“…a
nosotros nos habían dado un pedazo de campo limpio…”
Cap. XVI de Don Segundo Sombra, Ricardo
Güiraldes.
“Aún
en la absoluta aceptación del sueño, algo se revelaba contra eso que no era
habitual”
La
noche boca arriba, Julio Cortázar.
VACACIONES
No me gustan los amontonamientos en la playa. Las
vacaciones se hicieron para descansar. Por eso busqué un lugar entre los
médanos, donde poder continuar con mi lectura.
Aunque eran las 10 de la mañana, el sol ya arreciaba
sobre mí en oleadas, atemperadas por una brisa suave que hacía volar la arena
caliente.
De a ratos
entrecerraba los ojos, dejando deslizar el libro, sumiéndome en ensoñaciones
alimentadas por el ambiente y la lectura. Y entonces me dejaba llevar como
quien se hunde en un cangrejal, suave y peligroso.
“…El campamento que anoche parecía numeroso
desapareció en la noche y la pampa. Galopamos por una huella que se fue
perdiendo hasta quedar entregados al campo raso. Las estrellas que nos
acompañaban se iban cayendo para el lado de otros mundos.
El pasto
desapareció por completo, pues entramos a los médanos de pura arena. Nuevas
curiosidades para mí: los médanos y el mar. Estaba con mis dos compañeros, el
rubio y el indio. Aunque sentía que empezábamos a ser amigos, no quise pasar
por chapetón esperando instruirme por mis cabales. Como buenos muchachos
retozamos largándonos de golpe barranca abajo…”
Me habré quedado
dormida, porque imágenes de la lectura
poblaban mi sueño cuando el estruendo
me despertó. El corazón casi se me salió del pecho cuando tres jóvenes por poco
me pasan por encima con sus cuatriciclos. Aparecieron repentinamente de atrás
del médano que tenía a mis espaldas y se perdieron rumbo al mar que, en la posición en la
que yo estaba, solo era una raya azul entre dos pendientes. Me
incorporé mientras se me iba el susto y comencé a conectarme nuevamente con el
entorno: el rumor de las olas, el viento agitando carpas y sombrillas, la
música de un parador cercano y el griterío de unos chiquilines jugando en la
playa. Me pregunté con qué necesidad jugaban esas alocadas carreras en medio
del gentío. Aunque a la mayoría parecía no importarle. A la gente de esos pagos parecía
no importarles nada.
Todavía sentía el pulso acelerado y riéndome de mi
misma volví a recostarme en la reposera; a un costado quedó el libro medio tapado
por la arena, con su solapa descansando en el capítulo XVI.
A mi alrededor todo había vuelto a la normalidad, poco
a poco fui tranquilizándome decidida a seguir disfrutando del momento de
soledad y lejanía.
El sol de la mañana
volvió de oro el arenal, encandilándome con su reflejo. Gotas de sudor perlaban mi frente y
resbalaron salobres, forzándome a bajar los párpados. En pocos segundos el sueño
me fue ganando nuevamente, y comenzaron
a aparecer vagas imágenes del libro. Lo
raro de este sueño era que me veía, más que eso, me sentía atrapada, de algún
modo, en otra piel. La continuidad del sueño develaría el misterio.
…Me incorporé y comencé a caminar lentamente hacia el
lado contrario al mar por entre los médanos. Sentía el cuerpo cada vez más
pesado, hundiéndome en la arena hasta los tobillos. Tenía la piel seca y la
boca pastosa. El sol me daba de pleno en el lomo.
Repeché una cuesta afirmándome bien con las patas.
Por fin me ubiqué debajo de unos arbustos donde pude descansar. Escuché que
alguien gritaba: “la yaguanesa es mía”. Volví a oír, el rugir de los motores acercándose más y más.
