El robo
Patricio y Ernestina Castañeda, cuando estaban camino
a los ochenta y ya habían celebrado las bodas de oro, por largos cincuenta años
de matrimonio. Ellos comentaban que lo curioso de todo, era que mientras
ganaban años, también ganaban espacio físico en el hogar. Hacía cuarenta años
que vivían en la misma casa adquirida con esfuerzo; ahora debido al abandono de
sus varios hijos, esta vivienda se había transformado en un lugar silencioso.
Ernestina era de carácter más bien retraído, al revés de la locuacidad de
Patricio, quien ya estaba jubilado; por esta circunstancia ambos debieron
adecuarse a un nuevo estilo de vida. Desde hacía tiempo, el hombre dedicaba más
tiempo al hogar, por la aparición de varias dolencias en su mujer. Ella misma
fue quien pidió esa ayuda. Así, Patricio asumió algunas tareas como: ayudar en el aseo de la casa y
del patio, el cuidado del perro, cocinar, y lo más importante, para evitar que
Ernestina caminase mucho, hacerse cargo de las compras. Patricio comentaba
jocosamente que ya “le estaban fallando los neumáticos”.
A lo lejos recibían la visita de sus vecinos, Carlos y su mujer, con
quienes compartían onces y luego jugaban a las cartas. El tema obligado en sus
conversaciones, era casi siempre, el reajuste de las pensiones.
Cierto día en que Patricio llegó a casa temprano, rápidamente se hizo cargo
de la cocina, debía guisar unos porotos que le habían regalado sus vecinos -un
hermano de Carlos los había traído desde el norte chico-, su esposa le comento cuando
se los obsequió, que eran del año, muy sabrosos y blanditos. Patricio, igual
los había dejado remojando desde el día anterior, pensó que era bueno prevenir.
Pensando para sí:- A mí me van a quedar
mejor, porque yo los cocino en caldo de chancho, con longanizas, zapallo, le
agrego tallarines, para que sean con rienda y me quedan “mortales”-.
Así fue que, después de haber disfrutado
de la abundante “porotada”, como era costumbre, los esposos durmieron una larga
siesta y ya faltando poco para las cuatro de la tarde, Patricio se preparó para
ir al supermercado. Antes de salir, la esposa le preguntó a gritos si llevaba
la lista de las provisiones que debía comprar, él le respondió con otro grito
de afirmación.
En medio de las personas que entraban y salían, a Patricio se hicieron le presentes
unos síntomas extraños en su vientre, así como pequeños “retortijones de tripas”. En principio no
le preocupó mucho,
pensando que esto sería algo pasajero, luego hurgó en los bolsillos de su
chaqueta buscando la lista de compras. Ya con ella en la mano, se encaminó por
los pasillos. Nuevamente se hizo presente el malestar, pero esta vez con un
dolor más intenso, se detuvo. En ese momento se dio cuenta que estaba lleno de
gases, producto de los porotos. Lo que vino después, a causa de tener que
agacharse para sacar unos paquetes de virutilla que figuraban en la lista, fue
fatal. Se escuchó, un tanto apagado, el sonido que pudo disimular gracias a la
voz de un locutor que hacía ofertas de un producto en promoción. Al levantar un
paquete de harina de cinco kilos y depositarlo en su carro, de inmediato vino
otro. Este sí, fue oído por un joven matrimonio acompañados de un pequeño, a no
más de dos metros de donde él estaba. Se quedaron mirándolo con desagrado.
Patricio no se dio por aludido, sino simplemente optó por abandonar el lugar,
disimuladamente, como quien es sorprendido en una falta. Así, a paso rápido,
recorrió otros pasillos y con rapidez fue tachando del listado los productos
que colocaba en el carro. Prudentemente se cuidaba de estar lo más alejado de
la gente, dado que el concierto de gases no paraba.- Se preguntaba: ¿Cómo me pudo pasar ésto?, ¿qué clase de
porotos serían? y por último pensó jocosamente que talvez los habrían regado
con pólvora.
Por fin terminó su compra y, un tanto aliviado, fue en dirección de las
cajas, eligiendo desde luego, la que tuviese menos personas. Todo marchaba muy
bien, mientras el cajero hacía la suma de los productos, hasta que llegó el
momento de dar el valor total de la compra. Su rostro cambió de color al darse cuenta que la billetera no se
encontraba en ningún bolsillo de su chaqueta. Palideció, quedando mudo sin
saber qué hacer, mientras el cajero esperaba. Pasado un momento, en voz baja
que más bien parecía un susurro dijo:-
“No tengo la billetera, me la han robado”.- El cajero le miró
compasivamente y le dijo: - No se
preocupe caballero que la mercadería
vuelve a su lugar, mientras usted soluciona el asunto de la billetera.
Patricio abandonó la caja y se dirigió a la administración del
supermercado, esperando alguna solución. Allí intentaron ayudarle a través de los
guardias de seguridad, pero aquello no dio ningún resultado. El administrador
tratando de ayudarle le pidió que se tranquilizara, e incluso, le invitó una
taza de té que le ayudó a tranquilizar su estómago y a
olvidarse de los gases. Esto le sirvió para reflexionar, y entonces recordó el
instante cuando hurgó en los bolsillos de su chaqueta buscando la lista de
compras, apremiado por su vientre
congestionado, con toda
seguridad en medio del tumulto de gente, se le debía haber caído la billetera.
Así, sentado en el cómodo sillón, se sintió derrotado, sin comentarlo con
nadie, se hundió en un mundo de pensamientos negativos preguntándose: ¿Qué voy hacer si perdí todo el dinero? ¿Con
qué voy a pagar mis deudas? y ¿Las cuentas de: luz, agua, el teléfono, etc., etc.? De pronto, sintió frío en
todo el cuerpo así como si le bajara la presión, quiso ponerse de pie y se dio
cuenta que no podía hacerlo. Sintió un mareo y como si todo rotara a su
alrededor. Aquello fue lo último que recordó al perder el conocimiento, que
sólo recuperó cuando empezó a distinguir la figura de un hombre vestido con delantal
blanco, mientras le tenía tomada la muñeca de su brazo derecho, controlándole
el pulso. Patricio se percató que se encontraba en la posta de primeros
auxilios. – ¡A ver caballero!- dijo
el doctor-¿Cómo se siente?- Bien- le respondió Patricio, como saliendo de un
profundo sueño - Siento sólo un ligero
dolor de cabeza- Eso se le va a pasar pronto- Le replicó el doctor -Ahora, dígame cómo ocurrió todo-
Patricio le contó con lujo de detalles la pérdida de la billetera. El médico le
recomendó que evitara pasar por situaciones extremas, como aquella. Finalmente
le tomaron sus datos personales y le dieron de alta.
Mientras tanto, Ernestina se encontraba en el baño de su casa, al igual que
su esposo, sintiéndose terriblemente complicada, “por los sabrosos porotitos
del norte”. De pronto, sintió la campanilla del teléfono que sonaba y sonaba
insistente- Lo siento se dijo, pero lo
primero es lo primero. De tal manera que después de haberse desocupado,
tranquilamente fue hasta el living, levantó el auricular y del otro lado
escuchó la conocida voz de su esposo. Le anunciaba que no llegaría con la
mercadería, porque había sufrido un percance que le contaría cuando estuviera
en casa. Un tanto preocupada por lo que había escuchado, Ernestina colgó el
fono, e involuntariamente su vista fue en dirección a la mesa del comedor y
pudo ver que encima de ésta se encontraba la billetera de su marido.
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