Los
asaditos
El final de esta historia
enésima autobiografía
de un fracaso,
no te sirva de ejemplo,
hay quien afirma que
el amor es un milagro.
Silvio Rodríguez
La trajo
Internet. Entró altiva, segura de sí misma, bonita. Él la esperaba. Sus miradas
se entrecruzaron cómplices, descubriéndose uno al otro en el mediodía tranquilo
de La Paz. En
Corrientes y Montevideo. Un día de junio. Casi de invierno.
-Hola, ¿cómo estás?
-Bien.
-¿Vivís lejos?
-No, cerca.
Hace
cuatro años que Carlos regresó a Buenos aires. Al principio comenzó a recorrer
sus calles, sus plazas, sus edificios, con esa alegre madurez de los casi
cincuenta. Vagó sin rumbo, deleitándose con el art nuveau de las molduras y el
azul intenso de los jacarandaes en flor. Hasta que se cansó de andarla. Y
comenzó a replegarse. Y darse cuenta que le faltaba alguien. Fue en ese momento
en que lo virtual le ganó espacios, se le metió en el alma. Solo, volcado sobre
la computadora, se puso a buscar por las noches, el milagro de acariciar algún día
el sueño de otra piel, otros ojos, otras manos, otra vibración... como esta, en
que conocía alguien nuevo. Y encima, bonita.
-¿Almorzaste?
No.
-¿Comés poco?
-Poco.
- Qué, ¿Te gustan las ensaladas?
-Mucho.
-¿Y los asados? ¿Te hicieron alguna vez
un asadito?.
Ni
quiso, ni supo esperar la respuesta a su pregunta. La necesidad de contarse
pudo más. Las palabras lo fueron trasportando a imágenes queridas, muy
entrañables en la vida que alguna vez había vivido intensamente y que ahora le
salían en cataratas, a borbotones. Y ya no pudo parar.
Yo hice
asaditos. Y fui muy feliz. Ya no. Será por eso que extraño tanto los asados. O
será que la búsqueda de la felicidad me lleva inexorablemente a la parrilla
llena de achuras y de carne a punto, con el fuego justo. Fuego de quebracho
colorado. Con la brasa bien hecha, es decir bien encendida, para que la carne
no se te arrebate. Y el vinito tinto al lado de los utensilios. Y saber que la
lechuga está en agua desde hace rato. Para que se sienta más fresca. Y el
tomate y la cebolla bien cortados. Porque siempre la ensalada fue mixta, ¿viste?
Y el pan fresco que un ratito antes de sacar la carne tiro al pasar en un
costado de la parrilla para que se ponga más crocante y negrito. Y Jimmy que me
mira con sus ojazos negros y buenos, pendiente más que de los afectos, de la
porción que ha de tocarle un poco más tarde. Porción nunca tan grande como la
que se hubiera merecido esa prolongación de mi ser que fue mi perro en algún
momento de mi vida. Pero esa es otra historia. Y si me descuido mucho no lo
hago bien al asado. Porque aparte de los aspectos ceremoniales y protocolares
hay que cuidar de que no se te pase. No hay peor cosa que se te pase un asado.
Si, hay otra peor. Que un amigo que hasta ese momento quisiste se te ponga al
lado y en vez de preguntarte si lo viste a Boca frente a Platense, te comienza
a decir si no hace falta más fuego o que porque no das vuelta la carne. Porque
hay gente para todo. Inclusive para arruinarte los asados. Pero la mayoría de
los asados fueron lindos, hermosos, riquísimos. Porque la ceremonia de
despertar sonrisas y alboroto con la fuente en alto como trofeo a compartir con
todos, siempre me llenó de orgullo y de atención especial al primero que me
decía Qué bueno que está... Después ya todo era ensueño. Ayudado por el vinito
desde temprano. Que siempre al comienzo se mezclaba con el "ya estás
tomando". Seguido por el "y con el estómago vacío..." Y uno que
para evitar la culpa se daba una vuelta por la heladera y se prendía al
provolone y los salamines que habían sobrado de la picadita de los otros días.
Y era un gusto repartir a cada uno lo justo, primero el chorizo, para uno,
inclusive en sándwich, para otras una mitadcita, porque tiene mucha grasa,
mientras se bajaban media panera casi sin darse cuenta... y el chimichurri
buenísimo, que a ese también lo preparaba yo, me gustaba hacerlo gozar
mezclando un montón de ingredientes, quizás algún picante, para darle un sabor
único, para chuparse los dedos, sin posibilidad de emulación ni copia era mío,
y no me pidas la receta porque no te la voy a dar y...
-¡¡¡Me dejas hablar!!!
-Sí, pero después vamos a comer, eh…
-...Vos
sabés que tenés razón, a mi también me dio hambre. Se me acaba de ocurrir una
idea. Aquí a la vuelta, sobre Lavalle, hay un restaurancito muy lindo. Tiene
todo verde, vegetariano. Porque, créeme, si hay algo que no soporto es la
carne. Y puedo llegar a odiar a la gente que come mucha carne. Se le nota en la
piel, en la cara, en la forma de expresarse. Inclusive en las palabras. Me
acompañás, ¿o no?...
Al leer tu cuento siento el aroma
ResponderEliminartan rico del asado, y tan rica tu manera de contar.
Beso Josefina