Ana no duerme / espera el día
Sola en su cuarto / Ana Quiere jugar
L. A. Spinetta
ANA NO DUERME
Su mayor preocupación durante el
día era no poder dormir de noche, y… ¡esos dolores! Comienzan con una sensación
punzante, que luego se irradia, produciéndole un ardor en todo el brazo. Ese
brazo que tantas satisfacciones le diera en su juventud, cuando tomaba la
raqueta con la destreza de una amazona empuñando su lanza. Pero no es solo eso
lo que no le permite conciliar el sueño. Con sus sesenta años, aún mantiene el
cuerpo erguido, y firmes los músculos gracias a que sigue practicando tenis en
el club al que representara durante años en torneos nacionales. Los trofeos y
diplomas ocupan el lugar más importante en su casa, así como el álbum con
fotografías y recortes periodísticos. Las prácticas de los sábados, la
mantienen activa y son su oportunidad de reunirse con las pocas amigas que le
quedan.
Desde muy temprana edad, su padre la inició en esta actividad,
convencido de que la ayudaría con sus problemas de columna. Estos fueron
mejorando al desarrollar y dar potencia a sus músculos. También mejoró su
autoestima, eso que hace estragos en la pubertad si no se la estimula como es
debido. Ana siempre fue muy alta para su edad, y muy delgada. Su condición
física y su timidez, la hacían verse cada vez más encorvada. Pero el deporte,
altamente competitivo, no solo fortaleció su cuerpo sino también su carácter.
Todo para ella era competencia, incluso la relación con su hermana, quién
prefería las actividades intelectuales. Los noviazgos no eran duraderos, en
parte por los viajes y largas horas de entrenamiento y en parte porque para
ella, las relaciones sentimentales eran simples conquistas, un trofeo más en la
larga lista de sus éxitos.
Desde joven, nunca pudo soportar la
estabilidad emocional de su hermana Carmen, dos años mayor que ella.
_No creo que Eduardo te convenga
-solía decirle-. Necesitás conocer otros hombres y no quedarte con el primer
novio.
Aunque a Carmen se la veía muy
enamorada. De alguna forma, la solidez de esa pareja la incomodaba, era algo
que tenía que vencer para no sentir su propio vacío.
_Estás abandonando tu desarrollo
personal - insistía- para satisfacer las necesidades de un macho egoísta que
solo busca que lo atiendas a él. Si seguís así vas a terminar abandonando tus
estudios, sólo para quedarte en tu casa criando chicos y vas a extrañar aquello
para lo que siempre te preparaste.
Pero Carmen se recibió en Letras,
comenzó a hacer docencia e inmediatamente se casó. Ana siguió con sus torneos y
exhibiendo sus triunfos. Era la exitosa de la familia, los logros de Carmen,
silenciosos, nunca llamaban la atención. Ana quería mucho a su hermana y no
quería verla frustrada, llevando una vida tan rutinaria. Pero cuando se cerraba
la puerta de su habitación, la que dormía en soledad era ella.
Pasó el tiempo, Carmen ya tenía
un hijo de siete años, cuando se le presentó la oportunidad de asistir a un
congreso fuera del país. Ana la alentaba:
_No te lo podés perder, son sólo
cuatro días, yo me ocuparé de cuidar a Gaby en tu ausencia. Después de todo es
mi único sobrino y ahijado, andá tranquila.
En el fondo también quería comprobar
cómo hubiera sido ella como madre. Se organizaron de tal manera que Eduardo
llevaba a su hijo al colegio por la mañana y Ana lo retiraba al mediodía. Lo
cuidaba durante la tarde y, a la hora de cenar lo llevaba con su padre. De
inmediato, tal vez impulsada por su espíritu de conquista, quiso probar también cómo le quedaba el rol
de esposa. No le fue difícil representar frente al niño el rol de tía cariñosa,
que en verdad lo era. Comenzó a ir más temprano a preparar la cena y hasta le
contaba cuentos a Gaby para que se duerma, mientras Eduardo lavaba los platos.
Al tercer día, viernes a la noche decidió probar también el dormitorio de su hermana
Carmen, y la madrugada la sorprendió bebiendo café y encendiéndole un
cigarrillo a Eduardo.
Por un tiempo la clandestinidad
fue su aliada y las competencias su desahogo. No soportaba a Eduardo, pero
menos soportaba ver a su hermana feliz en su mundo de familia y de libros. Se
engañaba tratando de convencer a Carmen de que su marido no la merecía, claro
que se reservó los motivos. Carmen no era ninguna ingenua, percibió la realidad
y no le fue difícil desenmascarar el engaño.
Ana nunca se casó, sus torneos se
hicieron cada vez más esporádicos y el distanciamiento de la familia, abismal.
Hace unos meses le avisaron que su padre estaba padeciendo una grave enfermedad
y fue a verlo. Aquel día tuvo oportunidad de cruzarse con Carmen, quien la
ignoró como si nunca se hubiesen conocido. El pobre viejo, desde su lecho de
muerte le dirigía su última mirada, desprovista del orgullo que otrora le
demostrara y cargada de infinita tristeza. Dos días después le dieron
sepultura, esa fue la última vez que se cruzó con Carmen y Gaby.
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