LA MUDANZA
Dedicado a mis primos Marisa
y Giovanni , que me regalaron en Pascuas
un libro de poesías publicado en 1979,encontrado en la biblioteca de mi
tío Luis Cámpora, y que dio origen a este relato
El camión de la mudanza partió y con él se fueron los últimos afectos que
tuvieron los poemas de ese libro durante su estadía de treinta y cinco años en
la antigua casona de Coronel Brandsen, Villa Eunice, un oasis de paz entre el
vértigo de la gran metrópoli porteña, encerrada entre cemento, y la soledad del
campo bonaerense, abierta hacia las nubes.
Allá se iban hacia su nuevo piso de la Avenida Santa Fe – para que los
adolescentes estuvieran cerca del inminente estudio universitario - el
veterinario Juan, que alguna vez leyó “A un domador de caballos” de Marechal;
la antropóloga Nélida, que disfrutó de “Colla muerto en el ingenio” de Raúl
Galán; la bachiller Mariana, que pasó alguna siesta junto a “Elena Bellamuerte”
de Macedonio; el perito mercantil Esteban – que al conocer su nuevo destino
domiciliario – trató de asimilar rápidamente el orgullo de la “Trova” de Guido
Spano.
Los lógicos desórdenes del traslado de cajas y canastos trajeron sus consecuencias. Sobre el piso de
ladrillos de la galería más que centenaria, cayeron libros que alguna vez fueron vecinos queridos
de la mesita de luz, leña de palabras
junto al fuego en las tardes de invierno
y emoción en papel amarillento para los ya fallecidos antecesores.
La reciente lluvia hizo que se empaparan y entonces los Bevilacqua,
apurados por el vozarrón del chofér que les avisaba que el gremio camionero no
lo dejaba trabajar mas allá de las seis de la tarde, al verlos humedecidos y
previendo un rápido deterioro, optaron por dejarlos allí.
Pero los poemas no fueron los únicos abandonados. Junto a ellos quedó,
colgando del cercano acacio con un
gancho comido por la herrumbre, una jaulita vacía que debe haber sido
verde brillante, ahora era mate y pronto nada. Eso sí, tenía una ventaja,
conservaba una cobertura de paja simil rancho, que un comprensivo amigo del
canario, en algún momento que el sol caldeaba la arboleda, colocó con buen
criterio.
Para cuando los Bevilacqua ya habían pasado San Vicente y se acercaban a
Canning, un libro, el que en mejor estado había quedado pues los otros ya
estaban boqueando, erguido, miró hacia dentro suyo, a los poemas que eran sus
arterias, sangre y latidos, les hizo un guiño y dijo:
- Dentro de la jaulita estaremos bien,
vayamos subiendo, poema a poema, antes que caiga otro chaparrón. Olviden el
pasado acogedor de la biblioteca de madera labrada. Hoy comienza otra vida…
-Un
momento amigos, aún con el cuerpo muerto, mantengo el derecho de admisión…se escuchó desde la jaulita. Era el alma del canario
Twittie, recientemente enterrado tras el crataegus por la familia brandseña,
que ante la ausencia del ser que la contenía, había demorado su ascenso al
cielo, mientras cuidaba la vacía residencia enrejada.
-¿
Y cuáles son tus pretensiones?...preguntó La Poesía Argentina, tal era el
nombre del libro que había sobrevivido.
-Aquí
hay lugar para todos tus poemas. Pero Twittie era un romántico y le hubiera
gustado que cada uno de ellos ingresara presentándose con trozos de versos cuyos autores yo iré
identificando - entre paréntesis, con negrita - como si jugáramos al Trivial.
Así que…andando…hasta que defina quien – como premio - pondrá nombre a la
jaulita.
