Vine porque te extrañaba ¿Puedo?
Falta poco para llegar, las ruedas del auto
van aniquilando las esquirlas sobrevivientes de caracoles rotos hasta dejarlas
confundidas con la arena. Los recuerdos se atropellan entre ellos y alguna
lágrima escapista de la jaula donde suelo encerrarlas, casi siempre, se desliza
como por una ladera y se acurruca en alguna arruga de esas que me cuentan que
la vida va dejando surcos donde quiere.
Hace rato que me pasa lo mismo cuando entro en
esta zona y el canto del mar, ahí nomás, se confunde con el del motor y de
verdad que el primero me sabe a canto de ayer desesperado.
Parece que la suerte hoy estuvo de mi lado, la
garua persistente fue nuestra compañera de ruta. Y digo, nuestra, porque viajo
con las tres perritas que siempre me acompañan durmiendo durante todo el
trayecto.
Pucha, qué cosa que siempre me gustaron estos
días en que las tímidas gotas parecen imitar a los humanos, ya que no terminan
de unirse para convertirse en aguacero y con la falta que hace, tantas veces.
No hace frío pese a que estamos en mayo y en
las zonas marítimas siempre baja la temperatura varios grados. Aunque en
realidad eso era antes de que apareciera el tema del cambio climático. Recuerdo
que las estaciones se definían muy bien unas de las otras, como queriendo
evitarnos confusiones y para permitirnos mantener nuestro ego exacerbado. Nos
inflábamos cuando decíamos, por ejemplo, los argentinos tenemos las cuatro
estaciones, entre otras cosas que también tenemos. Por eso somos el granero del
mundo. Luego, por esa praxis de los intereses globalizados, terminamos
desinflados, devenidos en tierra sojera. ¡Quién hubiera dicho!
Falta poco para llegar a Santa Teresita,
tomaré por la calle 32 para entrar, bah, si a ese caballo no se le ocurre desbocarse
y cruzar la ruta justo cuando estemos pasando. Qué imprudencia dejar a ese
animalito suelto en una carretera, qué desastre podría producir ¿Piensa el ser
humano o será que es cierto que vamos enroscándonos en nosotros mismos?
¡Qué lindo es, todo blanco, con esa mancha
negrísima sobre su ojo izquierdo! Parece que el cielo bajara un pedacito de
noche para posarla allí, tímidamente. O quien te dice, tal vez no se atrevió a
desparramar la negritud para evitarle una discriminación eterna en este país donde
“todos” descendemos de europeos. Hasta los caballos, dicen.
A la izquierda ya se ve el mar, a la derecha
los árboles que crecieron tanto desde la última vez que pasé por aquí, aunque
ahora el viento les arrancó el follaje dejando al descubierto sus brazos
enclenques, abiertos, como esperando un abrazo quien sabe de quién. Por lo
menos y por suerte, éstos zafan de la tala.
Casi creo estar escuchando a Pá, cuando lo
sorprenda mi llegada y ponga en acción su metralla de preguntas sin darle
tiempo a las respuestas:
– ¿Qué hacés vos acá? ¿Viniste sola? ¿Cómo fue
el viaje? ¿Quedaron todos bien, en casa? ¡Mirá que salir con este día! ‘tas
loca vos.
-Sola no, Pa, vine con las pichis, como
siempre.
-Peeeero, vos no cambiás más loquita linda. ¿Y
los chicos? Pregunta acariciando a las perritas que se desviven por un mimo.
Mis hijos, sus únicos nietos-hijos, hoy
tremendos hombrones, siempre serán “los chicos” para él. Cómo olvidar el papel
de padre que el viejo cumpliera tantas veces.
Cada vez que salgo hacia algún lado y demoro
un tiempo en regresar, se encarga de recordarme “que los dejo solos”. Solos… y
yo medio como que me cargo de culpas. Por un rato ¡pero vaya si me asaltan!
-Quedaron en casa, Pa, trabajando, todos bien,
te mandan besos. ¡Muuuchos! Quieren que vuelvas conmigo, también te extrañan.
-Peero, tienen que hacer todo ellos ahora, ay,
ay, ay. ¡¿Cómo los vas a dejar solitos para venirte hasta acá?! Vos no pensás
nada, siempre impulsiva, dice en su ataque de abuelismo protector, meneando su
cabeza hacia ambos lados de sus hombros fuertes, desarrollados por el remo que
practicara en su juventud.
-Pa, vine porque te extrañaba ¿Puedo?
-Vos no cambiás más, ¿Hasta cuándo te quedás?
¡Siempre con ese pucho en la boca!
