EL BLUSÓN
En esta nueva primavera me prometo que las
cosas sucederán de otra manera...Así lo pensé y preparé mi guardarropa,
pasando por los zapatos, accesorios y los pocos cosméticos, que a estas alturas
me ayudan a mejorar la imagen, aunque a mis años no puedo pedir maravillas.
En
ello estaba cuando recordé a Maruja. ¡Mi buena Maruja! Siempre preocupada de
regalarme esas prendas locas, que lucirlas significaban un reto a mi
personalidad de mujer un poco anodina. Venciendo la sensación de sentirme ridícula,
me las fui colocando, primero ante el espejo de la casa, luego salía con ellas
debajo de las chaquetas, abrigos o algo que las cubriera, como una forma de
atrevimiento a mis gustos tradicionales en cuanto al vestir. Ya acostumbrada a
ellas, me atreví a lucirlas en eventos puntuales, pensando que entre tanta
gente poco se notaría. Al menos eso pensaba de camino a casa, después de una
interesante velada.
Entre
esas galas había un blusón de color indefinido. La verdad, no sabría asociarlo
ni describirlo con ninguno en especial, por ello, solamente diré que era
oscuro, y en cuanto a la tela, de textura y diseños elegantes. Me acostumbré a
usarlo en forma frecuente, tanto que se transformó en mi caballito de batalla
en las reuniones importantes.
Con
el tiempo, el blusón y el encuentro con Andrés eran uno solo. Este amigo,
sumamente atractivo e inteligente, parecía buscar mi compañía, motivo que me
halagaba en extremo. Después del primer
saludo, me hacía el alcance de lo bien que lucía, y sus ojos interesados
fijaban su atención en mi blusón, mientras me refería las noticias atrasadas
desde la última vez que nos habíamos visto. Incluso se permitía confidenciarme
acerca de su familia.
Como
noté mi éxito social, en cierta forma asociado a la prenda, disimulé la
frecuencia de su uso: con pañuelos, collares, echarpes o la infinidad de
recursos en accesorios que una mujer puede discurrir. Sin embargo, al cabo de
un tiempo, descubrí con mucha pena que el género del blusón tendía a abrirse en
forma vertical y su delgadez era visible. Como deshacerme de él significaba en
cierta forma, hacerlo con momentos felices asociados a mi vida, discurrí
desprenderme en una forma menos dolorosa. Lo lavé prolijamente, lo empaqueté en
un bonito papel de regalo con cinta y todo, y lo dejé olvidado a propósito en
el asiento de un bus cualquiera, un día 23 de septiembre, como hoy, con el afán
que otra mujer pudiera vestirlo, y a lo mejor gozarlo un par de veces, antes de
convertirse en un desecho para el basurero.
Coincidencia
o no, desde esa fecha me sucedieron cosas demasiado trágicas y traumáticas,
entre estas últimas, el fallecimiento de Andrés en un accidente aéreo. La
pérdida de todas mis joyas al entrar un ladrón a mi domicilio, a plena luz del
día, mientras andaba de compras en el supermercado. La descompostura de casi
todos los artefactos de la casa, sumaron a estas desgracias, otras desventuras
de menor importancia. De manera, que fue un año negro y triste.
¿Sería
el hecho de no tener el famoso blusón conmigo? o bien el desprenderme de él, en
forma tan ingrata. Así estaba este asunto, transformándose en una verdadera
psicosis, que me tenía al borde de la depresión.
Hoy,
otro 23 de septiembre, junto con la primavera pienso en un nuevo renacer, me
siento feliz y hasta segura que mi buena estrella ha retornado. En un baratillo
de ropa usada, he descubierto un blusón igual al maléfico anterior, de cuya
culpabilidad por mis pesares lo hice totalmente responsable.
Juro
guardar esta prenda como un talismán de por vida y en la más absoluta
privacidad, como así también no participar a otras personas estos hechos;
seguro daría motivo para que pensaran de mí, que la vejez me hace divagar
tonterías. R. ASCENSIÓN REYES-ELGUETA. 4/Oct./05
¡Cuánta magia, alrededor de una simple prenda!Belleza de lo simple en el texto.
ResponderEliminarLydia