Ilustración “Gata y leona” de Beatriz Palmieri |
Flora quiso eclipsar
Nació
gata, simple gata asilvestrada; fue poseedora de un solo apellido, Felidae,
pero siempre, desde muy joven, tuvo ínfulas de oligarcona por eso pensó que
algún día podría casarse con un espécimen valioso-aunque carente de valores-
para vivir como viven las reinas con el mismo afán parasitario. Es decir,
quería ser rica pero apoyada en la columna donde se rascan los que no hacen
siquiera el mínimo esfuerzo por procurarse un momento placentero como la
necesidad de rascarnos con las uñas cuando algo nos pica.
Esperando
concretar su sueño vivió en un zoológico corriendo de aquí para allá buscando
una presa, por supuesto la que fuera más fácil, para saciar su hambre.
Convengamos que esa gata era de las que se conocen como “dameunacamaytejuego”,
como dije antes, solo contaba con ínfulas pero éstas no suelen saciar el apetito. No había gato ni ratón capaz de
acercarse a ella para resolverle el sustento porque sí nomás, sino a menos que tuviera algo para ofrecer a
cambio, contrariamente a sus deseos más íntimos: almuerzo o cena.
Pasaron
los años, Flora fue creciendo y al entrar en la etapa de la madurez gatuna sus
posibilidades de ascenso disminuyeron, como es lógico, en las sociedades que
solo valoran lo que no es valorable, digamos que el más puro capitalismo
descarnado.
Lo que
fue aumentando era la grasa alojada sobre todo en sus caderas además de su
tremenda panza que ya arrastraba por el suelo, por ello los movimientos
cadenciosos que se notaban esforzadamente exagerados perdían la fuerza de
armonía. El exceso de adiposidad no suele resultar erótico, mucho menos si
tenemos en cuenta que en el mismo zoológico habitaban gatitas más jóvenes y
mucho más bonitas y graciosas que ella. También mucho menos pretenciosas, por
eso, generalmente, avanzada la oscuridad se la veía salir para hacer la calle
donde la demanda ante la oferta era mucho más interesante.
Sin
embargo, tanto esfuerzo por ingresar en una capa social inaccesible para ella,
también había impedido que la pobre Flora pensara que sus sueños habían sido
estériles.
Siquiera
tampoco pensó que su vida hubiera sido
mucho más interesante si se le hubiese ocurrido utilizar otras aptitudes mucho
más beneficiosas, como suelen realizar otros animales de su misma especie, por
ejemplo, el hecho de asimilar algunos
conceptos.
Pese a
todo lo que les cuento de Flora, no puedo dejar de mencionar su tenacidad sobre
todo para mantener sus humos, seguía sintiéndose importante, además, por haber accedido a cierta amistad con una
runfla de gatos tan ambiciosos como ella, que más de una vez le tiraban una
soga cuando la veían casi ahogada y con la cara del hambre dibujada entre sus
cachetes. Amigos a los que acudía haciendo uso de sus pocas habilidades:
el gruñido, siseo o silbido, sonido que emitía al sentir la cercanía del
peligro. ¡Y vaya si el hambre es peligroso! ¡Y vaya si la runfla era tan
inescrupulosa como ella!
Cada
tanto tiempo llegaban al zoológico nuevas especies de animales, motivo que
generaba gran alteración entre los viejos residentes del lugar. Una mañana muy temprano, Flora descansaba
luego de haber vivido una noche fogosa
en la que varios machos se disputaron la voluptuosidad de sus carnes ya
convertidas en sebo. Pero los gatos que entienden muy bien a los humanos solían repetir algunas frases populares: “a
falta de pan, buenas son tortas”. Claro, sobre todo si las otras gatitas ya
estaban ocupadas.
Flora
y otros animales sueltos vieron la imagen de una imponente leona que había
ingresado a desgano como es lógico imaginar, y fuera ubicada tras el alambrado que separaba a los animales domésticos de los que llaman
salvajes, que no tenían por qué ocupar ese lugar tan lejano a su hábitat
natural. Era una hermosa leona a la que la tristeza de su mirada no logró
opacar tremenda imponencia, haciendo
sentir a Flora como una especie de insecto en ese mundo donde habitara que
consideraba suyo.
