YEMANYÁ
Es media tarde de sol candente. Los colores diáfanos e intensos hacen entrecerrar los ojos del visitante para hacer la visión más perfecta, y captar con holgura la majestad del paisaje. Hoy, la apacible playa se encuentra bastante concurrida, pero en ningún caso para gozar de la tibieza de sus aguas, sino más bien, por una razón entre religiosa y ancestral. Los devotos han asistido para expresar sus agradecimientos o pedir protección a la deidad, convencidos de sus favores.
Los presentes depositan en el borde
del agua, con gran respeto, confites del mejor sabor y calidad. Sobre las suaves
y transparentes ondas, flores de variados colores flotan en reverencia de
Yemanyá, diosa del mar, de la fecundidad, y por ende de la mujer. En especial
de aquellas cuya salud parece haberlas abandonado.
Ernestina y Luis
están entre los presentes. Ellos son chilenos y por circunstancias familiares
deben viajar constantemente a Florianópolis. Dos de sus hijos se han
establecido en el estado de Sta. Caterina. Por tal razón y para poder
visitarlos a menudo, ellos han debido formalizar una residencia relativa en esa
hermosa ciudad.
La mujer se asocia a
esta tradición con sentimientos encontrados. Ella es ferviente católica, sin
embargo su sobrevida de casi diez años, la asocia sin una explicación lógica al
conocimiento de Yemanyá. Mientras disfruta del momento, su mente retrocede en
el tiempo.
Aquella tarde
concurrió con su esposo a la cita que
tenía con el cardiólogo llevando todos sus exámenes cumplidos. El galeno los
miró con gran concentración y después de una suerte de meditación, le explicó:
-Ernestina, por lo que advierto en los
resultados, tu corazón está muy enfermo. No me atrevo a decirlo
categóricamente, pero no veo solución
inmediata. Ello no quiere decir que no la tenga… Como me has contado que tu vida ha sido de
mucho trabajo, siempre dedicada al hogar, hijos y marido, te recomiendo, de
ahora en adelante, cambiar esa
preocupación para ti. Date gustos, goza el tiempo que te queda. Puede ser mucho si aceptas los consejos que
ahora te daré… Camina diariamente veinte cuadras a paso normal y toma todos los
medicamentos que te indicaré en la receta.
Su estómago lo sintió
apretado. Sin decírselo claramente, comprendió que el doctor la había
desahuciado. Al fin, sacando coraje, le preguntó.
-Doctor
¿Podría ir a Brasil para despedirme de mis hijos y nietos que tengo allá?
-Por supuesto, anda donde
quieras, te hará bien un cambio. Eso sí, recuerda mi consejo. Camina diariamente y toma todos tus remedios.
Siempre habían viajado en bus, trayecto largo
y agotador, pero su encanto anecdótico era impagable. Gracias a ellos habían
conocido infinidad de lugares interesantes. Esta vez el viaje fue muy rápido, en
avión, haciendo varias escalas hasta llegar a Florianópolis, pero carente de la
aventura de viajar más lento.
Por unos días fueron
invitados a Imbituba, pueblo de agreste belleza, pequeño y residencial. Lo
circundan playas azules de quietas aguas y sólo a dos horas de su lugar de
residencia habitual, Florianópolis. En este lugar vivía su hijo menor, en casa
de su suegra. Una agradable y acogedora brasileña que compartía su hogar con su hija, yerno y
dos nietas.
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Luis, siempre ocupado
en otros menesteres, se excusó de acompañarla en sus diarios paseos. Por eso
aquel día esperaba ansiosa que alguno de
casa la ayudara a cruzar el pequeño matorral y bosquecillo que había
antes de llegar a la playa. Temía el paso de culebras u otras alimañas que
abundaban por esos parajes.
De improviso, vio
pasar por esos rumbos a tres monjes con atuendos largos y oscuros. No lo pensó
dos veces. Avisó a la muchacha que hacía los quehaceres domésticos, de su
partida, y fue en seguimiento de los frailes ayudada por una varilla. Llegó a
la playa, pero en su lento caminar nunca alcanzó a las figuras encapuchadas.
Sin embargo, ya estaba a salvo, sólo estaban la arena y el suave oleaje del
mar.
