El Pucará de “Cerro Puntiagudo”
“El hombre pasa, su obra perdura”
Ollante fija su
mirada en las majestuosas montañas andinas. Aprecia que los primeros rayos de
sol pronto se dejarán ver a través de ellas.
Aún
hace frío en el páramo infinito; silente y triste en esta época del año.
Recién, hace tres jornadas atrás, se inició el equinoccio de primavera. Época
de siembra cuyos frutos han de cosecharse en el
equinoccio de verano.
Está contento. Fáraga, su mujer y sus hijos viven en el Pucará
(fortaleza de gruesas pircas) del “Cerro Puntiagudo”. La pirca (pared) que
rodea el pequeño asentamiento y el agua que bebe la población, diseñó y
construyó su padre, años atrás, con el nombre de “Yachay”. Su progenitor ejerció la docencia en el pequeño poblado. Lo
hacía en un área abierta entre las pircas, donde el padre sol da de lleno en la
cabeza de los alumnos, jóvenes aimaras, deseosos de aprender las técnicas de
siembras y regadío para alimentar el asentamiento humano en esa inhóspita
región del alto Perú. Orégano, ajos, cebollas, quínoa, camote o papa andina y
especialmente maíz, productos que constituyen la producción.
En aquella época, las tierras cultivables eran escasas. Pequeños
“andenes” (terrazas) formaban el campo de cultivo. De su padre nombrado
“Yachachiq” o maestro, aprendió la técnica de conducción de agua, sembrado y
regadío.
Absorto en sus pensamientos recorre su niñez. Se ve vagando junto a sus
padres por diferentes asentamientos andinos sin recibir apoyo de esas
comunidades, escasas de alimentos y de agua, aún más…Una tarde, muy cansados
arribaron al pucará del “Cerro Puntiagudo”. Fueron acogidos por un viejo
matrimonio que poseía un pequeño predio agrícola mal cultivado. Al poco tiempo,
el padre de Ollante se hizo cargo del campo falto de recursos hídricos. Recorre
las montañas circundantes y aproximadamente a una legua (5572 metros
aproximadamente) ubica abundante agua en una depresión entre dos altos riscos.
Llevarla al asentamiento se advierte difícil, dado lo complicado del
terreno. Se sienta en una roca a contemplar la depresión del valle que pierde
muy lejos camino al mar. Mira al cielo, allá, muy alto, dos cóndores, otean el
entorno, en busca de su alimento.
Su padre fija la mirada en los nevados picos cordilleranos. Ante tanta
maravilla piensa que si el Dios “Inti” - hijo del Sol - ha creado este mundo
perfecto. Cómo él: ¿No será capaz de
llevar agua al caserío donde está su querida esposa y su hijo Ollante?
Regresa a casa, cuando el sol se pone en el oeste, en el patio se
encuclilla a meditar un posible recorrido. Sobre una tabla de arcilla va
dibujando lo que parece ser el trazado de un acueducto. Terminado, lo muestra a
su esposa e hijo, ambos aprueban el diseño. Los dueños de casa también, y llevan
el proyecto al jefe del pucará. Luego al “Consejo de Ancianos”, quienes
aprueban el diseño. Nombran a su padre “Yachachiq” (el que sabe y hace que
otros aprendan) o también, conocido como “maestro”. Se prepara con acuciosidad
el material para iniciar las obras el próximo plenilunio.
Ni el tórrido clima veraniego, ni los gélidos días invernales detienen
las faenas que se inician cuando sale el sol y se extienden hasta que este se
pone en el macizo
andino. Tres lunas llenas han pasado cuando se da inicio al segundo “andén” o
terraplén por donde pasará el canal. En esta ocasión se presenta el “Inca”,
Jefe del Imperio. Hasta sus oídos ha llegado el rumor que en el pucará de
“Cerro Puntiagudo” se está ejecutando un ambicioso proyecto hidráulico. Quiere
conocerlo. Revisa el plano, el proyecto y trazado del canalizo. Le llama la
atención que con anterioridad en su reino antes no se haya realizado otro
proyecto como este. Entusiasmado dispone que cien hombres apoyen la ejecución
de la obra que el mismo vendrá a poner en
marcha.
Los trabajos se aceleran, los hombres llegan bien equipados. La acequia
atraviesa pequeños túneles cavados en plena roca. Por el interior de ellos
puede desplazarse un delgado y pequeño hombrecillo para su limpieza y
mantención. Cuando el jefe agrega al “Quipus” (Manojo de cuerdas que contabiliza los días) su sexto nudo,
se inicia el tercer andén. En tanto, en el interior del Pucará se ha horadado,
en una gran roca, una cisterna para recibir el agua que proveerá al caserío del vital elemento.
Otro
grupo de hombres acarrea tierra de lejanas comarcas, para rellenar nuevos
andenes. Treinta lunas llenas
han pasado. Todo está listo para inaugurar el sistema. Fue enviado el
“Chasqui”(mensajero), al Cuzco, para comunicar al Inca la fecha de la inauguración
el próximo plenilunio. Sin embargo, su padre no presenciará esta ceremonia.
Una semana antes de la inauguración, estando la luna en su último cuarto
creciente un poderoso y turbulento viento azota la montaña trayendo negros
nubarrones que cubren los nevados picos andinos. Truenos y relámpagos rompen
los cielos. Su padre ordenó a sus hombres regresar al pucará, él lo hará luego
de reforzar el acueducto en el extremo más vulnerable, el borde de Quebrada
Negra. En tanto, la desatada tormenta ruge en las altas montañas.
Torrentes de agua inundan los valles y poblados arrasando todo a su
paso. Luego, cubre cada centímetro de terreno una fuerte nevada y las altas
cumbres reciben el azote del viento y de la lluvia desprendiendo grandes peñascos que ruedan cerro abajo.
Ollante, vuelve sobre sus pasos para auxiliar a su progenitor. Es
arrastrado por el torrente obligándole a guarecerse en una caverna. Sobrevive
sólo por su juventud, el frío y la pequeña ración de charqui le ayudan muy
poco. Al octavo día es rescatado por sus compañeros. Su padre, nunca fue
encontrado. Entregó su vida por el adelanto de su comunidad. Ollante jamás lo
olvidará. Todo ha sido destruido por la tormenta. Treinta nudos más, deben
agregarse al quipus para terminar la obra. Ollante, fija una vez más la mirada
en las altas cumbres. El sol alumbra en toda su majestuosidad…Es el momento
preciso para que el Inca abra la compuerta.
El agua escurre generosa a través del canalizo, para regar los predios
agrícolas y saciar la sed de los habitantes de su querido pucará
No hay comentarios:
Publicar un comentario