Sueño
Me pasan a dejar a la casa que yo le
indico a G. que conduce, después de un examen de la personalidad y
aspiraciones de L., a quien siempre—especialmente yo, tratamos de mirar en
menos, sin entender sus complejidades y anhelos. Es de día, comienzo de la
tarde, pero las diligencias me dejaron agotado. Llego a mi departamento en el
segundo piso de una casa, me desvisto y duermo un rato. Cuando despierto caigo
en la cuenta de que hay otros muebles, ropas de mujer. No consigo encontrar mi
ropa. Se escuchan pasos, voces de mujeres, una llave da vueltas en la cerradura
que miro con pavor. Me encuentro desnudo, trato de taparme con algo, un abrigo.
En vez de escandalizarse se sonríen y me tranquilizan, les explico la
situación. Veo mi ropa y torpemente, ruborizado, me visto. Pero no encuentro
los zapatos.
Me trataron bastante bien, y pude enterarme que Hitler ganó la segunda
guerra hacía trescientos años. El asunto de las razas terminó por extinguirse
de la conciencia pública, lo que pasa con todas las concepciones que se
convierten en institucionales y manidas y generan a la postre su opuesto. En
las décadas siguientes a la guerra, surgieron movimientos de
afirmación racial y cultural por todas partes, desplazando a la hegemonía aria,
que también se fueron extinguiendo por la repetición y la imposición de una
cultura universal urbana. La ciudad y el país son otros, me dijeron, me
consiguieron unos zapatos, una tenida más acorde. Me alojaron en diversos
lugares. Una vez, acompañado por algunos hombres y mujeres asistentes a una
recepción, o reunión, o fiesta, y luego de haberme dado cuenta de que mi calle no existe, ni la ciudad, que
pese a sus similitudes con mi mundo original no existen, o mejor, tienen otro
nombre. Una mujer me pregunta por el pintor M. a quien conozco desde el otro
mundo. Vamos a su casa que no queda lejos, está de terno, y se ve opulento, no
parece verme. Llega D., poeta hindú a quien conozco también desde el otro mundo,
no parece conocerme y vamos a su suite, que es una especie de penthouse, allí
hay gente de varias nacionalidades, o mejor orígenes étnicos. Una mujer que
estaba en la primera residencia donde me desperté me dice que puedo volver con
ellos y estar ahí. Me piden que haga un número. Por el rabillo del ojo había
visto a gente de la concurrencia que recitaba poemas, o que sacaban no sé de
donde instrumentos, algunos desconocidos para mí. Entonces rebuscando, aunque
no había visto a nadie que hiciera algún tipo de actuación, hago una imitación
del personaje central del Padrino, una película clásica en el mundo de mi
procedencia. Siempre me había gustado el teatro e incluso alguna vez tuve un
papel muy mínimo en una de las primeras películas de Raoul Ruiz, para que vean
qué viejo soy. Entonces los contertulios empiezan a sacar sobres con dinero,
parece, y me los comienzan a pasar. Encontré cómo vivir en ese nuevo mundo,
paralelo, y les cuento las circunstancias.
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