Caminaba ensimismada
pensando en su gran dilema. De improviso, una mujer joven, más bien una
muchacha veinteañera sentada en un montecito de arena, le dijo: -¿Va de paseo?
-Sí, tengo que
caminar diariamente muchas cuadras y no hay nadie en casa que pueda acompañarme-
le respondió la mujer.
-¿Quiere que yo lo haga?- dijo, incorporándose con agilidad.
- Oh, muchas gracias. Me encantaría.
La joven se acercó a
paso ligero. Vestía una solera amarillo pálido con círculos rojos, en sus pies
unas chalas rojas de esas que se sujetan en el dedo mayor. Su pelo rubio caía
en cascada suave sobre su cara, movido a veces por la tibia brisa de la tarde.
Emparejaron el paso, la chica al borde del agua y ella más
arriba, para no mojar su calzado.
-¿Por qué debe caminar tanto?- preguntó, jugando con las olas en
pequeños saltitos.
La mujer le relató
todo su dilema de salud, el motivo por el cual sus hijos habían formado familia
en otro país. Y, en fin, aquella conversación fue una verdadera descarga para
su siquis angustiada. Fueron varios los
kilómetros recorridos hasta llegar a unos roqueríos cercanos a la costa - ¿Ha sacado choros de esas rocas?
-No, hija, yo no podría- Pero mi hijo menor tiene pensado hacerlo en
breve.
- Dígale que no lo haga, es peligroso, el mar lo recogerá con la
segunda carga. No lo olvide.
De
improviso se oyen a la distancia unas potentes campanadas indicando las cinco de la tarde.
-Hasta
aquí llego, debo regresar. ¿Conoce usted esa iglesia?
-No. -¿Podríamos ir ahora?-Propone Ernestina
-Se hace tarde para mí, no puedo- respondió la muchacha.
-¿Dónde vives?
-En los departamentos que quedan allá (indicando en sentido inverso
hacia donde habían caminado). -Para
acortar el camino de regreso nos iremos por los condominios en construcción.
Desandaron su larga
caminata entre calles solitarias que darían origen a condominios de muy buen nivel económico.
Los maestros de las construcciones las observaron con bastante atención. No
faltó el que dejó sus herramientas para mirarlas mejor. Esto era totalmente
razonable; a su lado iba una niña joven y gentil.
-Aquí la dejo, usted rodea esa calle y estará en su casa.
-Bueno, le quedo muy agradecida por haberme acompañado en este hermoso
paseo…Y por escuchar con paciencia los problemas que me afligen. Junto con
decir esto, le extendió su mano en señal de despedida.
La chica, con un movimiento rápido
e imprevisto, se situó a su espalda y le pasó la mano rodeando su cintura. Sin
meditarlo, la mujer la tomó. En ese momento se sintió desfallecer. Su corazón
se aceleró al máximo. Una sensación inexplicable y nunca antes sentida la
paralogizó. Sin temor a equivocarse, ella apretó una mano fría y descarnada como la de un difunto. Eran los huesos
helados de un esqueleto. Era tal su descontrol que ni siquiera sintió miedo. Un
torbellino de ideas se apropió de su mente. No pudo mirar hacia atrás y caminó
por inercia hasta la casa. No podía recordar el rostro de la niña. Su pelo rubio
siempre se lo ocultó.
Concluyó que su acompañante no era una simple mortal. Lo más probable
fue que sólo ella la hubiese visto. De tal manera que los maestros que las
vieron pasar, observaron a una desquiciada mujer mayor que hablaba y
gesticulaba sola.
Esa tarde, cuando toda la familia se
reunió para cenar, advirtieron su aspecto desmejorado. Al preguntarle, ella refirió su encuentro con la desconocida.
Para aumentar su desconcierto, se enteró
de que en Imbituba, sólo ellos hablaban español y departamentos se les llama a
los nichos del cementerio. La frialdad de esa mano es una sensación inexplicable
y misteriosa que conserva claramente, aun con el paso de los años...
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…“Brasil,
tierra de naturaleza exuberante, hace posible que sus espíritus y dioses se
materialicen y hagan contacto con simples mortales.”
R. ASCENSIÓN REYES
ELGUETA – JULIO 2004.
PULICADO ENTRE CUENTO
Y RELATO AÑO 2006 Y REEDITADO 2012.
ENVIADO
AL CONCURSO ATARRAVIA ESPAÑA 2004.
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