crecer como persona, agrega, con un bajísimo concepto de lo que
significa ser persona.
Yo lo llamo Bala Suelta, dado que es recurrente su
deseo de seguir andando a balazo limpio
por la vida. Te conté también que este pueblito entró en una especie de caos ya
que no hay día en el que no te enteres de varios robos en viviendas ocupadas y
en negocios. Realmente es preocupante pero ¡Vamos! Esa situación no omite tener
en cuenta de cuántas formas se puede robar, cosa que también vemos. Y sabemos
que siempre el proceso de putrefacción del pescado comienza por la cabeza.
El tipo anda con unas ganas locas de usar, luego de
supuestos varios años de encajonamiento –o “almohadamiento” para decir la
verdad- de su pistola THUNDER .380Super
que todas las noches dice poner bajo su almohada esperando que se le meta algún
ladrón en la casa, para darle un balazo
“acá”, dice, poniendo su dedo índice entre ceja y ceja.
Continúa su monólogo del espanto asegurando que en el
país hay que aplicar la pena de muerte, que si pidieran voluntarios para
ejecutarla el sería el primero en enrolarse como voluntario para el trabajo.
Luego, cuando habla de Pablo, ese jovencito que se me ocurrió de espuma y los pasos
equivocados que está dando el muchacho, dice que la vida del pibe se resuelve
con un pedacito así, de plomo.
El tipo me da asco, hoy cuando pasó como todas las
mañanas yendo a hacer sus compras me saludó con su acostumbrado –buenos días,
señora, ¿cómo amaneció?, tuve un ataque de ironía y le respondí –muy bien, con
la conciencia tranquila, apostando a la vida como siempre.
Pero volviendo al tema del susto que te comentaba,
sucedió en la noche, a eso de las nueve. Estaba de espaldas a la calle, ordenando
todo para cerrar el local de ventas que me está ayudando a sostener la economía en este país donde uno ve como se
dispara y nos preocupa pensar que
podríamos volver a décadas pasadas. Cuando me di vuelta, casi a punto de cerrar
la puerta, vi una imagen que puedo asegurarte me produjo un sobresalto como
pocas veces sentí.
Estaba ahí mirándome, no, no… No era Bala Suelta, era
otro que me pareció que tenía su mismo rostro, sus mismos ojos, su misma mirada
y sus mismas muecas.
Ni bien lo vi, encontré a otros vestidos igual que el
primero, con ese uniforme verde milico, pero no de los que uno sueña encontrar
algún día en su tierra, sino con el otro. El color de los que nunca ayudarían a
que se cumplan tus sueños sino todo lo contrario. Los de mano abortista de
proyectos sanos, justos, equitativos.
Todos me miraban, eran como una escuadra
impecablemente formada, unos un poco adelantados, a una distancia muy corta de los otros. Sus
miradas me recorrían, los mismos ojos, el mismo gesto hostil, lo único que se me
ocurrió pensar fue:
-¿Qué le pasa a éstos? ¿Qué hice? ¿Qué buscan? ¿Por
qué me miran así?
Quedé en un estado de parálisis casi absoluto, sentí
un sudor frío recorriéndome la espalda mientras los por qué, aparecían en mi
cabecita imposibilitada para pensar otras preguntas.
Pude entender en toda su magnitud el sentido de la
frase definitoria: el miedo paraliza. Tuve miedo, Anita, mucho miedo. Ellos, se
dieron cuenta de mi terror, estoy segura.
Uno, tal vez el
líder del grupo, dio un paso hacia
adelante acercándose más a mi metro cincuenta, desde el piso hasta mi cabeza,
contando los centímetros que tengo de pelo parado.
Inmediatamente y siguiendo la iniciativa del primero,
los otros comenzaron a acercarse. Quería contarlos pero ni la secuencia me
salía, uno, dos, cuatro, tres, hasta que logré ordenarla. ¡Eran ocho!
Los imaginé como un escuadrón paramilitar, mientras
sus miradas parecían acribillarme, apuñalarme, como si quisieran extraerme las
vísceras de a poco.
No obstante, tomé coraje, agarré la escoba sin dejar
de mirarlos fijamente ya que no quería que ellos supieran que estaba muerta de
miedo y ya sabés, yo siempre, hasta en las peores circunstancias, apuesto a la
vida. No utilicé la fuerza porque creo que ya no la tenía. Simplemente barrí al
primero hacia el cordón de la vereda. Luego al otro, de un escobazo barrí a
cuatro juntos mientras los otros dos se alejaban hacia la casa de al lado.
Por supuesto, cuando logré espantarlos a todos, pensé
qué cierto es, también aquello que habla del poder escapista de los cobardes.
Te juro, Ani, entré en casa y todavía temblaba. Cuando
me fui calmando comprendí que seguramente lo que atrajo a ese manojo de sapos
fue la luz del local.
Y eran tan parecidos, Ana, tan parecidos a Bala Suelta
que cuando logré dormirme, muy tarde,
bien entrada la madrugada, hasta soñé con ellos.
Y ya eran nueve.
¡Excelente Nechi! Tiene ámbito y tensión, tiene espectativa y acción, tiene sensaciones que hacen creíble el relato.
ResponderEliminarQue bueno que esta Nechi, te Felicito. Jamas dejas de sorprenderme.
ResponderEliminarEste cuento , no se priva de nada. Tiene el privilegio de trascender la realidad actual y el núcleo del mismo que es el miedo, afirma aún más el tiempo en que vivimos. Es elogioso encontrar un escritor que pueda convertir literario --disfrazado de sencillo--la descripción de una período de historia. Felicitaciones.
ResponderEliminarAbel Espil