martes, 24 de febrero de 2015

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Febrero de 2015



YEMANYÁ

                                                                                                                                                                                  Es media tarde de sol candente. Los colores diáfanos e intensos hacen entrecerrar los ojos del visitante para hacer la visión más perfecta, y captar con holgura la majestad del paisaje. Hoy, la apacible playa se encuentra bastante concurrida, pero en ningún caso para gozar de la tibieza de sus aguas, sino más bien, por una razón entre religiosa y ancestral. Los devotos han asistido para expresar sus agradecimientos o pedir protección a la deidad, convencidos de sus favores.

            Los presentes depositan en el borde del agua, con gran respeto, confites del mejor sabor y calidad. Sobre las suaves y transparentes ondas, flores de variados colores flotan en reverencia de Yemanyá, diosa del mar, de la fecundidad, y por ende de la mujer. En especial de aquellas cuya salud parece haberlas abandonado.
            Ernestina y Luis están entre los presentes. Ellos son chilenos y por circunstancias familiares deben viajar constantemente a Florianópolis. Dos de sus hijos se han establecido en el estado de Sta. Caterina. Por tal razón y para poder visitarlos a menudo, ellos han debido formalizar una residencia relativa en esa hermosa ciudad.
            La mujer se asocia a esta tradición con sentimientos encontrados. Ella es ferviente católica, sin embargo su sobrevida de casi diez años, la asocia sin una explicación lógica al conocimiento de Yemanyá. Mientras disfruta del momento, su mente retrocede en el tiempo.

            Aquella tarde concurrió con su esposo a la cita  que tenía con el cardiólogo llevando todos sus exámenes cumplidos. El galeno los miró con gran concentración y después de una suerte de meditación, le explicó: -Ernestina, por lo que advierto en los resultados, tu corazón está muy enfermo. No me atrevo a decirlo categóricamente,  pero no veo solución inmediata. Ello no quiere decir que no la tenga…  Como me has contado que tu vida ha sido de mucho trabajo, siempre dedicada al hogar, hijos y marido, te recomiendo, de ahora en adelante,  cambiar esa preocupación para ti. Date gustos, goza el tiempo que te queda.  Puede ser mucho si aceptas los consejos que ahora te daré… Camina diariamente veinte cuadras a paso normal y toma todos los medicamentos que te indicaré en la receta.
            Su estómago lo sintió apretado. Sin decírselo claramente, comprendió que el doctor la había desahuciado. Al fin, sacando coraje, le preguntó.
             -Doctor ¿Podría ir a Brasil para despedirme de mis hijos y nietos que tengo allá?
            -Por supuesto, anda donde quieras, te hará bien un cambio. Eso sí, recuerda mi consejo. Camina diariamente  y toma todos tus remedios.
             Siempre habían viajado en bus, trayecto largo y agotador, pero su encanto anecdótico era impagable. Gracias a ellos habían conocido infinidad de lugares interesantes. Esta vez el viaje fue muy rápido, en avión, haciendo varias escalas hasta llegar a Florianópolis, pero carente de la aventura de viajar más lento.
            Por unos días fueron invitados a Imbituba, pueblo de agreste belleza, pequeño y residencial. Lo circundan playas azules de quietas aguas y sólo a dos horas de su lugar de residencia habitual, Florianópolis. En este lugar vivía su hijo menor, en casa de su suegra. Una agradable y acogedora brasileña  que compartía su hogar con su hija, yerno y dos nietas.
                                                                      
