LICHA,
MI COMPINCHE
Vivía en el barrio Lira, en un amplio departamento del
segundo piso, sin patio ni jardines. Mi familia contrato a una nana del Sur
para que la niña, o sea yo, saliera todas las tardes. La nana se llamaba
Licha y era muy juguetona. Salíamos a un área verde cada día, a la Plazoleta San Isidro
o bien a la Plaza Vicuña
Mackenna. También visitábamos el Parque Bustamante, más extenso e enigmático,
árboles añosos con gruesos troncos me permitían correr hasta el infinito.
Juntábamos hierbas y construíamos sillas y otros muebles para las muñecas. El
sol casi invisible, luchaba por filtrar sus rayos entre las ramas y hojas, se
respiraba diferente. La
Madre Natura se imponía sobre nuestros espíritus. Nos
sentábamos en el pasto, jugábamos con los chanchitos de tierra. Buscábamos
infructuosamente tréboles de cuatro hojas.
En ocasiones yo iba en mi triciclo, me gustaba éste
Parque, considerado gigantesco para mis tres años. Algunas tardes venía
Antonio, el pololo de Licha, risueño y simpático, quien estaba haciendo el
Servicio Militar. Con él nos alejábamos hasta una Fuente de Soda, donde
podíamos pedir bebidas, té o lo que quisiéramos. Mi favorito era el Sorbete
Letelier con una guinda en su interior. Antonio era muy amable, a Licha se le
veía radiante, yo feliz de verla tan contenta. Él nos contaba de la vida en el
regimiento, anécdotas e historias del campo, ambos eran del mismo pueblo, sin
luz eléctrica ni modernidad, toda una aventura para mis cortos años.
A veces nos arrancábamos, éramos nosotras quienes
íbamos a escondidas a visitar al pololo de Licha. Me gustaba acompañarla, era
emocionante, subir en micro y ver desfilar calles y más calles, casas con
gentes desconocidas, corríamos hasta el Regimiento Buin. Antonio siempre muy
amable y cariñoso, nos compraba bebidas y dulces. Era un pololeo como los de
antes, sin tanto exhibicionismo. De regreso reíamos y comentábamos la aventura,
felices. Luego llegábamos a casa como si nada.
En otras ocasiones, Antonio venía a verla, bajábamos a
dar una vuelta, yo en mi triciclo azul, nos sentábamos en las gradas, a la
entrada del edificio a saborear helados o chocolates. Todo marchaba bien, hasta
que en un atardecer, llegó de improviso mi madre, e hizo el
escándalo....Gritos... ¡recriminaciones!...
Que era el colmo... ¡que para eso la nana tenía sus días de salidas! Licha
lloraba, explicaba que salía domingo por medio y que no siempre coincidía con
los permisos de salida de su pololo... Mamá exclamaba... ¡Que a la niña le
podía pasar un accidente!...¡Que ella no la cuidaba!... etc., etc., etc. Yo
tiraba de su ropa, gritaba, lloraba, que Licha me quería, me cuidaba mucho, que
me gustaba salir con ella, que Antonio era muy simpático, que él también me
cuidaba. Todo fue inútil, nada la conmovía, Licha era culpable.
Entré a la casa muy triste, sólo quería llorar, me
dirigí a mi dormitorio, pero, en el trayecto cambié de idea y fui donde Licha,
nos abrazamos y juntas lloramos hasta que me llamaron para cenar; no tenía
hambre, pero por sobre todo no quería estar con mi familia.
Durante la comida, mantuve la vista baja, tragué
lentamente sin saborear los alimentos. Lágrimas seguían rodando por mis
mejillas, a nadie le importaba. Luego debía acostarme, Licha como siempre me
preparó la cama y me colocó el camisón. Esa noche ambas sentíamos que algo
bueno había desaparecido para nosotras.
Más tarde vino mi madre, quería charlar conmigo, se
sentó junto a mí, nunca antes lo había hecho, ni siquiera cuando estuve con
alfombrilla y la fiebre me atormentaba, la miré y me volví hacia la muralla,
dándole la espalda. Después de un rato se fue.
Entonces pensé: - Yo no entiendo a mi
madre, Licha y mi abuela son las personas que me cuidan, se preocupan de mí, me
visten, peinan, están conmigo. A ella la veo poco, por su trabajo, por sus
compromisos, cuando yo le pido algo, inmediatamente llama a Licha. ¿Por qué
tanto alboroto? Antonio es amable, me trata bien, no viene todos los días.
Además, cuando a veces salgo con mi mamá, vamos al carrusel o al circo, también
ella va con su pololo y él no se ocupa de mi, habla y habla de sus
asuntos.
Ese fue el fin de nuestras aventuras, después cuando
salíamos, mi abuela aparecía de repente, nos iba a vigilar. Lo lamenté mucho,
no por las golosinas, la habría acompañado igual sin ellas, sino por el encanto
de conocer más allá de los límites del vecindario.
A la semana siguiente Licha dejó nuestra casa. Me
sentí abandonada, había perdido a mi compañera de juegos, a mi amiga y
confidente. Mi familia jamás se enteró de nuestras correrías por Santiago, ni
de las visitas al Regimiento Buin.
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