lunes, 22 de agosto de 2016

Jorge Etcheverry- Canadá/Agosto de 2016

Sueño 
Me pasan a dejar a la casa que yo le  indico a G. que conduce, después de un examen de la personalidad y aspiraciones de L., a quien siempre—especialmente yo, tratamos de mirar en menos, sin entender sus complejidades y anhelos. Es de día, comienzo de la tarde, pero las diligencias me dejaron agotado. Llego a mi departamento en el segundo piso de una casa, me desvisto y duermo un rato. Cuando despierto caigo en la cuenta de que hay otros muebles, ropas de mujer. No consigo encontrar mi ropa. Se escuchan pasos, voces de mujeres, una llave da vueltas en la cerradura que miro con pavor. Me encuentro desnudo, trato de taparme con algo, un abrigo. En vez de escandalizarse se sonríen y me tranquilizan, les explico la situación. Veo mi ropa y torpemente, ruborizado, me visto. Pero no encuentro los zapatos.
Me trataron bastante bien, y pude enterarme que Hitler ganó la segunda guerra hacía trescientos años. El asunto de las razas terminó por extinguirse de la conciencia pública, lo que pasa con todas las concepciones que se convierten en institucionales y manidas y generan a la postre su opuesto. En las  décadas siguientes  a la guerra, surgieron movimientos de afirmación racial y cultural por todas partes, desplazando a la hegemonía aria, que también se fueron extinguiendo por la repetición y la imposición de una cultura universal urbana. La ciudad y el país son otros, me dijeron, me consiguieron unos zapatos, una tenida más acorde. Me alojaron en diversos lugares. Una vez, acompañado por algunos hombres y mujeres asistentes a una recepción, o reunión, o fiesta, y luego de haberme dado cuenta  de que mi calle no existe, ni la ciudad, que pese a sus similitudes con mi mundo original no existen, o mejor, tienen otro nombre. Una mujer me pregunta por el pintor M. a quien conozco desde el otro mundo. Vamos a su casa que no queda lejos, está de terno, y se ve opulento, no parece verme. Llega D., poeta hindú a quien conozco también desde el otro mundo, no parece conocerme y vamos a su suite, que es una especie de penthouse, allí hay gente de varias nacionalidades, o mejor orígenes étnicos. Una mujer que estaba en la primera residencia donde me desperté me dice que puedo volver con ellos y estar ahí. Me piden que haga un número. Por el rabillo del ojo había visto a gente de la concurrencia que recitaba poemas, o que sacaban no sé de donde instrumentos, algunos desconocidos para mí. Entonces rebuscando, aunque no había visto a nadie que hiciera algún tipo de actuación, hago una imitación del personaje central del Padrino, una película clásica en el mundo de mi procedencia. Siempre me había gustado el teatro e incluso alguna vez tuve un papel muy mínimo en una de las primeras películas de Raoul Ruiz, para que vean qué viejo soy. Entonces los contertulios empiezan a sacar sobres con dinero, parece, y me los comienzan a pasar. Encontré cómo vivir en ese nuevo mundo, paralelo, y les cuento las circunstancias.



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