miércoles, 23 de abril de 2014

Jorge Piñones Segovia-Chile/Abril de 2014



El robo                  

     Patricio y Ernestina Castañeda, cuando estaban camino a los ochenta y ya habían celebrado las bodas de oro, por largos cincuenta años de matrimonio. Ellos comentaban que lo curioso de todo, era que mientras ganaban años, también ganaban espacio físico en el hogar. Hacía cuarenta años que vivían en la misma casa adquirida con esfuerzo; ahora debido al abandono de sus varios hijos, esta vivienda se había transformado en un lugar silencioso.
     Ernestina era de carácter más bien retraído, al revés de la locuacidad de Patricio, quien ya estaba jubilado; por esta circunstancia ambos debieron adecuarse a un nuevo estilo de vida. Desde hacía tiempo, el hombre dedicaba más tiempo al hogar, por la aparición de varias dolencias en su mujer. Ella misma fue quien pidió esa ayuda. Así, Patricio asumió algunas  tareas como: ayudar en el aseo de la casa y del patio, el cuidado del perro, cocinar, y lo más importante, para evitar que Ernestina caminase mucho, hacerse cargo de las compras. Patricio comentaba jocosamente que ya “le estaban fallando los neumáticos”.
     A lo lejos recibían la visita de sus vecinos, Carlos y su mujer, con quienes compartían onces y luego jugaban a las cartas. El tema obligado en sus conversaciones, era casi siempre, el reajuste de las  pensiones. 
     Cierto día en que Patricio llegó a casa temprano, rápidamente se hizo cargo de la cocina, debía guisar unos porotos que le habían regalado sus vecinos -un hermano de Carlos los había traído desde el norte chico-, su esposa le comento cuando se los obsequió, que eran del año, muy sabrosos y blanditos. Patricio, igual los había dejado remojando desde el día anterior, pensó que era bueno prevenir. Pensando para sí:- A mí me van a quedar mejor, porque yo los cocino en caldo de chancho, con longanizas, zapallo, le agrego tallarines, para que sean con rienda y me quedan “mortales”-.
      Así fue que, después de haber disfrutado de la abundante “porotada”, como era costumbre, los esposos durmieron una larga siesta y ya faltando poco para las cuatro de la tarde, Patricio se preparó para ir al supermercado. Antes de salir, la esposa le preguntó a gritos si llevaba la lista de las provisiones que debía comprar, él le respondió con otro grito de afirmación.
    
     En medio de las personas que entraban y salían, a Patricio se hicieron le presentes unos síntomas extraños en su vientre, así como pequeños  “retortijones de tripas”. En principio no

le preocupó mucho, pensando que esto sería algo pasajero, luego hurgó en los bolsillos de su chaqueta buscando la lista de compras. Ya con ella en la mano, se encaminó por los pasillos. Nuevamente se hizo presente el malestar, pero esta vez con un dolor más intenso, se detuvo. En ese momento se dio cuenta que estaba lleno de gases, producto de los porotos. Lo que vino después, a causa de tener que agacharse para sacar unos paquetes de virutilla que figuraban en la lista, fue fatal. Se escuchó, un tanto apagado, el sonido que pudo disimular gracias a la voz de un locutor que hacía ofertas de un producto en promoción. Al levantar un paquete de harina de cinco kilos y depositarlo en su carro, de inmediato vino otro. Este sí, fue oído por un joven matrimonio acompañados de un pequeño, a no más de dos metros de donde él estaba. Se quedaron mirándolo con desagrado. Patricio no se dio por aludido, sino simplemente optó por abandonar el lugar, disimuladamente, como quien es sorprendido en una falta. Así, a paso rápido, recorrió otros pasillos y con rapidez fue tachando del listado los productos que colocaba en el carro. Prudentemente se cuidaba de estar lo más alejado de la gente, dado que el concierto de gases no paraba.- Se preguntaba: ¿Cómo me pudo pasar ésto?, ¿qué clase de porotos serían? y por último pensó jocosamente que talvez los habrían regado con pólvora.                  
     Por fin terminó su compra y, un tanto aliviado, fue en dirección de las cajas, eligiendo desde luego, la que tuviese menos personas. Todo marchaba muy bien, mientras el cajero hacía la suma de los productos, hasta que llegó el momento de dar el valor total de la compra. Su rostro cambió de color al  darse cuenta que la billetera no se encontraba en ningún bolsillo de su chaqueta. Palideció, quedando mudo sin saber qué hacer, mientras el cajero esperaba. Pasado un momento, en voz baja que más bien parecía un susurro dijo:- “No tengo la billetera, me la han robado”.- El cajero le miró compasivamente y le dijo: - No se preocupe caballero que  la mercadería vuelve a su lugar, mientras usted soluciona el asunto de la billetera.
     Patricio abandonó la caja y se dirigió a la administración del supermercado, esperando alguna solución. Allí intentaron ayudarle a través de los guardias de seguridad, pero aquello no dio ningún resultado. El administrador tratando de ayudarle le pidió que se tranquilizara, e incluso, le invitó una taza de té  que  le ayudó a tranquilizar su estómago y a olvidarse de los gases. Esto le sirvió para reflexionar, y entonces recordó el instante cuando hurgó en los bolsillos de su chaqueta buscando la lista de compras, apremiado por su vientre


congestionado, con toda seguridad en medio del tumulto de gente, se le debía haber caído la billetera.
      Así, sentado en el cómodo sillón, se sintió derrotado, sin comentarlo con nadie, se hundió en un mundo de pensamientos negativos preguntándose: ¿Qué voy hacer si perdí todo el dinero? ¿Con qué voy a pagar mis deudas? y ¿Las cuentas de: luz, agua, el teléfono,  etc., etc.? De pronto, sintió frío en todo el cuerpo así como si le bajara la presión, quiso ponerse de pie y se dio cuenta que no podía hacerlo. Sintió un mareo y como si todo rotara a su alrededor. Aquello fue lo último que recordó al perder el conocimiento, que sólo recuperó cuando empezó a distinguir la figura de un hombre vestido con delantal blanco, mientras le tenía tomada la muñeca de su brazo derecho, controlándole el pulso. Patricio se percató que se encontraba en la posta de primeros auxilios. – ¡A ver caballero!- dijo el doctor-¿Cómo se siente?- Bien-  le respondió Patricio, como saliendo de un profundo sueño - Siento sólo un ligero dolor de cabeza- Eso se le va a pasar pronto- Le replicó el doctor -Ahora, dígame cómo ocurrió todo- Patricio le contó con lujo de detalles la pérdida de la billetera. El médico le recomendó que evitara pasar por situaciones extremas, como aquella. Finalmente le tomaron sus datos personales y le dieron de alta.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            
     Mientras tanto, Ernestina se encontraba en el baño de su casa, al igual que su esposo, sintiéndose terriblemente complicada, “por los sabrosos porotitos del norte”. De pronto, sintió la campanilla del teléfono que sonaba y sonaba insistente- Lo siento se dijo, pero lo primero es lo primero. De tal manera que después de haberse desocupado, tranquilamente fue hasta el living, levantó el auricular y del otro lado escuchó la conocida voz de su esposo. Le anunciaba que no llegaría con la mercadería, porque había sufrido un percance que le contaría cuando estuviera en casa. Un tanto preocupada por lo que había escuchado, Ernestina colgó el fono, e involuntariamente su vista fue en dirección a la mesa del comedor y pudo ver que encima de ésta se encontraba la billetera de su marido.
                 




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