PERTENENCIA
“¿Qué voy a hacer con tanto cielo para mí?
Voy a volar, yo soy un bicho de ciudad”
D. Fernández (Banda “Los Piojos”)
Hace
unas horas se fue el mediodía. Las calles están vacías.
Se
vuelve esperanza vencer repechos desconocidos,
no
entender un invierno compañero,
sentir
un Sol tutelar,
ascender
al azar.
Follajes
inmóviles... Acaso falte el aire.
Se
hace bueno elevarse,
descubrir
serena la respiración,
hacer
crujir la tierra seca,
escuchar
los propios pasos nuevos,
preguntarse
dónde quedó la prisa cotidiana,
recordar
haber gastado las suelas en alguna ciudad.
Y
reconocer antiguas huellas en el camino.
Una
callecita orienta por espinosos churquis, por frondosos molles.
El
chasquido del agua entre piedras
inventa
una soledad más placentera,
y
anuncia otra realidad.
Traspasar
las altas puertas de hierro forjado.
Dar
el paso.
Y
avanzar,
siempre
hacia arriba,
por
las escasas sendas definidas,
entre
formas rígidas,
pequeñas
posadas sin ventanas,
construcciones
cúbicas con rejas,
insólito
barco de cemento anclado sobre la tierra,
cruces
de metal,
lápidas,
fechas
borrosas,
nombres,
melancólicas
dedicatorias,
alegres
despedidas,
palabras
de amor,
juramentos,
cúmulos
de piedras coronados por cruces de madera,
ofrendas
esmeradas
flores de papel,
agua,
vino,
guirnaldas
coloridas.
Y
un angelito violinista insinuando promesas
desde
una vieja cripta.
Senderos
inconclusos y escalinatas imprecisas interrumpen el paso.
Es
imperioso buscar otros caminos,
elegir
desvíos angostos e incómodos,
evitar
la sombra que propone una bóveda,
girar,
encauzarse
hacia la luz,
descubrir
un destino,
develar
la promesa.
complacerse
en la Tierra,
ir
por Ella en el pueblo subyacente recién conocido..
¿Donde
está el angelito violinista?
(acaso
también él busque un nuevo cielo).
Por
fin ser en la ciudad asimétrica
ser
sin árboles ni pájaros,
ser
esculpido sobre un cerro.
Traspasar
el umbral.
Y
ya no ser un extraño.
En
la Quebrada,
donde
el tiempo es nada,
bajo
el amable Sol andino,
una
siesta de invierno,
por
el laberinto de sepulcros coloridos,
un
angelito violinista,
jugando
a las escondidas...
—¡Piedra
libre!
(me
estaba esperando).
DE
BARES Y AMOR
Me
gustan los bares.
Afuera,
la ciudad espera.
Transita
la gente
edificios
y rejas.
Semáforos
verdes
se
agitan veloces
en
calles sin metas.
Me
gustan los bares,
refugios
antiguos
que
me abren mil puertas.
Hay
murmullos tibios.
Me
surcan leyendas.
Roja
y temeraria la ciudad deslumbra,
Luminosa
y cálida, la ciudad acecha.
Me
gustan los bares (hay café en mis letras),
Y
más tu amor urbano que afuera me espera.
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