UNA
LEYENDA DEL MAR
Héctor, joven universitario tenía
interés por lo esotérico por ello leía cuanto libro o revista tratara sobre el
tema; apariciones, vaticinios, telepatía, etc. Siempre comentaba con sus compañeros
el deseo de tener una experiencia personal con un hecho de este tipo.
Llegando las vacaciones de verano se
dirigió a un pueblo costero, lejos del bullicio de la capital, instalándose en
una residencial en la cual se encontraban varios huéspedes venidos de
diferentes regiones del país. Encontró un ambiente acogedor, todos deseosos de
disfrutar en la mejor forma posible la estadía.
Los primeros días, Héctor, recorrió
el lugar respirando un agradable aire de campo y mar. Admirar casas de adobe,
adornadas con jardines engalanados con cardenales, margaritas y enredaderas de
madreselvas que se encontraban en floración. Al otro lado de la playa resaltaba
la imponente figura de una casa señorial. De sus hornos de barro junto con la
aurora, salía el delicioso olor a pan amasado y el alegre canto de los gallos
se entrecruzaba con el mugir de vacas.
Después de una reparadora siesta,
Héctor, se dirigía a la hermosa playa que circundaba el lugar, con un libro
bajo el brazo. Se disponía a gozar de la lectura que tanto le apasionaba, del
aire fresco del mar y de la puesta de sol, hasta que la noche lo sorprendía
regresando a la
Residencial a la hora de cenar.
Una vez terminada la comida, algunos
de los huéspedes se dedicaban a jugar a las cartas, otros al dominó y el resto
simplemente a charlar. Héctor siempre se integraba a este último grupo.
Una noche salió a relucir el tema favorito
de Héctor. La dueña de la residencial,
sabiendo de su interés por los temas paranormales invitó a Misia Rosario, una
antigua residente del pueblo, quien por su avanzada edad estaba al tanto de
todas las historias inexplicables acaecidas
en él.
Misia Rosario dio comienzo al
siguiente relato: “Muchos años atrás
venían a veranear al pueblo, los acaudalados dueños de la magnífica casa que se
podía observar desde la playa.
La familia estaba
compuesta por un matrimonio y su única hija, quien mantenía un secreto romance
con un modesto joven del pueblo. Los padres cuando se enteraron, motivados por
sus prejuicios sociales y - según ellos-
por el bien de su hija, la obligaron a casarse con un pretendiente 30 años mayor que ella y de muy buena situación
económica.
La boda se llevó a efecto en la
misma casa, con la participación de muchos invitados y con una ostensible
demostración de la riqueza de sus anfitriones. En medio de la celebración, el
joven enamorado enloquecido, furtivamente se escurrió por entre los asistentes
y con dos certeros disparos terminó con la vida de su amada y la propia.
La madre de la joven enloqueció de
dolor. Se cuenta que todas las noches se dirigía a la playa con un ramo de flores que lanzaba mar
adentro, como ofrenda a su hija.
Continúo misiá Rosario. “Al cabo de
un tiempo se dio término a este ritual, al no regresar a tierra la atormentada
madre. Su cuerpo nunca fue devuelto a la playa, y es por esa razón que, los
lugareños dicen que su alma vaga por aquellos sectores. Afirman haber visto
aparecer por las noches, una fantasmal figura de mujer emergiendo de entre las
olas con un ramillete de flores en sus manos. Con esto, Misia Rosario, dio término a su
relato.
Para Héctor, este final fue
impactante, curiosamente, en las noches que había permanecido a orillas del
mar, había visto a una mujer pasear por la arena causándole extrañeza que lo hiciera
a esas horas.
Decidió aclarar el misterio. Era la
última noche que permanecería en el pueblo, el bus que lo llevaría de regreso a
la capital, partiría a las 23 horas. Tomó la determinación de volver por última
vez a la playa.
Esta vez caminó por la orilla de la
playa, sus pies sentían la humedad que dejaban las olas en la arena. De
improviso vio venir hacia él una figura de mujer, cuyo rostro estaba cubierto
con un gran velo negro.
La
mujer se acercó silenciosamente hasta llegar junto a él, rozando con su mano el
cuello de Héctor. Sintió un estremecimiento y a causa de su pavor quedó como
petrificado. No pudo moverse, no supo el tiempo transcurrido, tal era su
desconcierto. Apenas pudo comprobar que la figura había desaparecido.
Con pasos inseguros, se dirigió al
terminal que estaba a dos cuadras de la playa y se subió al bus. Todo su ser
aun estaba impactado con la reciente experiencia. Al descansar su cabeza en el
respaldo del asiento, llevó instintivamente su mano al cuello, donde siempre
portaba una macisa cadena de oro. Extrañamente la joya había desaparecido.
Lina, muy interesante el relato y el final. Un abrazo,
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