Uno de ellos se separó y vino directo hacia mí. Ahora el ruido era de galope
forzado, rebenque y relinchos. Levanté la cabeza y vi muy cerca una manada correr en estampida. Volteé
y volví con dificultad sobre mis pasos. El cuero me ardía del sol, sentía la
boca hinchada y parecía que los ojos me iban a estallar. A mis espaldas, los
rebencazos y el apure del jinete cada vez más cerca. Parecía que el mundo se
había acabado y sólo éramos él y yo. El sueño tornó en pesadilla. Intenté
despertar. Frente a mí la espuma blanca y detrás la polvareda envolviéndome
cada vez más. ¡Yo quería salir del sueño! Aunque parecía que todo eso no era real, estaba asustada.
El sonido
familiar del mar acrecentaba mi confianza y me daba fuerzas para seguir.
Era como los mugidos de mi madre, llamándome. Sentía el peligro sobre mí y sin
margen para la huida. Fui empujada y arrastrada, forzando mi destino un jóven cruzó
frente a mí; obligada a girar, aferré mis pezuñas a la roca para no caer por lo mojado y
resbaladizo del terreno. No pude evitar el revolcón y con una fuerza
inexplicable, logre enderezarme. No sé
por qué extraña razón la presión que ejercían sobre mí el jinete y su caballo
cedió y, sosteniéndome en mis cuatro patas, al sentir la firmeza de la arena mojada recobré el equilibrio y corrí lo más rápido que pude, ocultándome en el
medanal.
Al principio pensé en perderme entre la
hacienda baguala. Observé que algunos trotaban por lo alto de una loma, pero
algo vieron porque huyeron disparando. Lo que me hizo pensar que el peligro aún no
había pasado. Ni un pasto sobre aquel color fresco que el sol teñía de suave mansedumbre. Entre
la tierra y el mar, toda la costa era así. Y seguí mi instinto de vaca chúcara, alejándome del grupo.
Al caer la tarde las sombras se alargaron sobre la
arena. Estaba exhausta y sentía las patas acalambradas. Flexionando los
garrones apoyé el vientre en el suelo tibio y me eché a descansar al amparo
de Dios. La fatiga es el mejor de los colchones y enseguida me quedé dormida.
Soñé con rebaños
junto al mar, retozando mansamente. Envueltos en trajes de colores desconocidos
para mí hasta entonces, entre voces y sonidos nunca antes escuchados. De pronto
me vi echada con el espinazo sobre un artefacto, con las ubres al sol. Me veía
diferente pero sabía que era yo. Estaba desenterrando algo del suelo,
sacudiéndole la arena y, tomándolo con mis patas delanteras, para luego fijar
la vista en eso.
Me despertó un ruido cercano, era el grupo del cual
me había alejado. Amparados en la oscuridad y presas del nerviosismo después de
un día agitado, ya varios buscaban enojarse solos. Los más jóvenes
embravecidos por el hambre, la sed y por el desconcierto que produce el ver
llevarse a otros. Conociendo por primera vez la redada. Vastos en número, pero
cautivos de una fuerza superior, esperábamos
la oportunidad de un nuevo acecho.
La oportunidad llegó al día siguiente y nos
sorprendió en la rutina de ganado salvaje, concentrado en calmar el hambre y la
sed en un medio árido y hostil que habíamos elegido para escapar del malón.
Pero la memoria de la vaca es corta.
Otra vez me acorralan. Junto a mis compañeros corremos para el
lado opuesto al mar, para el lado de la
gente, diría yo. Mantenemos distancia lentamente, yendo de derecha a izquierda en una fatigosa línea quebrada.
Nuestros mugidos forman como una cerrazón de angustia en el aire. Angustia de
las bestias libres atrapadas para servir.
Nos
encontramos dentro de un gran redondel en el cual todo lo demás parecía haberse
anulado. Nunca había participado en
semejante entrevero. Hay lisiados de todas clases. No sé si la
angustia que siento es por ellos, los
que quedan atrás, o por los que seguimos en pié, empujados
No hay comentarios:
Publicar un comentario