-Me quedo hasta que no nos aguantemos más y
vos quieras seguir tu vida de anacoreta. ¿Tomamos mate? Dale, hacelos vos que
te salen más ricos. Yo pongo la pava.
Casi puedo escuchar su risa, sus palabras
calcadas de veces anteriores lo que las transforma en un ritual de bienvenida,
que por otra parte, sigo esperando.
Viejo gruñón, fuerte, persistente como esta
llovizna que no para, cuando de cumplir sus deseos se tratara. Jamás lo vi
resignado, quieto, esperando nada de nadie. Fue acción toda su vida, fue lucha,
coraje y prepotencia cuando hizo falta. Se derrumbó cuando mi madre fuera
arrancada de prepo, de este mundo, siendo muy joven, dejándonos a los dos
descolocados y yo aprendiendo a impregnarme de su fuerza como para que los
embates de la vida no logren volverme añicos. Como no lo lograron con él.
Al paso de los años emigró trescientos treinta
kilómetros, hacia este mar. Ágil para huir de recuerdos y de situaciones
expertas en crear recuerdos de a miles, bajo descaradas lluvias de plomo que
empapaban todo. Sólo un tema estuvo vedado entre nosotros, la política, aunque
jamás lo propusimos formalmente. Fue un acuerdo tácito, aunque siempre
exonerado por él, experto en chicaneo y yo experta en caídas en sus trampas
abiertas.
-¿Viste lo que hicieron estos hijos de una
gran siete? Terminar así con los ferrocarriles, romper con el sindicalismo,
privatizar el gas, el teléfono, el agua. Y se dicen luchadores ¡Qué saben lo
que es jugársela! No es esto por lo que luchamos toda la vida. ¡Qué años
aquellos y para qué!
-Nosotros tampoco quisimos esto, pa. (
¡¡¡Uhhh, p’ta madre, arrebatada como siempre, caigo otra vez en la trampa caza
bobos!!! ¿Cuándo aprenderé a morderme la lengua? ¡Qué tipa imbécil…!)
-Ntcccchhh, ustedes. ¡Ustedes que pueden
hablar, si son catorce! Responde agitando su mano y agitando mi bronca como
diciendo ¡andáaaa! Y pretende esconder una sonrisa irónica entre su barba
aunque sin mucho esfuerzo. Yo se que piensa: “caíste, como siempre”. Logró lo
que buscaba por enésima vez. ¡Provocador!
Abrió el fuego. Discurso metido, la bronca
haciendo alpinismo sobre mis mejillas y yo haciendo un nudo con las palabras
como para no comenzar una discusión estéril. Ganas de acogotarlo o acogotarme
por atropellada, aunque si uno se pone a pensar diría que tiene razón, como
casi siempre. Como en casi todo. La única forma de salir ilesa de la trampa, es
cambiando de tema.
-¡Uy Pa, que lindo está el césped y la camelia
explota de pimpollos! (Que nosotros somos catorce, sah, pero armamos cada
broncas, además no nos da vuelta nadie y fuimos los primeros en salir a la calle
por los trenes y por todo mientras ustedes quedaban bien piolitas en su casa.
Bah, algunos de ustedes. Ya sé que vos no)
-Cuántos limones, Pa, esperame que voy a bajar
el bolso (lo que en realidad quiero es irme a la mierda, siempre el mismo,
después de comerme semejante viaje; yo siempre la misma idiota que cae en su
trampa)
Claro, el viejo nunca me perdonará que haya
elegido ser yo misma, sin atarme a su vivencia que también fue la mía, la que
dejó huellas indelebles en mi historia. No quise aceptar retóricas impuestas,
simplemente cambié por elección. Tampoco se da cuenta que después de todo fue
él mismo quien me enseñó a pensar.
Que se yo, tal vez pensamos distinto pero los
sueños son parecidos, sólo que él tomó su camino y yo crucé la vereda. Claro, ya
crecida, jamás volví a cantar “ni yanquis ni marxistas, pe-ro-nistas” porque no
me dio la gana. Armé mi historia. Y a él no le dio la gana comprenderme. Ni su
historia.
Todos dicen que me parezco mucho a él, cosa
tan loca, iguales pero diferentes, somos la encarnación de la cuestión
dialéctica aunque él nunca mencionara “esa cosa”. Hasta los términos
diferencian a las personas, campo popular-trabajadores; dirigente
político-cuadro y estamos hablando de lo mismo, pero aprendimos a poner
“versus” diferenciadores. Fuimos como la llovizna que no llega a aguacero
porque no se une, porque es tímida, porque no quiere mojar tanto, ni hacer
charcos en el campo, aunque haga tanta falta el aguacero. Para todos.
