jueves, 21 de mayo de 2015

Enrique Catalano-Argentina/Mayo de 2015



OZODRAC, EL ENIGMÁTICO

     Siete y treinta horas de una mañana de la década del sesenta, las sombras huían de las calles.
     Estábamos en Avellaneda. Cristina (Creo recordar que era una maestra de Sarandí) y yo (En ese momento ayudante de trabajos prácticos en una Escuela Industrial) Caminábamos por Sarmiento al quinientos. Íbamos en busca del primer domicilio a censar.
     Teníamos veinte años. De los de antes. Creo que eso explica la timidez y ansiedad que nos dominaba.
     Habíamos imaginado que nos dirigíamos hacia una casa normal, con una puerta, un timbre, una familia común.
     Cuando llegamos, resultó que no había puerta, no había timbre, era un lugar inefable. La desorientación se apoderó de nosotros. Tras un momento de vacilación, traspusimos el umbral de lo que en algún momento, tiene que haber sido un clásico portón. Pasamos sin preámbulos de la vereda al patio. En medio de éste, como mudo testigo de los tiempos, una mesa raída por la intemperie, soportaba botellas desparramadas, vacías, semivacías, platos sucios, Todos, indicios evidentes de una cena. En ese momento conjeturé, que en la noche anterior esa mesa, había sido desbordada por gente con alcohol hasta en los huesos y cuyo corolario había sido ese desorden flagrante.
     Recelosos golpeamos nuestras manos para llamar la atención de sus moradores. Luego de un tiempo que pareció eterno, se asomó un señor de aspecto muy humilde que no desentonaba con la casa. Se acercó y quedó mirándonos con curiosidad sin decir ni buenos días. Un tanto desconcertados tomamos la iniciativa.
     --Buen día señor, venimos por el censo.
     --¿Por el qué?
     --A tomar unos datos señor.
     --¡Ah!
     Y mientras se dirigía hacia la casa, creímos entender algo así, como que iba a buscar “al patrón”.
     Después de otro espacio de tiempo que nos pareció más largo que el anterior, se asomó “el patrón” con aspecto de recién levantado, acomodándose el pelo y la ropa, con una sonrisa burlona que lucía más en sus ojos que en sus labios.
     --Buen día señor, venimos a completar planillas del censo nacional dijimos, mientras le mostrábamos nuestras credenciales.
     Nos hizo un ademán como que no le importaba verificar nada, poniéndose a nuestra disposición.
     Hasta ese momento estábamos convencidos que nos haría pasar al interior de la casa, pero para nuestro alivio, con un gesto amistoso nos hizo lugar en la complicada mesa. Nos acomodamos como pudimos.
     Cristina estaría encargada de anotar las respuestas y las preguntas las realizaría yo.
     --¿Apellido y nombre?
     --Ozodrac Otelcana.
     Nos miramos sorprendidos. Le pedimos deletreara para mayor seguridad, lo hizo y era tal cual habíamos entendido.
     --¿Edad?
     Me quedé pensando en el origen de este nombre.
     --¿Estado Civil?
     No sé porqué supuse que podría ser Húngaro.
     --¿Hijos?
     Nos miró sin responder durante mucho tiempo y de pronto nos preguntó:
     --Si habíamos leído a Schopenhauer y conocíamos sus tablas de las verdades fundamentales.
     Me corrió un frío y entreví un terreno resbaladizo, por suerte Cristina sin titubear le aplicó un freno tajante:
     --Sr. Otelcana, le ruego por favor que se atenga al cuestionario, nos faltan muchos domicilios y cualquier error nos obligará a rehacer todo.
     Nos dio la impresión que no le importaba demasiado nuestra preocupación ya que en la próxima respuesta siguió con sus bromas.
     --¿Paredes?
     --Sí.
     --¿Sí qué? –Refunfuñó Cristina.
     --Que tengo paredes. Respondió        “el patrón” con una sonrisa, e hizo un gesto señalando la casa.
     --¡Mi pregunta es de qué están construidas! : ¿Mampostería, adobe, madera? –Gritó Cristina que estaba al borde de la histeria.
     --De todo un poco. –afirmó Otelcana.
     Cristina, al mismo tiempo que se le caían algunas “pulgas” de las pocas que disponía normalmente, anotó: mampostería.
     --¿Baños?
     --Dos, uno afuera y otro adentro. ¿Quieren que les explique?
     --¡No! ¡No! ¡No! No hace falta, dijimos casi a coro.
     Habrían transcurrido cuarenta minutos desde nuestra llegada, cuando Cristina con un suspiro de alivio anunció que habíamos terminado.
     Ordenamos nuestros papeles, estábamos dispuestos a retirarnos, cuando mi curiosidad congénita me llevó a preguntarle:
     --¿Ozodrac Otelcana, de qué origen es su nombre y apellido?
     “El patrón” nos miró, le brillaban los ojos de una manera especial, observó a su compañero con picardía y nos dijo casi mordiendo las palabras:
     --Si ustedes lo leen de derecha a izquierda se darán cuenta muy fácilmente…
     (A mi me produjo un ataque de risa y a Cristina de furia)
     --Creo que todavía Cristina lo está corriendo por las calles de Avellaneda…

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