jueves, 22 de enero de 2015

Agustín Alfonso Rojas-Chile/Enero de 2015

EL INSPECTOR JIMÉNEZ


     Con los pies sobre el escritorio y las manos apoyando la cabeza, el inspector Jiménez, parece dormitar. La noche de  guardia en el cuartel “Moncura”, trascurre tranquila. Es miércoles 17 de agosto, son las 03:30 de la madrugada. Los ventanales de la oficina están empañados por el calor de la estufa eléctrica que tempera la habitación, afuera ha dejado de llover. Una espesa neblina se arrastra desde el mar cubriendo la ciudad.
Su ayudante, el oficial Mardones, revisa expedientes y fotografías de narcotraficantes para  investigar de acuerdo a la orden emanada del tribunal.
Jiménez, acaba de cumplir 65 años. Es su última guardia, debe acogerse a un merecido descanso luego de 45 años de servicio. En cambio Mardones, aún no llega a la mitad de su carrera. Un tazón de café negro y varias colillas de cigarrillos dejan de manifiesto la prolongada vigilia. Faltan aún cinco horas para terminar el turno.
A las 03:32  suena el teléfono. - Aló,  sí, con  el oficial Mardones.
- Oficial, le comunico que en la calle Cochayuyo a la altura del 042 se ha escuchado un disparo seguido de un desgarrador grito de mujer.
- ¿Cuál es su nombre, señor?
- Oficial, perdone, yo no quiero involucrarme, voy de paso por el lugar. La neblina no permite más observación ¡Pero ahí, corriendo hacia el mar se desplaza una sombra! ¡Me ha visto, yo…yo…!   Un fuerte estampido retumba en los oídos de Mardones. ¡Chuta, le han disparado!
-Inspector, en la calle Cochayuyo se ha producido un 125
-Informe al subdirector. Usted permanezca en la oficina, voy al lugar del suceso.
Mientras se dirige a su vehículo, Jiménez hace una llamada por el celular.
- Aló, Perejil.
-¡Sí!, dígame inspector.
-Encontrémonos  en 10 minutos en la plaza del Ancla.
-De acuerdo, inspector.
Perejil es un informante en estado de calle, aunque sólo en apariencia; él es un antiguo oficial del servicio caído en desgracia al ser sorprendido acosando a una prostituta. Debió hacerlo para que confesara su participación en una quitada de droga. Ésto le costó la carrera. Gracias a Jiménez, que intercedió por él, obtuvo una pensión vitalicia. Desde entonces es su incondicional ayudante infiltrado en los bajos fondos.
La mojadora neblina y reciente lluvia hacen resbaladizas las aceras. El carro policial se detiene bajo una luminaria cuyo haz de luz incide directamente sobre la cruz del ancla. Ahí está Perejil.
-Hola, jefe
-Hola Pere…- Rápidamente le explica sobre el tiroteo en la calle Cochayuyo, a dos cuadras hacia el cerro.
-En esa calle vive el negro Tapia. Es un cité donde se reúnen mafiosos, prostitutas, proxenetas y sicarios. Es un tugurio donde la vida y la muerte tienen un mismo valor.
-Bien, quiero que vayas a ese lugar y averigües bien lo sucedido. Nos encontraremos en dos horas. Mientras tanto, verificaré un posible crimen.
El inspector se dirige por la calle Almendros paralela a Cochayuyo, dobla por la avenida Solar. Bajo el escaparate de la tienda “Ringle”, hay un hombre que sangra profusamente. Una bala le ha atravesado el brazo izquierdo. Ante el requerimiento policial se identifica:
-Juan González, me dirigía a mi trabajo, soy panadero. Escuché un disparo y un grito, por ello lo llamé. Aquí tiene mi identidad.
El inspector revisa la herida. - Afortunadamente sólo le ha traspasado el brazo, sin afectar hueso.
El carro policial lo transporta al hospital. Jiménez retira el proyectil de la madera del edificio donde se ha incrustado. Por el impacto y deformación de este, calcula que fue disparado a no más de 20 metros, en un ángulo de 30 grados. Es decir, el arma fue disparada en el instante que el malandrín se cruzó con el transeúnte.
Con su linterna enfoca el haz hacia el piso buscando la vainilla de la bala. No le es difícil encontrarla. El metal brilla al recibir el rayo de luz.  Lo coge, lo compara con el proyectil. Es un revólver calibre .38 – dice para sí – una leve sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios. Piensa que la mitad del enigma está resuelto. Vuelve a la plaza del Ancla. Espera 10 minutos. Se fuma un cigarrillo. En tanto, su mano izquierda juguetea con el casquillo y el proyectil en el bolsillo de su gabán.
-De entre la niebla aparece el “Pere”. – Jefe, tal como le manifesté, el “negro” Tapia se encontraba bebiendo con la chusma. De pronto se produjo una pelea por la rubia Amparo, usted la conoce. Al “negro” se le ocurrió que ella estaba coqueteando y le tiró un agarrón a uno  de sus pechos. El “mandinga”, pareja de la rucia lo sorprendió agarrándose a puñetazos. El “negro” sacó un revolver disparándole a quemarropa. El “mandinga” cayó de espalda. La “rucia” gritó pidiendo ayuda y el “negro” desapareció. El “mandinga”  tenía puesto un chaleco antibalas, tomó a la “rucia”, escapando del lugar. Los carabineros han tomado el procedimiento. -Pero, ¿sabe Inspector?, el “negro”  Tapia está oculto en el bar “El Porteño”.
            Diciendo ésto, el Perejil se esfumó entre la niebla, cada vez más espesa. El inspector Jiménez se dirige al lugar. Sin presionar demasiado al cojo Larraín – dueño del tugurio - le indica la pieza donde el “negro” Tapia duerme como niño de pecho en paz y sin remordimientos. En el cajón del velador encuentra el Smith & Wesson calibre .38.

            Son las 07:50 de ese miércoles 27 de agosto, al inspector Jiménez aún le quedan 10 minutos para entregar el turno. El negro Tapia fue detenido y procesado por cuasidelito de homicidio. Hoy está entre rejas. 

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