Ya casi estamos llegando. Doblaré en la
próxima esquina, el aire de Santa Teresita parece distinto al de Las Toninas o
al de San Clemente. Digo, tal vez sólo me parezca a mí, porque allí siento
impregnado su perfume de lobo de mar solitario.
Subo por la calle 32, doblo a la derecha y
sigo subiendo hasta llegar a la enorme casona donde él estará tomando sus mates
de la tarde. El y su soledad empapada de recuerdos contracturados, entre la
bruma del mar y el vuelo de las gaviotas.
Las perritas comienzan a agitarse, aunque
parezca increíble, creo que se dan cuenta que estamos llegando, cada vez que
tomo por esta calle hacen lo mismo.
-¿Vamos a la casa de abuelo? Digo, apenas si
sonrío y ellas mueven sus colitas, saltan unas sobre las otras como queriendo
bajar a través de los cristales.
Estoy en la puerta, no me animo a bajar del
coche, las ventanas están cerradas, no vale la pena tocar el timbre, total, no
saldrá nadie y sin embargo estoy escuchando su metralla que tampoco vale la
pena responder ya que nace y muere en mí. Está estampada en el recuerdo como la
arena a la playa, como el ayer al presente, como la vida a la muerte. Ya casi
ni divago como en el viaje. La realidad abofetea. Nadie está tomando mate, no
habrá intercambio de ideas, provocaciones ni chicanas. ¡Y lo que daría por una!
Sólo se unen el presente con el pasado reciente y se estrechan fuertecito
convirtiéndose en una masa informe que enternece haciendo daño, tejiendo
telarañas con los hilos de ayeres invisibles.
El está muerto no del todo. Yo sigo viva
aunque tampoco sé si del todo.
Busco las llaves en el caos de la cartera,
prendo mi cigarrillo número qué se yo cuánto, quiero dilatar la entrada al
mundo real aferrándome al ilusorio, respirando hondo, tomando coraje hasta
girar hacia la entrada que me transporta hacia el pasado. Abro la puerta del garaje,
entro y vuelvo a cerrarla. Suelto a las perritas que salen como disparadas
hacia el parque donde la camelia explota de pimpollos. Ellas y yo buscando lo
que no encontraremos.
Lo primero que aparece ante mi vista son esas
letras azules que él pintara uno de sus días de soledad, prolijamente
rebuscadas. Resalta el azul fuerte sobre la pared blanca que da al altillo,
“Los niños y los ancianos son los únicos privilegiados”. La frase en sus
orígenes decía “En la nueva Argentina, los únicos privilegiados son los niños”,
pero cuando los años cayeron sobre ese cuerpo de titán, introdujo a los
ancianos en el apotegma, no sea cosa de quedar afuera. ¡Viejito loco!
¡Recuerdo cuánto reímos la primera vez que
vimos eso que hoy me parece una obra de arte! No es la primera vez que entro al
caserón vacío, sin embargo las imágenes se repiten.
-Hola Pá, dije bien fuerte.
-Vine porque te extrañaba, ¿puedo?
-¿Viste lo que hicieron estos hijos de perra,
Pa? Claro que no es lo que quería él y claro también que nosotros seguimos
siendo catorce, con suerte y si sumamos tres por uno.(Bah, que nosotros somos
catorce, sah, pero armamos cada broncas, además no nos da vuelta nadie y fuimos
los primeros en salir a la calle por los trenes y por todo mientras ustedes
quedaban bien piolitas en sus casas. Bah, algunos de ustedes. Ya sé que vos no)
-¡Uy, Pa, que lindo está el césped y la
camelia explota de pimpollos! ¡Qué lindos están los limones!
Bajé el bolso, aunque en realidad otra vez lo
que quiero es irme a la mierda, no está el viejo provocador, no estará mañana,
ya no puedo sentirme la misma idiota cayendo en trampas caza bobos. ¡Y quisiera
zambullirme dentro de una!
Enciendo todas las luces, abro todas las
ventanas, la tarde gris apresuró la penumbra. Las perritas espantaron al gato del
vecino que me saluda desde enfrente y el motor del mar sigue tronando y yo
queriendo que se lleve hacia su profundidad los recuerdos que me pesan y me
duelen y me llenan de congoja y quedan ahí tan firmes, como está él.
-¿Tomamos mate, Pa? Hacelos vos que te salen
más ricos. Yo pongo la pava. ¡Dale Pa, hacelos vos!
Afuera sigue lloviznando, para mí, se descargó
un diluvio…
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