EL
INSPECTOR JIMÉNEZ
Con los pies sobre el escritorio y las manos
apoyando la cabeza, el inspector Jiménez, parece dormitar. La noche de guardia en el cuartel “Moncura”, trascurre
tranquila. Es miércoles 17 de agosto, son las 03:30 de la madrugada. Los
ventanales de la oficina están empañados por el calor de la estufa eléctrica
que tempera la habitación, afuera ha dejado de llover. Una espesa neblina se
arrastra desde el mar cubriendo la ciudad.
Su ayudante, el oficial
Mardones, revisa expedientes y fotografías de narcotraficantes para investigar de acuerdo a la orden emanada del
tribunal.
Jiménez, acaba de cumplir
65 años. Es su última guardia, debe acogerse a un merecido descanso luego de 45
años de servicio. En cambio Mardones, aún no llega a la mitad de su carrera. Un
tazón de café negro y varias colillas de cigarrillos dejan de manifiesto la
prolongada vigilia. Faltan aún cinco horas para terminar el turno.
A las 03:32 suena el teléfono. - Aló, sí, con
el oficial Mardones.
- Oficial, le comunico que
en la calle Cochayuyo a la altura del 042 se ha escuchado un disparo seguido de
un desgarrador grito de mujer.
- ¿Cuál es su nombre,
señor?
- Oficial, perdone, yo no
quiero involucrarme, voy de paso por el lugar. La neblina no permite más
observación ¡Pero ahí, corriendo hacia el mar se desplaza una sombra! ¡Me ha
visto, yo…yo…! Un fuerte estampido
retumba en los oídos de Mardones. ¡Chuta, le han disparado!
-Inspector, en la calle
Cochayuyo se ha producido un 125
-Informe al subdirector.
Usted permanezca en la oficina, voy al lugar del suceso.
Mientras se dirige a su
vehículo, Jiménez hace una llamada por el celular.
- Aló, Perejil.
-¡Sí!, dígame inspector.
-Encontrémonos en 10 minutos en la plaza del Ancla.
-De acuerdo, inspector.
Perejil es un informante en estado de calle, aunque
sólo en apariencia; él es un antiguo oficial del servicio caído en desgracia al
ser sorprendido acosando a una prostituta. Debió hacerlo para que confesara su
participación en una quitada de droga. Ésto le costó la carrera. Gracias a
Jiménez, que intercedió por él, obtuvo una pensión vitalicia. Desde entonces es
su incondicional ayudante infiltrado en los bajos fondos.
La mojadora neblina y
reciente lluvia hacen resbaladizas las aceras. El carro policial se detiene
bajo una luminaria cuyo haz de luz incide directamente sobre la cruz del ancla.
Ahí está Perejil.
-Hola, jefe
-Hola Pere…- Rápidamente
le explica sobre el tiroteo en la calle Cochayuyo, a dos cuadras hacia el
cerro.
-En esa calle vive el
negro Tapia. Es un cité donde se reúnen mafiosos, prostitutas, proxenetas y
sicarios. Es un tugurio donde la vida y la muerte tienen un mismo valor.
-Bien, quiero que vayas a
ese lugar y averigües bien lo sucedido. Nos encontraremos en dos horas.
Mientras tanto, verificaré un posible crimen.
El inspector se dirige por
la calle Almendros paralela a Cochayuyo, dobla por la avenida Solar. Bajo el
escaparate de la tienda “Ringle”, hay un hombre que sangra profusamente. Una
bala le ha atravesado el brazo izquierdo. Ante el requerimiento policial se
identifica:
-Juan González, me dirigía
a mi trabajo, soy panadero. Escuché un disparo y un grito, por ello lo llamé.
Aquí tiene mi identidad.
El inspector revisa la
herida. - Afortunadamente sólo le ha traspasado el brazo, sin afectar hueso.
El carro policial lo
transporta al hospital. Jiménez retira el proyectil de la madera del edificio
donde se ha incrustado. Por el impacto y deformación de este, calcula que fue
disparado a no más de 20 metros ,
en un ángulo de 30 grados. Es decir, el arma fue disparada en el instante que
el malandrín se cruzó con el transeúnte.
Con su linterna enfoca el
haz hacia el piso buscando la vainilla de la bala. No le es difícil
encontrarla. El metal brilla al recibir el rayo de luz. Lo coge, lo compara con el proyectil. Es un
revólver calibre .38 – dice para sí – una leve sonrisa se dibuja en la comisura
de sus labios. Piensa que la mitad del enigma está resuelto. Vuelve a la plaza
del Ancla. Espera 10 minutos. Se fuma un cigarrillo. En tanto, su mano
izquierda juguetea con el casquillo y el proyectil en el bolsillo de su gabán.
-De entre la niebla aparece el “Pere”. –
Jefe, tal como le manifesté, el “negro” Tapia se encontraba bebiendo con la
chusma. De pronto se produjo una pelea por la rubia Amparo, usted la conoce. Al
“negro” se le ocurrió que ella estaba coqueteando y le tiró un agarrón a
uno de sus pechos. El “mandinga”, pareja
de la rucia lo sorprendió agarrándose a puñetazos. El “negro” sacó un revolver
disparándole a quemarropa. El “mandinga” cayó de espalda. La “rucia” gritó
pidiendo ayuda y el “negro” desapareció. El “mandinga” tenía puesto un chaleco antibalas, tomó a la
“rucia”, escapando del lugar. Los carabineros han tomado el procedimiento. -Pero,
¿sabe Inspector?, el “negro” Tapia está
oculto en el bar “El Porteño”.
Diciendo
ésto, el Perejil se esfumó entre la niebla, cada vez más espesa. El inspector
Jiménez se dirige al lugar. Sin presionar demasiado al cojo Larraín – dueño del
tugurio - le indica la pieza donde el “negro” Tapia duerme como niño de pecho
en paz y sin remordimientos. En el cajón del velador encuentra el Smith &
Wesson calibre .38.
Son
las 07:50 de ese miércoles 27 de agosto, al inspector Jiménez aún le quedan 10
minutos para entregar el turno. El negro Tapia fue detenido y procesado por
cuasidelito de homicidio. Hoy está entre rejas.
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