Ilustración: “Guerra” de la artista visual
argentina Beatriz Palmieri
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Mis muertes
que no fueron
Cuántas veces me morí, me sentí suicidada. Me
imaginé gen recesivo, Diana cazadora sin flecha, Juana de Arco sin espada,
Alfonsina sin mar, Cibeles sin leones. Yo sin mí. Siendo tantas para terminar
siendo ninguna.
Comencé a morirme de a ratos, como dije, suicidada.
Me moría de día y revivía de noche, cuando todos dormían y podía
desplegarme tal como creía ser: rebelde, puro impulso, paridora de alegrías
y enterradora de angustias. Llanto y risa, mariposa y ancla; una cosa de
carnehuesoarteriasvenassangrehumores, siempre viva aunque no lo consiguiera del
todo.
Me suicidaba al despuntar el día; a veces se
puede pasar la vida muriendo por momentos, respirando sin oxígeno, mirando sin
ver y escuchando aún con los oídos perforados por el estampido del silencio,
que asesina sin necesidad de uranio ni plutonio.
Fui sintiéndome, en este trajinar descolocado, como
un ente sin rostro trepando como un mono por las aristas de la vida, siendo
todo y siendo nada. Apenas durando en la tremenda telaraña donde quedan
atrapadas las ilusiones.
Aprendí a tomar lecciones de acerbidad
eliminándolas al pretender elaborar la tesis final. Aprendí a subir
escaleras apareciendo en el suelo sin caer y asimilé que la luz a veces
enceguece tanto que termina dejándonos sin la posibilidad real de observar.
Traté de andar despejando mis tinieblas y me metí
de lleno entre la bruma, tantas veces, que ya ni pude contarlas.
Asistí a mis propias exequias y me alegré en cada
resurrección, nunca bendita (mucho menos bendecida) más bien terrena, afirmada
en una nube con rueditas que me va acercando a la estación que quiero.
Y así espero seguir en este trajinar dentro del
caos donde…
¡Donde me parece descolocado hablar de mí cuando
hay tanto por decir de nosotros y yo aquí, perdiendo el tiempo en esta
divagación ego centrista!
¡Hay otra realidad colectiva fuera de esta que soy
y de lo que creo sentir! ¡Hay otra sustantividad que está más allá de
donde copulan fronteras de la muerte en serio, del descarne verdadero, donde no
soy protagonista sino simple testigo involuntario y puedo ver que huestes
de algún infierno trastocado se abalanzan sobre tantos, inseminando el virus
más peligroso que no tiene origen en el África olvidada hasta por la historia
corriente!
¡En esta realidad tan ajena como propia, genocida:
Acomete la estrella de seis puntas clavándose en los intestinos de niños cuya
“arma letal” fue la sonrisa, fiel compañera de la alegría irrespetuosa de vivir
sin obtener permiso para ello!
¡Asola el norte feroz sobre ¿cuántos pueblos?!
¡La estatua prostituta yergue su antorcha símbolo del incendio
del mundo y tiene hambre de guerra, de vísceras, de sangre
coagulada, de tendones y músculos! ¡Tiene hambre de niños y de viejos, de
recursos no propios sino adquiridos a fuerza de terror y llanto!
¡Tiene espanto en sus ojos de cemento bilioso
descompuesto y está dispuesta a saciarlo como sea!
¡Irrumpe la ambición más descarnada por encima de
la lógica irreversible volviendo loco al mundo que se parte, se incinera, se
desgaja; se ahoga como se ahoga el niño por nacer en la placenta desprendida
antes de tiempo!
¡Y yo aquí, irresponsablemente, contando de mis
muertes que no fueron, de mis estúpidos suicidios, de mis yo sin mí, de esas
tantas sin llegar a ser ninguna!
¡Y yo aquí, perdiendo un tiempo de oro que no
vuelve, describiendo mis sentires con tanta cosa para hablar que no
alcanzarían las vidas de cien mil gatos para describir con la ecuanimidad que
corresponde!
¡Y me avergüenzo!
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