EL SOCAVÓN
A Marcos Luque, detenido
desaparcido, por la dictadura cívico militar.
Rosario no lo podía creer. Se preguntaba cien veces en
silencio porqué se le había ocurrido llegar hasta aquí. Marcos, uno de los
compañeros del grupo de estudio, con una sonrisa de sátiro le murmuró ojo, si
no te gusta, andáte.
La tentación fue superior. Se ubicó en una hilera que se
había formado en la entrada del socavón para besarle los cuartos traseros al
carnero. Después, ya vería. Hacía años que quería conocer esa fiesta donde en
distintos lugares del Norte se honraba al macho cabrío y hoy estaba decidida a hacerlo. Si bien no
creía en las brujas ni en las almas condenadas y menos en los habitantes del
infierno, sentía un hormigueo en el cuerpo.
Había elegido Monteros, por memoria. Allí, había sido
torturado hasta la muerte, un anciano que proveía de comida y agua a viejos
compañeros que andaban por los valles contándoles a los pobladores la
posibilidad de un mundo mejor. Rosario se había quedado impresionada en aquel
tiempo cuando se enteró que los militares de la dictadura, además de picanearlo, lo colgaron en la plaza y
lo dejaron ir muriendo, rodeado de fusiles, cabos y sargentos. Fue por 1976...
Después, las distintas noticias de las
desapariciones de esos hermanos de ideales, compañeros de bancos de la vieja
Facultad...
A Rosario,
le habían quedado instalados no sólo el dolor y la bronca. El peso más grande
era el de la impotencia y la ausencia de justicia. Y junto a Marcos, estaban
allí, en ese pueblo, recordándolos.
Se
impresionó, cuando ya adentro, la música, el canto y algún recitado aumentaron
su volumen hasta atronar el lugar mientras la chicha y el vino casero regaban
las gargantas de donde se escapaban ululantes aullidos. Contaban que en los
socavones, en esas fiestas, todo se transformaba en una orgía. No tenía miedo,
pero estaba como excitada. La gente bailaba y saltaba y el vino y los acullicos
se saboreaban en las bocas. Se preguntaba cuáles eran las brujas, dónde andaba
el demonio y buscaba a los chamanes. Las carcajadas se estrellaban contra las
paredes del socavón y el eco las llevaba vaya a saber hasta dónde...
El día
asomó mientras la última estrella se escondía en el cielo. La celebración
desbordaba entre risas y contorsiones extrañas. Cuando la luz se hizo más
intensa, unos sollozos arrancaron del centro del socavón. Eran como gemidos que
fueron tomando forma de voces hasta armar la palabra justicia. Y después como
dibujos de sombras que enmudecieron a la gente y la petrificaron. Nada más que
Rosario y Marcos pudieron moverse hasta llegar a su lado.
Los
festejantes superaron el miedo y turbados contra lo que cuenta la leyenda,
sintieron sueño y un cansancio que les aumentaba el peso del cuerpo.
Arrastrándose casi, fueron saliendo del socavón, volteando unos pocos la cabeza
para convencerse de que el pacto con el diablo no se había hecho.
Rosario
y Marcos, se apoltronaron de donde emergían las voces. En un impulso comenzaron
a escarbar la tierra, removiéndola con las manos como palas. Y huesos y más
huesos escondidos brillaron ante la luz del sol...
La
Salamanca había sido vencida por el poder de la Pachamama que nunca desprotege
a sus hijos y castiga a los que torturan o asesinan.
Al otro
día, diarios del país anunciaban en grandes letras el hallazgo. Hablaban de
cadáveres desenterrados en el socavón de Monteros.
A unos
meses, identificados, resultaron ser desaparecidos del 76...
Ahora,
en el pueblo, cuentan que el diablo no anda más por los socavones, que se fue
hacia un Imperio que todavía tiene en un país de América del Norte, donde la
Pachamama trata de correrlo, desencadenando Huracanes y Tornados.
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