lunes, 23 de febrero de 2015

Ita Espinoza Mandujano-Chile/Febrero de 2015



UN ANGELITO DE CAMPO


     Asistía junto a sus padres al funeral de Florita, la hija menor de una prima. La pequeñita había llegado apenas al año de vida y una enfermedad repentina había determinado su prematura partida. La familia vivía en una casa quinta ubicada lejos de la ciudad, en un sector rural,  así es que el trayecto fue largo y triste, durante todo el viaje, la pequeña los oía comentar acerca del dolor de la familia por la inesperada pérdida. Apenas llegaron Amelia y sus padres, fueron llevados a la habitación en que se efectuaba el velatorio. Para la niña fue grande su asombro al ver a Florita, la pequeña fallecida, vestida de blanco, con un cintillo de flores en su pequeña cabecita y un par de alas de utilería colocadas en los hombros. Estaba sentada y varios plumones la afirmaban encima de una mesa a manera de altar. A su alrededor flores blancas haciendo juego con la carpeta. 
Amelia preguntó a su madre  ¿Por qué la guagüita estaba ahí, vestida de esa forma y sin moverse? Ella quería jugar con Florita. La mamá le respondió que la pequeñita ya estaba en el cielo y no se podía jugar con los angelitos. Agregó que estaba vestida así,  según la costumbre de ese lugar. Luego los adultos se sentaron alrededor del improvisado altar y por mucho tiempo, alternaron oraciones con palabras de consuelo dirigidas a los papás de Florita. A menudo los adultos sacaban sus pañuelos para secarse las lágrimas.
     Esa noche, Amelia, pronto se quedó dormida en una cama que extrañó por no ser la suya. Estaba muy cansada después de tan largo viaje y confundida con aquellas cosas que vio a su alrededor, y que no comprendió. Decidió que cuando estuviera en su casa se lo preguntaría a su mamá. De pronto vio como si se tratara de una película, a cuatro niños más grandes que ella, vestidos con ropas blancas, llevando un cajoncito, también blanco, adentro iba Florita acomodada entre cojines. La senda de tierra era larga, y el cortejo lo encabezaba un señor vestido con una bata blanca y larga con adornos que brillaban al sol de la mañana. Detrás toda la familia vestida de negro, sonando cual más o cual menos, sus narices con pañuelos blancos.
     Si Amelia lo soñó o estuvo presente en la sepultación de Florita, nunca lo ha podido determinar con exactitud. Durante el regreso a casa escuchó que la guagua fallecida había sido llevada al cementerio en la camioneta del fundo.  

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