“Vinieron de Italia,
tenían veinte años, con un bagayito por toda fortuna…” (
de la Púa, grita el alma)…”Padre: aquí me tienes, triste, pensando
todavía en lo raro que fuiste…” (Pedrini)…”Para
siempre cerraste alguna puerta y hay un espejo que te aguarda en vano…” (Borges)…”…que la vida me presente de
golpe la baraja…” (Nalé Roxlo)…”…por
hacer noche solo entre amantes fogatas, desinhalar lo hueco y encontrarme
inhallable…”…
-¡¡¡Ese,
ese es un verso de “Por vocación de dado”, poema del poeta premiado que le
pondrá su nombre a la jaulita ¡¡¡…¿ la
causa ?, porque quien lo escribió nació en
el mismo año que “Villa Eunice”, en 1891…
-No
me digas…¿ y cómo se llama ?
-Oliverio
Girondo…siempre Twittie escuchaba recitar sus versos por algún Bevilacqua,
desde la jaulita, nunca lo dejaron
viajar en tranvía…ahora será el padrino de ella…y bajo su nombre viviremos –
alma y poemas - todos en un solo ambiente,
vista al parque…esperemos por poco tiempo, ya que el 22 de mayo le
pediremos a Santa Rita de Casia, Patrona de Brandsen y abogada de los casos desesperados e imposibles, que nos consiga una bibilioteca para que vos y tus poemas se alojen y un nuevo ocupante para la jaulita Oliverio Girondo. Luego, yo me iré tranquila con Twittie. Mañana – como cada amanecer – los gallos del Barrio El Matadero le dirán los buenos días a Villa Eunice.
Ardiendo
se fue quemando de a poco
en el tamaño de su mentira
en la demora de su entrega
en la hipocresía de sus actos
en el fingir de sus sentimientos
en la cobardía de su silencio
en el escape de su pasado
en el escondite de su existencia
en el callar a lo que le piden
en la indiferencia a visiones
diferentes de la propia
vaya a saber
quien arrojó el fósforo
quien arrimó
madera blanda
quien apantalló la pira
no es una fogata común
pero ardía como el infierno
tuvo la oportunidad de evitarla
pero no pudo o no supo
o no quiso
ahora es tarde
esa soberbia sostenida
eso de querer ser lo que no es
convirtió una imagen en ceniza
y en una tragedia su historia
Caminando la tarde
Salen ellos a caminar la
tarde suburbana y tropiezan con baldosa abúlica. Abúlica y gris. Sucesión de
casas sin latidos donde falta algo así como gritos destemplados, lloro de
cambio de pañales, pelotazos contra la pared. Abulia, gris, lugares sin dueño.
Volantes de comida a domicilio flotan en remolino, y quien los debería estar
juntando con la escoba, corta olas a cuatrocientos kilómetros; el colectivo
transita sin frenadas y con asientos vacíos; veredas sin gente, árboles sin
perros, chimeneas sin humo, persianas bajas; un sacerdote celebra misa, con más
palabras en el Ave María, que feligreses en los bancos; las medialunas
calientes, se acumulan tras una panadera tiesa, disfrazada de aldeana. Abulia,
gris, lugares sin dueño, y un murmullo que se escucha. Sólo el viento, en un
desierto carente de beduinos y camellos. Lo contrario a la bulliciosa charla de
los cinco jubilados, esperando ayer que
el peluquero emprolije la melena del jovencito. El murmullo se introduce en la
avenida, confiando que allí habrá más oídos para identificarlo, pero se
equivoca. Abulia, gris, lugares sin dueño, murmullo que se escucha, y - como si
fuera poco - la mente desocupada. Imán perfecto para que se adhieran a ella
cuatro recuerdos, tres historias, dos olvidos. Y entonces - los que osaron
salir a caminar la tarde - se desplazan con abulia, meditan en gris, se adueñan
de ausencias, escuchan el pasado, ocupan de nostalgia los pensamientos y
deciden retornar a casa. Convencidos que
el negro trae más descanso, vitalidad y motivación que el rojo. Dejarán la
caminata para un día laborable. Seguramente, será mejor que éste despoblado
feriado de Martínez.
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