miércoles, 23 de abril de 2014

Lina Sánchez Michea-Viña del mar, Chile/Abril de 2014

UNA LEYENDA DEL MAR

            Héctor, joven universitario tenía interés por lo esotérico por ello leía cuanto libro o revista tratara sobre el tema; apariciones, vaticinios, telepatía, etc. Siempre comentaba con sus compañeros el deseo de tener una experiencia personal con un hecho de este tipo.
            Llegando las vacaciones de verano se dirigió a un pueblo costero, lejos del bullicio de la capital, instalándose en una residencial en la cual se encontraban varios huéspedes venidos de diferentes regiones del país. Encontró un ambiente acogedor, todos deseosos de disfrutar en la mejor forma posible la estadía.
            Los primeros días, Héctor, recorrió el lugar respirando un agradable aire de campo y mar. Admirar casas de adobe, adornadas con jardines engalanados con cardenales, margaritas y enredaderas de madreselvas que se encontraban en floración. Al otro lado de la playa resaltaba la imponente figura de una casa señorial. De sus hornos de barro junto con la aurora, salía el delicioso olor a pan amasado y el alegre canto de los gallos se entrecruzaba con el mugir de vacas.
            Después de una reparadora siesta, Héctor, se dirigía a la hermosa playa que circundaba el lugar, con un libro bajo el brazo. Se disponía a gozar de la lectura que tanto le apasionaba, del aire fresco del mar y de la puesta de sol, hasta que la noche lo sorprendía regresando a la Residencial a la hora de cenar.
            Una vez terminada la comida, algunos de los huéspedes se dedicaban a jugar a las cartas, otros al dominó y el resto simplemente a charlar. Héctor siempre se integraba a este último grupo.
            Una noche salió a relucir el tema favorito de Héctor.  La dueña de la residencial, sabiendo de su interés por los temas paranormales invitó a Misia Rosario, una antigua residente del pueblo, quien por su avanzada edad estaba al tanto de todas las historias inexplicables acaecidas  en él.
            Misia Rosario dio comienzo al siguiente relato: “Muchos años atrás venían a veranear al pueblo, los acaudalados dueños de la magnífica casa que se podía observar desde la playa.
            La familia estaba compuesta por un matrimonio y su única hija, quien mantenía un secreto romance con un modesto joven del pueblo. Los padres cuando se enteraron, motivados por sus prejuicios sociales  y - según ellos- por el bien de su hija, la obligaron a casarse con un pretendiente 30 años  mayor que ella y de muy buena situación económica.
            La boda se llevó a efecto en la misma casa, con la participación de muchos invitados y con una ostensible demostración de la riqueza de sus anfitriones. En medio de la celebración, el joven enamorado enloquecido, furtivamente se escurrió por entre los asistentes y con dos certeros disparos terminó con la vida de su amada y la propia.
            La madre de la joven enloqueció de dolor. Se cuenta que todas las noches se dirigía a la playa  con un ramo de flores que lanzaba mar adentro, como ofrenda a su hija.
            Continúo misiá Rosario. “Al cabo de un tiempo se dio término a este ritual, al no regresar a tierra la atormentada madre. Su cuerpo nunca fue devuelto a la playa, y es por esa razón que, los lugareños dicen que su alma vaga por aquellos sectores. Afirman haber visto aparecer por las noches, una fantasmal figura de mujer emergiendo de entre las olas con un ramillete de flores en sus manos.  Con esto, Misia Rosario, dio término a su relato.
            Para Héctor, este final fue impactante, curiosamente, en las noches que había permanecido a orillas del mar, había visto a una mujer pasear por la arena causándole extrañeza que lo hiciera a esas horas.
            Decidió aclarar el misterio. Era la última noche que permanecería en el pueblo, el bus que lo llevaría de regreso a la capital, partiría a las 23 horas. Tomó la determinación de volver por última vez a la playa.
            Esta vez caminó por la orilla de la playa, sus pies sentían la humedad que dejaban las olas en la arena. De improviso vio venir hacia él una figura de mujer, cuyo rostro estaba cubierto con un gran velo negro.
La mujer se acercó silenciosamente hasta llegar junto a él, rozando con su mano el cuello de Héctor. Sintió un estremecimiento y a causa de su pavor quedó como petrificado. No pudo moverse, no supo el tiempo transcurrido, tal era su desconcierto. Apenas pudo comprobar que la figura había desaparecido.
            Con pasos inseguros, se dirigió al terminal que estaba a dos cuadras de la playa y se subió al bus. Todo su ser aun estaba impactado con la reciente experiencia. Al descansar su cabeza en el respaldo del asiento, llevó instintivamente su mano al cuello, donde siempre portaba una macisa cadena de oro. Extrañamente la joya había desaparecido.











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