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            Luis, siempre ocupado en otros menesteres, se excusó de acompañarla en sus diarios paseos. Por eso aquel día esperaba ansiosa que alguno de  casa la ayudara a cruzar el pequeño matorral y bosquecillo que había antes de llegar a la playa. Temía el paso de culebras u otras alimañas que abundaban por esos parajes.
            De improviso, vio pasar por esos rumbos a tres monjes con atuendos largos y oscuros. No lo pensó dos veces. Avisó a la muchacha que hacía los quehaceres domésticos, de su partida, y fue en seguimiento de los frailes ayudada por una varilla. Llegó a la playa, pero en su lento caminar nunca alcanzó a las figuras encapuchadas. Sin embargo, ya estaba a salvo, sólo estaban la arena y el suave oleaje del mar.
            Caminaba ensimismada pensando en su gran dilema. De improviso, una mujer joven, más bien una muchacha veinteañera sentada en un montecito de arena, le dijo: -¿Va de paseo?
            -Sí, tengo que caminar diariamente muchas cuadras y no hay nadie en casa que pueda acompañarme- le respondió la mujer.
    -¿Quiere que yo lo haga?- dijo, incorporándose con agilidad.
    - Oh, muchas gracias. Me encantaría.
            La joven se acercó a paso ligero. Vestía una solera amarillo pálido con círculos rojos, en sus pies unas chalas rojas de esas que se sujetan en el dedo mayor. Su pelo rubio caía en cascada suave sobre su cara, movido a veces por la  tibia brisa de la tarde.
            Emparejaron el paso, la chica al borde del agua y ella más arriba, para no mojar su calzado.
            -¿Por qué debe caminar tanto?- preguntó, jugando con las olas en pequeños saltitos.
            La mujer le relató todo su dilema de salud, el motivo por el cual sus hijos habían formado familia en otro país. Y, en fin, aquella conversación fue una verdadera descarga para su siquis angustiada.  Fueron varios los kilómetros recorridos hasta llegar a unos roqueríos cercanos a la costa - ¿Ha sacado choros de esas rocas?
     -No, hija, yo no podría- Pero mi hijo menor tiene pensado hacerlo en breve.
            - Dígale que no lo haga, es peligroso, el mar lo recogerá con la segunda carga. No lo olvide.
                        De improviso se oyen a la distancia unas potentes campanadas  indicando las cinco de la tarde.
     -Hasta aquí llego, debo regresar. ¿Conoce usted esa iglesia?
            -No. -¿Podríamos ir ahora?-Propone Ernestina
            -Se hace tarde para mí, no puedo- respondió la muchacha.
            -¿Dónde vives?
            -En los departamentos que quedan allá (indicando en sentido inverso hacia donde habían caminado). -Para acortar el camino de regreso nos iremos por los condominios en construcción.
            Desandaron su larga caminata entre calles solitarias que darían origen  a condominios de muy buen nivel económico. Los maestros de las construcciones las observaron con bastante atención. No faltó el que dejó sus herramientas para mirarlas mejor. Esto era totalmente razonable; a su lado iba una niña joven y gentil. 
            -Aquí la dejo, usted rodea esa calle y estará en su casa.
            -Bueno, le quedo muy agradecida por haberme acompañado en este hermoso paseo…Y por escuchar con paciencia los problemas que me afligen. Junto con decir esto, le extendió su mano en señal de despedida.
La chica,  con un movimiento rápido e imprevisto, se situó a su espalda y le pasó la mano rodeando su cintura. Sin meditarlo, la mujer la tomó. En ese momento se sintió desfallecer. Su corazón se aceleró al máximo. Una sensación inexplicable y nunca antes sentida la paralogizó. Sin temor a equivocarse, ella apretó una mano fría y descarnada  como la de un difunto. Eran los huesos helados de un esqueleto. Era tal su descontrol que ni siquiera sintió miedo. Un torbellino de ideas se apropió de su mente. No pudo mirar hacia atrás y caminó por inercia hasta la casa. No podía recordar el rostro de la niña. Su pelo rubio siempre se lo ocultó.
Concluyó que su acompañante no era una simple mortal. Lo más probable fue que sólo ella la hubiese visto. De tal manera que los maestros que las vieron pasar, observaron  a  una desquiciada mujer mayor que hablaba y gesticulaba sola.
            Esa tarde, cuando toda la familia se reunió para cenar, advirtieron su aspecto desmejorado.  Al preguntarle,  ella refirió su encuentro con la desconocida. Para aumentar su desconcierto,  se enteró de que en Imbituba, sólo ellos hablaban español y departamentos se les llama a los nichos del cementerio. La frialdad de esa mano es una sensación inexplicable y misteriosa que conserva claramente, aun con el paso de los años...                   
                                                                      
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               …“Brasil, tierra de naturaleza exuberante, hace posible que sus espíritus y dioses se materialicen y hagan contacto con simples mortales.”                                                                     
R. ASCENSIÓN REYES ELGUETA – JULIO 2004.
               




PULICADO ENTRE CUENTO Y RELATO AÑO 2006 Y REEDITADO 2012.                        
ENVIADO AL CONCURSO ATARRAVIA ESPAÑA 2004.

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