Para
tristeza de Flora, ya bastante alicaída por el peso de los calendarios, resultó
terrible notar el orgullo y la autoestima altísima de los gatos al ver tamaña
belleza a pocos centímetros de distancia. Ellos, nada tontos, comenzaron a
jactarse sabiendo que sus penes son iguales a los del león, cosa a la que no
pudo acceder otra especie ni siquiera haciendo uso de pastillitas mágicas
impulsadas por las empresas farmacológicas que lograron estirar el placer con
afán lucrativo.
Y como la leoncita estaba sin pareja, habrían de
tenerlo en cuenta. Además, a ella no haría falta proveerle ningún tipo de alimentos sabiendo
muy bien que era cazadora por naturaleza y esa autosuficiencia leonina marcaba
otra diferencia considerable.
-Ella
se las arreglará para proveer sus propias necesidades, comentaban los
machos mientras frotaban sus cuerpos
contra el alambrado divisorio.
La
gata, víctima de un fuerte ataque de histeria intuyendo que se acercaban
tiempos difíciles, comenzó a transpirar cayendo envuelta en un estado
paroxístico de no fácil manejo.
Su
poco cerebro en ese momento impedido hasta de razonamiento lineal, le impedía generar ideas. Su pelaje lucía
deslucido, sus carnes flojas no eran comparables a la turgencia de la leona.
Pero lo más duro de asumir para la pobre gatita, fue darse cuenta que la nueva
vecina en ese espacio tan cruel como existente, sentía por sí misma un orgullo
al que Flora jamás pudo acceder abocada como estaba en su manía constante por
trepar escalones que la elevaran hasta por sobre de toda lógica.
La
chatura de su cerebro pareció disminuir más todavía, a partir de una desacertada decisión de la
gata que al borde de la desesperación pensó que si se paraba frente a la leona
en momentos en que el sol permitiera
hacerle sombra pese al alambrado, la eclipsaría con facilidad.
Saboreaba
lo que suponía sería su mayor victoria
cuando el sol estuviera de su lado. ¡Su mayor victoria!
Cuando
el astro alcanzó el punto exacto esperado ansiosamente por la gata, Flora se
paró delante de la leona. Antes citó a los gatos para presenciar cómo ella, la
gata Flora, habría de hacer sombra sobre la bestia opacando la fuerza innata de
la recién llegada.
Los
gatos, hinchados de curiosidad, fueron
acercándose para ver la escena. Flora se paró frente a la bestia, pero el sol
no tuvo la capacidad como para lograr que semejante anatomía quedara tapada por
algo tan minúsculo. La gata cambió la posición sin embargo el resultado fue el
mismo.
Giró,
se corrió, fue hacia la derecha, hacia la izquierda, sin producir ningún efecto
sombrío sobre la mole. La leona continuaba mirando sin entender qué era lo que
pretendía la que, respecto a ella, no era sino una pobre animalita cargada de ínfulas pero nada más
que eso.
Harta
de los bailoteos estériles de la gata desesperada, la leona se puso de pie y
tal como era de esperar, más allá de que
el sol hubiera realizado un giro conspirativo o no, proyectó su sombra sobre la
pobre Flora.
La
gata se retiró entre alaridos producto de
la furia que ataca cuando se entiende, aún con las limitaciones descriptas, que muchas veces
sucede que la victoria suele tener un apellido fortísimo: Pírrica.
Lo
rescatable de ese momento tan triste como aleccionador, fue que la gata
comprendió que no es lo importante querer ser, sino simplemente ser. Y para
ello no hace falta vivir apoyada en catervas de rufianes. De la misma manera
que entendió, además, que así como un insecto jamás podrá construir un edificio
de mampostería; ni una culebra gestar
pajaritos de colores; o un torturador
dar una tesis de derechos humanos resultando creíble; una simpática gata
asilvestrada tampoco podrá hacer sombra sobre cuerpo, fuerza y garra de una
leona, aunque esté en cautiverio.
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