Prólogo del poemario “Réquiem por un mundo
desfallecido” de Javier Claure Covarrubias
*
PARA ROMPER
EL SILENCIO…
Van estas
palabras, porque no siempre se lee poemas de alguien que sueña con tener el
universo en las manos y nos entrega
--por tercera vez-- su voz, su reclamo por la vida; nos dice lo que es y lo que
siente; luego, forzado a confesarse afirma: “Yo no soy de medias tintas”,
para recordarnos el momento que fue compartido con los de su generación y con
los gemidos de su madre, allá, en su natal Oruro, ese crudo invierno de 1961,
cuando en los patios y las calles habían calentado la noche anterior, con
fogatas.
“Réquiem por un mundo desfallecido” viene después de “Preámbulos y ausencias”,
poemario publicado en Oruro, el 2004, y luego “Extraño oficio”, el 2010, en
Estocolmo, donde todavía reside el poeta. Aquí no vamos a entretenernos con sus
fantasmas; pero sí descubrir lo que nos ofrece, como prolongación de su oficio;
desde luego, prácticamente no hay nada que explicar en los 22 poemas de este
libro, pero sí mucho que sentir. Leyéndolo nos damos cuenta de que algunas
ausencias se hacen fructíferas, aunque
para ello se debe llenar ese vacío cantando penas y alegrías. Son sentires que
sobrevuelan el mundo desde una ventana con alas de golondrina, en el día y, de
búho, por la noche. Cómo pesa la vida en la distancia, pues, de cualquier modo,
los retazos con que el poeta compone su trayecto, mostrándonos sus escenarios,
son suficiente motivo para animarnos a seguir sus recuerdos.
Claure Covarrubias se muestra como
un poeta limítrofe entre la lógica y el ensueño; entonces, es lógico, sobre
todo cuando razona sentencioso sobre lo finito e infinito; su ensueño, en
cambio, es reminiscente de su andar, al descubrir, el desconcierto de saber que
el hambre y la miseria continúan en las calles y no solo del África, donde se
aventuró a mirar la vida profunda; entonces, también sintió cuánto le duele la
historia de su país, consolándose con el recuerdo de los héroes que dejaron
huella, como: Eduardo Abaroa y Genoveva Ríos; y así va más allá o, si se
quiere, se sitúa en el fondo de una llaga que no puede cicatrizar, mientras
Palestina continúe crucificada.
Analizando los versos de este poeta,
comprendemos por qué, un singular creador como Borges, concebía la literatura
como: “un arte donde la mayor intensidad se alcanza con la menor cantidad
posible de recursos”. Claure no es retórico; al contrario, es directo y
sensible en el entretejido de sus versos; de ahí que su palabra –labrada con el
llanto de las palliris o la sonrisa del Tío de la mina— nos brota, confesional
y enérgica, para concluir con su “Adiós”, que seguros estamos no será
definitivo, siempre que podamos leerlo.
Adolfo Cáceres
Romero
* Este poemario fue presentado
el 6 de diciembre, 2014, en Estocolmo (Suecia).
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