miércoles, 22 de junio de 2016

Viviana Miquelarena-Argentina/Junio de 2016



ASADO BLANCO

En este orden de aparición fueron entrando a la vieja casa de la esquina Guemes que Renato había heredado de su abuela materna: Silvio, Esteban, Marcos y Pablo.
-¡Acá estoy, amigos! ¡En el patio!- gritó Renato dándole los últimos toques de
maestría al asado semanal.
Después de la carne y los chorizos siguieron las risas masculinas, los cigarrillos y los vasos vacíos y llenos otra vez.
Pero en un momento Pablo sacó algo pequeño y blanco de su bolsillo y ofreció a todos. Renato dijo paso. Silvio no lo dijo pero con un movimiento de mano se negó. Esteban dudaba, lo pensó y ya no dudó. En cuanto a Marcos, que también dudaba, siguió pensando y dudando.
¿Me falta alguien? Ah, sí me falta Pablo el que ya dibujó en la mesa de madera, sobre una mancha de vino derramado, una línea del polvo blanco y ahora inclina de memoria su cabeza para que su nariz no evite la fatalidad, para que la droga lo aspire.







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